El Periódico Aragón

Dando vueltas a la hondura flamenca

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PLos tres cantes de Carmen Linares, artista invitada, son los que ofrecen auténtica hondura

asa con Lorca lo mismo que con Goya y Buñuel: sirve lo mismo para un roto que para un descosido. Y como su escritura teatral (también la poética), pese a situarse en un tiempo y en un contexto determinad­os, aborda asuntos universale­s, es muy recurrente en cualquier disciplina artística. El bailaor y coreógrafo gaditano Eduardo Guerrero también echa mano de Lorca en Jondo, espectácul­o que puede verse en el Teatro Principal hasta el domingo. Guerrero, sobresalie­nte en ofertas más personales como Bailar no es solo bailar, ha armado la propuesta con un prólogo inspirado en el Primer Concurso de Cante Jondo, organizado en 1922 en Granada por Federico y Manuel de falla; cinco cuadros referentes a cinco personajes lorquianos: Rosita, Don Perlimplín, Mariana, Adela y El Director, y un epílogo, pensado para mayor gloria de su creador.

La cantaora Carmen Linares participa como artista invitada, y, sin acritud, como diría el andaluz del barco y del puro, afirmo que sus tres cantes (soleá, granaínas y seguirilla­s) son los que ofrecen auténtica hondura. A ver: no es que Jondo sea una apuesta desechable, pero en su búsqueda de conectar el flamenco con la danza contemporá­nea es imposible no apreciar un cierto postureo; para entenderno­s: como queriendo mezclar, con resultados discretos, a Carmen Amaya con Beyoncé. Lo viejo y lo

nuevo, lo ancestral y lo moderno. La idea es loable, pero bailaores como Israel Galván, Juan Carlos Lérida y Manuel Liñán ya han llevado la danza de lo jondo a niveles de contempora­neidad estratosfé­rica.

Nada que objetar a los músicos y cantaores (aclarar, eso sí, que el hecho de introducir trombón de varas y batería en el flamenco, después del legado de Enrique Morente, por ejemplo, no es mucha novedad), con especial mención para el guitarrist­a y director musical Pino Losada. Poca queja, por otra parte, del trabajo de la cantaora y bailaora

Ana Salazar, salvo tal vez una cierta tautología en su baile más largo, y tampoco del solvente cuadro de baile. Pero algo no cuadra en el conjunto de espectácul­o. Aceptable puesta en escena, pero confusa dramaturgi­a para dar sentido a los diferentes cuadros, demasiado largos y reiterativ­os algunos de ellos.

¿Hay hallazgos en la coreografí­a? Sí, los hay; como también apreciamos cierto manierismo. En el prólogo, Eduardo Guerrero organiza su baile con un incomprens­ible y casi tedioso tiovivo, dando vueltas y vueltas. Y casi al final, en el epílogo, diríase que el bailaor quiere mostrar más su forma física que su arte (que lo tiene), alargando innecesari­amente una secuencia que, más breve y austera (liberada de cierta gestualida­d algo ampulosa) habría dado la auténtica medida y hondura de su talento. El final del pasaje, a la espera del aplauso del público, rompe un desenlace dramático en el que Rosita transmite con pesar su tránsito por el desamor de su soltería.

Así las cosas, Jondo funciona más (con los contras ya comentados) como una sucesión de acontecimi­entos flamencos sueltos que como una creación que conecta los personajes en los que se quiere reflejar. En cualquier caso, juzguen ustedes y probableme­nte, como hizo el público que asistió al jueves al estreno, desmientan a este cronista.

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ANDREEA VORNICU ‘Jondo’ está en el Teatro Principal de Zaragoza hasta el domingo.

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