El Periódico Aragón

El federalism­o social

Ha llegado el momento de cambiar el discurso político sobre la globalizac­ión

- JOSÉ RAMÓN Villanueva Herrero* *Fundación Bernardo Aladrén

LLa globalizac­ión ha producido una «deriva ideológica» conservado­ra, cuando no abiertamen­te reaccionar­ia

os hechos han demostrado que el Brexit británico y los años en los cuales Donald Trump fue presidente de los EEUU (2017-2021) han supuesto un cambio en la historia de la globalizac­ión. Previament­e, las políticas ultraliber­ales de la llamada «revolución conservado­ra» llevadas a cabo en Gran Bretaña por Margaret Thatcher durante su mandato (1979-1990) y en Estados Unidos por Ronald Reagan entre los años 1981 y 1989, ya habían producido un mayor aumento de la desigualda­d con negativas consecuenc­ias sociales. En la actualidad, como señala Thomas Piketty, es una evidencia que las clases medias y trabajador­as «no se han beneficiad­o de la prosperida­d prometida por el liberalism­o integral» y, con el paso del tiempo, «se han sentido cada vez más perjudicad­as por la competenci­a internacio­nal y el sistema económico mundial», lo cual deja patente el fracaso del de las medidas económicas aplicadas tanto por el thatcheris­mo como por el reaganismo.

Otra consecuenc­ia negativa de esta globalizac­ión ha sido que ha producido una «deriva ideológica» conservado­ra, cuando no abiertamen­te reaccionar­ia, al exacerbar discursos nacionalis­tas espoleados por las derechas autoritari­as, que favorecen la «tentación identitari­a y xenófoba» que se extiende peligrosam­ente por todas partes como comprobamo­s diariament­e en numerosos países europeos, como es el caso de Italia, Hungría, Polonia y, también, en Francia, Alemania, Países Bajos e incluso en España, sobre todo, tras la impetuosa irrupción de Vox en el panorama político.

Ante esta situación Thomas Piketty, en su libro Viva el socialismo (2023), en el cual recopila toda una serie de artículos publicados en el diario Le Monde entre 2016 y 2020, considera que «urge reorientar la globalizac­ión de manera fundamenta­l» para hacer frente a lo que él considera los dos principale­s desafíos de nuestro tiempo: el aumento de la desigualda­d y el calentamie­nto global. Para ello, para evitar lo que califica como «trampa mortal» que amenaza a nuestras democracia­s, resulta imprescind­ible redefinir radicalmen­te las reberalism­o glas de la globalizac­ión, con un enfoque que este economista francés define como «federalism­o social» y, por ello, «el libre comercio debe estar condiciona­do a la adopción de objetivos sociales vinculante­s que permitan a los agentes económicos más ricos y con mayor movilidad social contribuir a un modelo de desarrollo sostenible y equitativo».

Dicho esto, propone interesant­es iniciativa­s concretas tales como que los tratados de comercio internacio­nal deben dejar de reducir derechos de aduana y otras barreras comerciale­s y, en cambio, deben incluir «normas cuantifica­das y vinculante­s para combatir el dumping fiscal y climático, como tipos mínimos comunes de impuestos sobre los beneficios empresaria­les y objetivos verificabl­es y sancionabl­es de emisiones de carbono». De este modo, considera necesario gravar las importacio­nes de países y empresas que practican el dumping fiscal, porque «si no se les hace oposición de manera resuelta con una alternativ­a, el linacional arrasará con todo a su paso». En consecuenc­ia, considera que «ya no es posible negociar tratados de libre comercio a cambio de nada».

En nuestro mundo globalizad­o, mientras los movimiento­s nacionalis­tas cuestionan y rechazan el movimiento de personas, sobre todo cuando éstas proceden de países del Tercer Mundo y aluden a términos demagógico­s como «invasión» o a la teoría del «Gran reemplazo», el federalism­o social que defiende Piketty debe poner freno el movimiento desregulad­o de capitales y la impunidad fiscal de los más ricos. En este sentido, tanto Karl Polanyi como Hannah Arendt ya denunciaro­n, hace décadas, la ingenuidad de los partidos socialdemó­cratas frente a la regulación de los flujos de capitales y su timidez para acometer medidas en este ámbito, una cuestión, un reto, que sigue vigente hoy en día.

A modo de conclusión, Piketty nos recuerda, como ya decía en 2016, que «ha llegado el momento de cambiar el discurso político sobre la globalizac­ión: el comercio es algo bueno, pero el desarrollo sostenible y justo también requiere servicios públicos, infraestru­cturas, educación y sistemas de salud, que a su vez exigen impuestos justos». Y, en este punto, resulta fundamenta­l reforzar el Estado del Bienestar, concepto acuñado en su día por la socialdemo­cracia alemana y que, como señalaba el historiado­r Alberto Sabio, «tiene por función garantizar y ampliar los márgenes de libertad del individuo, restando espacios a la desigualda­d» dado que da «seguridad a los ciudadanos» y permite «avanzar en cohesión social», ideas que responden a los anhelos de amplios sectores de la clase media y trabajador. De lo contrario, de no conformar una alternativ­a firme a la revolución conservado­ra, tan amenazante como insolidari­a, como la que supondría el federalism­o social propuesto por Piketty, como él mismo nos advierte, «el trumpismo acabará por imponerse». Y esa amenaza está más candente que nunca si en las próximas elecciones al Parlamento Europeo los partidos nacionalis­tas y de extrema derecha logran un peligroso avance electoral, unido del riesgo cierto de que, tras las elecciones presidenci­ales de los Estados Unidos del 5 de noviembre de este año, Donald Trump vuelva a ser el inquilino de la Casa Blanca.

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