La ley del silencio en el cine español
Los casos de violencia sexual aparecen con cuentagotas por miedo a perder el empleo, pero el sector estudia incluir cláusulas antiacoso en los contratos
El secreto mejor guardado del cine español es el nombre de nuestros acosadores sexuales». Con esta broma, el cómico Julián López metió el dedo en la llaga durante la gala de los premios Feroz de 2018. Un año antes, un reportaje del New York Times destapó la caja de los truenos. El MeToo vapuleó el cine estadounidense. El todopoderoso Harvey Weinstein fue condenado en 2020 a 23 años de cárcel por agresión sexual y violación. Las mujeres a las que había atacado, como la actriz Asia Argento, se mostraron orgullosas de «formar parte de la mayor revolución feminista desde la conquista del voto». La descomunal fuerza del MeToo en Hollywood no se ha contagiado a otros países. España, ni de lejos. ¿Por qué? «Esa es la pregunta que nos hacemos todas en la industria. Pero dejad de preguntarnos a nosotras, hablad con ellos», responde a este diario una productora que prefiere mantenerse en el anonimato.
Maribel Verdú y Leticia Dolera fueron las primeras en hacer una denuncia social de abusos en carne propia. Aitana Sánchez-Gijón explicó que tuvo que salir corriendo de una habitación de hotel en la que le había citado un director extranjero para unas pruebas. Carla Hidalgo huyó de un acosador que le soltó que si no se acostaba con él no trabajaría en la vida. La detención del productor Javier Pérez Santana como presunto agresor sexual en los Feroz del año pasado y el reciente caso Vermut, destapado hace días por El País, demuestra que el acoso y la violencia sexual forman parte de la industria audiovisual española.
Destacados productores y directores declinan la invitación para hablar del MeToo en España. El polifacético Roberto Enríquez, conocido como Bob Pop y creador de la serie Maricón perdido, asegura que se siente completamente libre para hablar, precisamente, porque no está metido de lleno en la industria. «En el cine español hay depredadores y acosadores. Todo el mundo lo sabe. Pero un MeToo gigante como el de Estados Unidos es imposible porque nuestra industria es muy pequeña, frágil y endogámica. No lo resistiría, sería su fin», destaca.
El autor mira directamente a sus compañeros varones. «Somos nosotros los que tenemos que dar el paso. Se exige al feminismo que haga su trabajo, pero los que tenemos faena por delante somos nosotros. Nos tenemos que empezar a plantar y a dejar claro que determinadas actitudes no son normales», subraya. El primer paso es identificar el acoso y el segundo, contarlo públicamente. «Exigir heroicidades es complicado», reconoce Bob Pop, que insiste en que el cine español es una industria tan precaria económicamente que «si tienes que elegir entre comer y pagar el alquiler o exigir justicia escogemos lo primero». De hecho, El 77% de los artistas españoles ingresan al año menos de 12.000 euros, según el último informe de Aisge, la entidad que gestiona los derechos de propiedad intelectual de los actores, dobladores, bailarines y directores de escena.
Montxo Armendáriz, que ya en 2011 mostró el lado oscuro de los abusos sexuales en la película No tengas miedo, también se atreve a hablar claramente. «Siempre he manifestado todo mi apoyo a víctimas de cualquier tipo de abuso o agresión sexual y también mi admiración hacia quienes tienen el valor de denunciar esta lacra. Nuestra profesión debe plantearse muy en serio este problema y tomar medidas urgentes, explica el realizador.
Otros varones prefieren no hablar. «A lo mejor me saltan al cuello si lo hago», se escuda un alto cargo de la industria cultural. Ese es, precisamente, el gran problema para que el MeToo en España no tenga la fuerza que tiene en Estados Unidos. «Vivimos en una sociedad profundamente conservadora, y nos envuelve una espiral de silencio», analiza Judtih Colell, directora y presidenta de la Acadèmia del Cinema Català. La industria del cine es, sentencia, «un sector precarizado donde las mujeres somos las que más podemos perder. Esto se acabará el día que, estructuralmente, podamos no tener miedo a hablar». La academia catalana, precisamente, ha abierto un departamento contra los abusos y el próximo julio se conocerán sus datos. El Festival de San Sebastián también ha activado protocolos antiacoso y ha puesto en marcha, desde su última edición, un teléfono de atención a víctimas de agresiones sexuales operativo las 24 horas. «No solo era ayuda telefónica. Facilitábamos asistencia psicológica o policial. Lo que hiciera falta, pero por suerte no se recibió ninguna llamada», explican fuentes del certamen.
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GUÍA PRÁCTICA La asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales (Cima) ha dado un paso más allá. Están trabajando en la creación de protocolos y la inclusión de cláusulas contra el acoso sexual dentro de los contratos laborales. «El acoso sexual es una manifestación del abuso de poder. Si el poder está en manos mayoritariamente masculinas, ese acoso se dirige
contra las mujeres. Lamentablemente, el cine y el audiovisual español no constituyen una excepción a esta realidad. Ha llegado la hora de decir basta», explican fuentes de la asociación, que también planea una guía práctica de respuesta urgente ante casos de violencia sexual para cineastas.
Queda mucho por recorrer, pero la industria ha dado un paso de gigante. En sus memorias, Lola Flores contaba cómo, recién llegada a Madrid, «vendió la honra» a un anticuario por 10.000 duros en metálico, dinero con el que sacó a flote el bar de sus padres y montó un espectáculo con Manolo Caracol. Los tiempos han cambiado y cada vez más las mujeres (productoras, directoras y actrices) son las figuras importantes y premiadas del cine español. Pero todavía hay mucho poder masculino oscuro y dañino. «Lo que necesitamos son voces masculinas que digan que determinadas conductas no están permitidas. Todos y todas hemos mirado hacia otro lado. No puede ser. Hablemos de ello y dejemos de blanquear», pide la productora María Zamora (Alcarràs).
En los pasillos de los últimos premios Feroz se escuchó mucho una frase que, seguro, también se escuchará en los Gaudí y en los Goya: «¿Dónde está la presunción de inocencia de Vermut?». Zamora se revuelve ante este tipo de comentarios. «La denuncia social es muy importante. De hecho, los grandes cambios que vivimos se producen desde la calle, desde la sociedad. No tiene nada que ver una denuncia social con una denuncia ante un juzgado. Las víctimas son perfectamente dueñas de su discurso», concluye.