Una avalancha de realidad
El sueño olímpico se frustró, por suerte, antes de que la política y el cambio climático atraparan a Aragón y Cataluña en su propia trampa
En estos días en los que vuelven a las portadas los discursos trasvasistas por la extrema dureza con la que actúa la sequía y las imágenes desoladoras de un Pirineo instalado en una inesperada primavera infinita en el mes de enero, me vienen a la memoria aquellos meses no tan lejanos en los que la discusión política era otra, la cuota de sedes y pruebas que iban a albergar Aragón y Cataluña en ese proyecto conjunto llamado Juegos Olímpicos de Invierno 2030 que, por momentos, parecían obligados a sacar adelante con calzador. Las desavenencias entre dos territorios hermanos y colindantes que no eran capaces de ponerse de acuerdo con el testigo mudo de un Gobierno central de Pedro Sánchez que no estaba, como ahora, atado en Madrid de pies y manos con sus socios catalanes. Los mismos que entonces siempre trataron a las aspiraciones aragonesas como un minúsculo ruido de fondo que acallar con facilidad. Y hacerlo con la inestimable ayuda del Comité Olímpico Español (COE), presidido por un Alejandro Blanco que, desde entonces, está desaparecido. Le salió respondón ese dócil compañero de viaje y al final todo el proyecto se fue al traste. Qué alivio ahora.
Si nos ponemos a imaginar la foto que tendría Aragón encima ahora de la mesa da hasta escalofríos. Primero porque entonces se repartían las diferentes pruebas olímpicas en sedes que hoy pasan apuros para abrir un porcentaje digno de pistas y de remontes para sus esquiadores habituales del invierno. Quienes conocen bien las cumbres aragonesas y esos espacios de ocio no dudan en asegurar que nunca lo habían visto así. Y será verdad si los organismos oficiales hablan de lo mismo. El cambio climático ha dejado de ser una amenaza, es una realidad con la que hay que lidiar. Toda una vida pensando en lo que dejaríamos a las generaciones venideras y resulta que, viendo la evolución y la opinión de los expertos, parece que no va a ser una herencia a nuestros hijos y nietos sino el pan nuestro de cada día con el que lidiar en los próximos años. Los más optimistas aún se aferran a que es solo un mal año o que lo mejor está por llegar, que la temporada no está perdida. Ojalá sea así por todas las familias y municipios que viven de ello en el Alto Aragón.
En segundo lugar, el panorama político actual, otro cambio climático en estado puro. Con Aragón en manos de un PP y Vox que han convertido a los gobernantes catalanes y el independentismo en general en su ingrediente indispensable para hacer política en España y en Aragón. Es imposible imaginar a Jorge Azcón ya Pere Aragonés sentados en la misma mesa a hablar del espíritu olímpico. Vamos, ni de eso ni de nada. Tampoco es que al presidente catalán lo imagine pensando en otra cosa que no sea apretar a Moncloa, estirar ese eslogan, la amnistía o cualquier otra ocurrencia que suene a retorcer aún más la dignidad del Estado opresor español. Cuánto orgullo en junio de 2022, cuando se finiquitó el proyecto olímpico, al denunciar que había vencido el anticatalanismo y que Cataluña podía organizarlos en solitario, y qué destreza un año y medio después al tirar la toalla amparándose en el cambio climático y la falta de lluvia y nieve. La culpa siempre la tienen otros, claramente, ya sea un partido político o la meteorología. Ahora, en 18 meses han pasado de ser flamantes organizadores de un macroevento deportivo de élite con abundante nieve y cuantiosos visitantes e ingresos, a gestionar la escasez de agua y las restricciones por la sequía. Qué ironía.
Y en tercer lugar está el escenario en Aragón, que también dijo de ir en solitario a por los Juegos de 2034 y ese verano de 2022 secó toda aspiración de una forma silenciosa. Pero no abandonó su deseo de conseguir la ansiada unión de estaciones entre Candanchú y Formigal, un proyecto que aguarda dormido en un cajón a la espera de una mejor oportunidad. Ahora que ya no podrá ser costeada con fondos europeos, a los aragoneses solo les queda pagarla a pulmón. Con una cita olímpica que organizar sería más fácil convencer al contribuyente. Sin ella, es solo una millonada para conseguir un acto de fe: que la supervivencia del sector y de los valles dependen de ella. Y si no, la culpa será de otros también. Al final no eran tan distintos.
la unión de estaciones, solo es un proyecto ‘dormido’ que espera la oportunidad