Sala de máquinas
El presidente de Castilla-La Mancha, el socialista Emiliano García-Page, se ha convertido por méritos propios, gracias a haber superado sus pruebas de oposición, en el crítico oficial de Pedro Sánchez. Y, por lo que va dando a entender, aunque «a poquitos», en su alternativa de futuro.
Retirado el extremeño Fernández Vara, desactivado el aragonés Lambán, el castellano Page se deja ver, y querer, como heredero del felipismo y representante en activo del socialismo más clásico y constitucional. La única campana sonora que se aleja diametralmente del cencerro del poder, de esa berrea de carneros y silencio de los corderos que escolta el pastoreo de Sánchez en su trashumancia al extrarradio de las leyes, al decir del pastor manchego, más aficionado a discurrir por cabañas reales.
Tiene Page a su favor, además del mando en plaza de su comunidad autónoma, la escuela de Bono y el felipismo andalusí, esa mezcla de liderazgo y proximidad que los convierte en políticos infalibles en la corta distancia y con cierto carisma a la larga, si bien no represente el ceceante Page otra gloria oratoria en el rico panteón socialista. Pero la larga y escabrosa senda de Sánchez, con su rebaño detrás, por las montañas de Cataluña hacia el refugio de Puigdemont, ha dado argumentos al rebelde Page para defender la existencia de otros pastos y graneros de votos. Y para, en vez de las migajas, aspirar a zamparse en el futuro las migas del poder.
La censura interna, leninista, impuesta por el intransigente Sánchez y sus menestrales de retorcidos cayados pero fijas ideas (Bolaños, Cerdán, Puente…); su vergonzante pacto con los cuatreros de Junts o su manera de sacrificar a la cabaña aragonesa, a la lista de Lambán, y de expulsar a Mayte Pérez de la Ejecutiva Federal, deparan, con uve y con be, la vulgarización y bulgarización de un partido encerrado en una única corralada. Frente a ese socialismo sovietizante, voces como la de Page recuerdan que sigue existiendo otro PSOE contra la amnistía, los fascismos nacionalistas, la agresión a la división de poderes y a la bandera constitucional de la Transición política. Que hay alternativa, por suerte, al silencio de los borregos.
El líder castellanomanchego se deja ver como el heredero del felipismo y del socialismo clásico