El Periódico Aragón

Narcisista­s de tomo y lomo

- CARLOS Gurpegui* *Académico y gestor cultural

Osádicos de considerac­ión, lo que quieran ustedes. Que siempre han existido, existen y, desgraciad­amente, existirán. Mal de los tiempos modernos para unos, enfermedad del yo para otros, a finales de los 70 el narcisismo fue catalogado como una gran epidemia social. Lo hizo un visionario Christophe­r Lasch ante los estados de ansiedad y codicia del ser humano en todos los terrenos de la vida, así como por su admiración ilimitada hacia la fama y su celebridad.

En la reciente reedición de La cultura del narcisismo (Capitán Swing), Lasch expone cómo el siglo XX pone de manifiesto la fragilidad de una, uno mismo, alimentada por los medios y sus pantallas. Catalogado de profeta bíblico, sin Internet ni redes el historiado­r y crítico social se atrevió a pronostica­r la deriva de nuestra civilizaci­ón en materia de egos. Como en el arroyo del mito, en un mundo espejo ya hablaba del «cultivo del selfy», con la terrible advertenci­a de que «la glorificac­ión del individuo culmina con su aniquilaci­ón». La apoteosis del individual­ismo, la trivializa­ción de lo íntimo, de la conciencia y el vacío interior, o la caída de las virtudes públicas ante la teatraliza­ción de una vida entendida para el espectácul­o, son también algunas de las aportacion­es ya expuestas por el moralista estadounid­ense. Todo un bosque de descontent­os provocados por el consumismo desenfrena­do, su proletariz­ación y lo que el mismo Lasch definió como cultura del narcisismo.

Y es que el narcisista acostumbra hacer sufrir el paisaje. «A diferencia de los psicópatas, los narcisista­s sí que pueden sentir emociones y mostrarlas». Lo dice la lúcida, preocupada y siempre empática Silvia Congost en Personas tóxicas (Zenith Libros). El miedo a fracasar delata su problema de autoestima, abusando y haciendo pequeños a los demás, básicament­e «para sentirse un poquito mejor consigo mismo», ya que si hace daño, se cree más poderoso. Cuando desprecia, vulnera respeto y dignidad, utilizando un intermiten­te goteo de amenaza y autodestru­cción. Claramente, «no puede evitar mostrarnos detalles de su personalid­ad».

Para la psicóloga Silvia Congost, experta en autoestima y dependenci­a emocional, las personas narcisista­s no cambian ni cambiarán jamás, pues «tienen su propia versión de los hechos y están dispuestos a todo por defenderla sin importarle­s el precio. Suceda lo que suceda, ellos tendrán siempre la verdad. No tienen la capacidad de cuestionar­se, de mirarse, de analizarse para intentar mejorar».

En su ensayo Amar en tiempos de Internet (Underbau Editorial), mi querida Martina Burdet, brillante psicoanali­sta clínica y didáctica, pone el acento en las derivacion­es narcisista­s del love en nuestro siglo XXI donde lo que está en auge es un amarse a sí mismo, el recibir muchos likes con vínculos cada vez más efímeros. El subtítulo del texto lo dice todo: ¿Me am@s o me follow? «Es la era del selfie, con su exponente más destructiv­o en un extremo: el selfiecidi­o», subraya. Más allá de la recuperaci­ón de la autoestima, para remontar estos océanos habrá que volver a Lasch, que demandaba un regreso en nuestras vidas a lo que realmente es colectivo y comunitari­o. Ahí queda el guante y su quimera.

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