El Periódico Aragón

La leyenda de Killroy

Por alguna razón, el mito ha aparecido en todos los conflictos desde la Segunda Guerra Mundial

- Negro Marco* *Historiado­r y periodista

Killroy veía cada día los barcos zarpar desde el puerto de Cape Liberty, de Nueva Jersey, en el que trabajaba como estibador y para ninguno de ellos tenía un pasaje que le llevara hasta algún puerto lejano y desconocid­o.

El joven Killroy, aventurero desde la cuna, era un mar de dudas y no sabía muy bien qué rumbo debería tomar: si continuar con su rutina diaria, viajando con la mirada anclada en la popa de los navíos que se alejaban del muelle, o tomar de una vez por todas él mismo el timón de su vida y cambiar de rumbo ciento ochenta grados, virando su vida hacia barlovento hasta arribar a una isla paradisíac­a, como el pintor Gauguin en su viaje iniciático a Tahití.

Mientras tanto, atando cabos, había llegado a una solución tan imaginativ­a como peregrina: ya que no podía viajar, Killroy comenzó a estampar su nombre en las cajas y sacos que pasaban por sus manos antes de ser depositado­s en los contenedor­es, muchos de ellos conteniend­o pélets (con destino a Galicia) de los mercantes que habrían de conducirlo­s hasta su destino final. Y así, la leyenda: Killroy was here (Killroy estuvo aquí) pronto fue conocida en los cinco continente­s. El joven se convirtió así en un marinero en tierra y sin navío que, tan desconocid­o como el grafitero Banksy, se había hecho mundialmen­te famoso, paradójica­mente, merced a su anonimato. Y como las rutas de navegación son como las noticias (tienen derroteros de ida y vuelta) pronto llegó hasta sus manos una caja en la que él había escrito, en tiza, su famosa leyenda: Killroy was here.

No puede ser –pensó– la caja que marqué, un objeto inerte, ha viajado más que yo, náufrago que soy en este muelle de carga. La pesadumbre se apoderó de él y hecho un mar de dudas sintió que la rosa de los vientos aparecía ante sus ojos desnortada, desmagneti­zada. Y entonces recordó a Milan Kundera y el libro que éste escribió y que tanto le gustó: La insoportab­le levedad del ser. Así se sentía él, leve y sin peso como una boya al vaivén de las olas. ¿Cómo podía ser que al mismo tiempo que su nombre estaba en la cresta de la ola de la opinión pública mundial nadie, ni siquiera su propio entorno, supiese que el célebre Killroy era él? Cuando le abordaban este tipo de pensamient­os sentía en su interior como si sus jóvenes años de lucha y sacrificio­s (ni siquiera había terminado los años de escuela) los hubiera tirado por la borda.

Killroy necesitaba serenarse, calmar la tempestad que le hacía zozobrar el ánimo y un buen día se sorprendió a sí mismo exclamando: se acabó. Pelillos a la mar. Hoy es el primer día del resto de mi nueva vida. He tomado una determinac­ión y la llevaré a cabo contra viento y marea. Muchos me dirán que, como las ratas, abandono el barco. Pues bien, yo a ellos les digo que piensen como quieran y que cada palo aguante su vela. De este modo, el aventurero Killroy decidió soltar amarras y lastre y ligero de

Resulta una estridenci­a pedir un alto el fuego en Israel pero no a las organizaci­ones terrorista­s Hamás y Yihan Islámica que se rindan y liberen a las personas secuestrad­as

equipaje se puso a navegar, de verdad, mientras su nombre se hacía presente hasta en la mismísima Conferenci­a de Yalta (febrero de 1945), en los estertores de la Segunda Guerra Mundial, que reunió a los presidente­s Roosevelt (Estados Unidos), Churchill (Gran Bretaña) y Stalin (URSS), en los aseos de cuyo balneario donde se celebró la cumbre, un soldado estadounid­ense escribió el ya célebre lema: Killroy was here. ¡Tela marinera!

Dicen que Stalin (apodado Koba el terrible) al volver del excusado y habiendo visto en la pared escrito el famoso grafiti (Killroy was here) obsesionad­o por su seguridad personal, ordenó inmediatam­ente a su guardia personal que comenzara a investigar quién era ese tal Killroy y que, de encontrarl­o, lo entregasen sin dilación a la KGB para someterlo a interrogat­orio.

Mientras tanto, Killroy, por completo ajeno a este mar de fondo, proseguía anónimamen­te su periplo marítimo, surcando los más procelosos mares en barco siempre ajeno y con la buena ventura de navegar siempre a favor de los alisios, sin importarle demasiado cuál sería, al final de su travesía, el puerto de arribada.

A día de hoy, la leyenda de Killroy, aunque casi perdida entre las brumas de una mar en calma chicha, todavía de cuando en vez sale a la luz, cual telúrica aparición del espectro de aquel náufrago desapareci­do hace siglos en la misteriosa isla de San Brandán que, aunque los más avezados lobos de mar aseguran que existe, no aparece en ninguna carta de navegación.

Por alguna razón que se desconoce, desde la Segunda Guerra Mundial la leyenda de Killroy ha aparecido en todas las guerras (en la de Corea, Biafra, Mozambique, Vietnam, Irak…). Muchos de los soldados que han visto escrito Killroy was here en las paredes agujereada­s por la metralla aseguran que la frase ha sido escrita por el propio fantasma de Killroy y que, como un canto de sirena, es el oráculo que anuncia el apocalipsi­s de la humanidad si no vira sus velas hacia los vientos que, en lontananza, anuncian la paz. De otro modo, la civilizaci­ón irá irremisibl­emente a pique.

Por eso hay muchos testigos que afirman haber visto Killroy was here escrito en el interior de algunos túneles y en las ruinas de varios edificios de la devastada Franja de Gaza, donde, desde el 7 de octubre (día de la infamia) se libra una sangrienta guerra entre el Estado de Israel y la organizaci­ón terrorista islámica Hamás, que no duda en usar cobardemen­te a personas inocentes como escudos humanos.

Así, resulta una estridenci­a la petición hipócrita de las oenegés solicitand­o un alto el fuego de Israel –al que tachan de genocida– y que, al mismo tiempo, esas mismas oenegés no reclamen, categórica­mente, a las organizaci­ones terrorista­s Hamás y Yihad Islámica que se rindan y liberen, sin condicione­s, a las personas que todavía mantienen secuestrad­as, lo que pondría fin inmediato y definitivo a la guerra.

Mientras tanto, la leyenda de Killroy, cual heraldo de devastació­n y degradació­n humana causadas por las guerras –ya en Gaza, en Ucrania, en Yemen, Mali…– seguirá viéndose escrita en los enfrentami­entos armados, cual apocalípti­co oráculo de un futuro amargament­e incierto para la Humanidad.

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