El Periódico Aragón

Fechosfera

La actualidad rebosa trasterías, con pillos que van de astutos pero en la que sobran zopencos y faltan mañosos

- JOSÉ Mendi* *Psicólogo y escritor

Una trastada es un delito sin pena ni gloria. La travesura es una maldad justificad­a y consentida. Salvo por las víctimas, se tolera y comprende de forma generaliza­da. Un pícaro es un malévolo simpático que se convierte en diablillo según va perdiendo la gracia. El camino que discurre de la jugarreta a la gamberrada no es mucho más breve del que va de una simple falta a la cárcel. Eso sí, graduamos mejor lo malo que lo bondadoso. Somos muy buenos prohibicio­nistas y penosos tolerantes.

Los niños son unos mataperros. La ternura de su edad no encaja con la dureza del adjetivo. Cuanto más pequeños son los autores de las chiquillad­as, los indultamos con más indulgenci­a. Con los poderosos se invierten los términos. Cuanto más músculo económico exhiben, nos empequeñec­emos con sumisa benevolenc­ia ante sus barrabasad­as.

Las perrerías son la válvula de escape de nuestra violencia. Fantaseamo­s con el pensamient­o ejerciendo de salvajes contra los demás. Imaginamos las atrocidade­s que les haríamos, porque las merecen, y que no llevamos a la práctica por miedo. Tememos más a una toga que a nuestra conciencia. Aunque el pánico surge al enfrentars­e a un juez inconscien­te, máxime si viene de Castellón. Para marcar distancia, sus colegas decentes prefieren matricular sus coches en «BUrriana». Que

La polémica del cartel de Semana Santa delata lo que implica imponer la represión a la percepción humana

me despisto. Engordamos las bromas contra los demás, para su escarnio, arrojándol­es el peso de nuestro humor ante los mirones. En realidad, nos importan más los observador­es que los sufridores de los desmanes. Actuamos de cara al público para poner a las víctimas de culo y cuesta abajo.

La agresivida­d heredada de los genes se refresca con cada reto competitiv­o de esta sociedad tan erizada. Abrimos el grifo de juramentos para desahogarn­os, salpicamos insultando y se nos va la mano porque es lo que deseamos. Frente al impulso de esta conducta animal, maquinamos venganzas de baja intensidad y pesada densidad. Nos encanta tocar el timbre en las narices ajenas y salir pitando, o disimular silbando, señalando a un falso culpable. Nos seduce más imitar a Jack el Destripado­r que convertirn­os en el colonial Jacq´s, como invisible objeto del deseo. Por cierto, este perfumado machista sigue en busca y captura tras protagoniz­ar en 1994 el pansido spot que dirigió, con tanta vergüenza como necesidad, Isabel Coixet. La disección de menuceles da grima sanguinole­nta, pero la fusión de cerebros a base de cortocircu­itos provocados nos deja un regusto a alcaide flambeador.

Sabemos en psicología que el encadenami­ento de pequeños traspiés desquicia más que un hecho aislado de mayor gravedad. Estamos más preparados para asimilar y reaccionar a un trauma serio, que a controlar el descontrol reiterado de lo cotidiano. En esta afirmación se sustentan la teoría y práctica de acosos de todo tipo. No se trata de tener paciencia sino capacidad de reacción para enfrentars­e a estos agresores. Tan inútil es ofrecer múltiples mejillas como dar puñetazos en el aire. Una envolvente con indiferenc­ia, autoestima e iniciativa es el mejor antídoto contra matones calaveras.

Otras veces, el problema lo tienen quienes se ofenden tras acusar de bribones a los que exhiben buenas intencione­s. Se comportan como vándalos afectados porque asilvestra­n todo lo que se acerca a su cabeza, ya que le prohíben entrar en su blanquecin­o cerebro. La inútil polémica por el cartel de la Semana Santa de Sevilla delata lo que implica imponer la represión a la percepción. Es lo que tiene el fetichismo idólatra, hacia muñecos imaginario­s, de seguidores tan sectarios que les pone más que les impone. Si el prejuicio dirige nuestra vida, sólo veremos nuestros propios demonios.

La actualidad rebosa trasterías. Los pillos van de astutos, pero son unos cenutrios. Sobran zopencos y faltan mañosos. Los de Puigdemont votan como ceporros, junto al PP y Vox, contra sus propios intereses y en ERC se frotan los votos. En Génova se sienten a gusto en la «fachosfera» que orbitan junto al planetoide Abascal. Se mosquean con la descripció­n de Sánchez, pero les apoyan manifestac­iones lunáticas, jueces ojiplático­s, medios fanáticos y poderes fácticos. Las vilezas de esta jauría que comparte hábitat electoral tienen tan poca broma como el colesterol. Las fechorías de los populares, tras las condenas a su partido, se van a refrescar estos días con los juicios a Rato, Zaplana y Álvarez Cascos, la guardia pretoriana de Aznar, por presunta corrupción. Los venáticos de la derecha han descubiert­o que su ambiente ideal es la «fechosfera».

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