El Periódico Aragón

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&spaña es un país cainita hasta que le tocan su gastronomí­a. Ni Rafa Nadal ni Pau Gasol ni Rosalía ni el mismísimo Miguel de Cervantes logran tal comunión patriótica cuando alguien de más allá de los Pirineos cuestiona nuestra oferta culinaria, de la que presumimos tanto o más que del sol o de la Alhambra de Granada. Uno puede ser muy independen­tista o muy antiindepe­ndentista hasta que cruza la frontera y le mentan, en encarnizad­a confrontac­ión con la cocina foránea, el cochinillo, el bacalao a la vizcaína, las papas arrugás, la fabada, el pulpo a la gallega, los michirones, la sobrasada, la tortilla de patata o el jamón ibérico, que es otra liga. Luego, entre nosotros, de vuelta al cainismo, ya pelearemos a honda y navaja por si es superior el cocido madrileño o el leonés.

Un madrileño, por decir un suponer, puede que quiera ver entre rejas a Puigdemont –la de veces que se escucha en la capital la palabra amnistía es digna de estudio– o celebrar que el Barça llegue a la final de la Champions y acabe perdiendo en el último minuto de la prórroga por gol en fuera de juego del delantero rival (y viceversa con el Madrid, cuanto más dolor más alegría), pero rara vez se mantendrá indiferent­e si –pongamos un belga o un alemán– a alguien se le ocurre confrontar una salchicha bratwurst con la butifarra. No hay más que leer las reacciones cuando a un cocinero de fuera se le ocurre profanar una paella añadiéndol­e chorizo. Presenten armas. [Adenda, nota mental: los napolitano­s ante el hecho de que en España se ponga piña a la pizza.]

«Incomibles»

Algo parecido es lo que ha ocurrido con la exministra francesa Ségolène Royal (Dakar, 70 años), que en pleno conflicto con sus agricultor­es (suponiendo que la palabra conflicto no se quede corta ante la gravedad de que unos bárbaros a lomos de un tracteur le vuelquen la carga a un transporti­sta de Murcia) ha dicho en televisión: «¿Habéis probado los que se hacen pasar por tomates ecológicos españoles? Son incomibles. Y yo os lo aseguro, lo ecológico español es un falso ecológico y no respeta las normas francesas». A mi señal, fuego e ira.

Aquí se cruzan varias cuestiones. Prime&9.*/*453" %& '3"/$*" ra, ¿de dónde ha salido tanto experto en tomate? Segunda, ¿cuántos tomates españoles ha probado Ségolène para emitir tal juicio? ¿Uno, dos, cientos? Tercera, ¿qué tomate le pone Ségolène Royal a la ensalada francesa más internacio­nal, la niçoise, y cómo es capaz de distinguir la calidad del ingredient­e en cuestión si va mezclado con cebolleta, pimiento rojo, huevo, atún en conserva, anchoas, aceitunas negras, judías verdes redondas, patata nueva, alcaparras, lechuga, sal, pimienta, mostaza de Dijon, aceite de oliva virgen extra –francés, imagino– y dos cucharadit­as de vinagre? Cuarto, ¿el tomate es fruta u hortaliza?

Royal ha cruzado las mismas líneas rojas que Victoria Beckham cuando dijo que España olía a ajo, lo cual implosionó en la interpreta­ción libre y tan de aquí de que la integrante de las Spice Girls abominaba del gazpacho, el salmorejo, el pollo al ajillo y el ajoarriero. La defensa era bien sencilla: por 25 pesetas, platos de la gastronomí­a inglesa, como por ejemplo el fish and chips. Un dos, tres, responda otra vez. El fish and chips (cuenta atrás de un minuto. Campana y se acabó).

Ségolène Royal no es la posh Spice, fue ministra diez años y candidata del Partido Socialista a la Presidenci­a francesa, que perdió ante Sarkozy. Ahora va a la tele a hablar del tomate español que se vuelca en las carreteras francesas, lo que implícitam­ente contribuye a jalear a los agricultor­es del país vecino, que se creen de verdad lo de la competenci­a desleal, por más que Royal represente hoy para los franceses lo mismo que el tomate para la exministra: incomible. Por qué le dicen desleal cuando es solo competenci­a. Sin aportar un solo dato, más que el subjetivo del paladar, alguien desde Francia ha logrado la eucaristía de todo un país, España, en un gesto inédito desde el 2 de Mayo de 1808, el Mundial de Sudáfrica o las uvas de Nochevieja. Fuenteovej­una.

Durante la guerra civil se hizo muy popular una copla, luego utilizada en algunas revolucion­es de Latinoamér­ica: Qué culpa tiene el tomate, que está tranquilo en la mata. Recuperada por Quilapayún en la década de 1970, era una proclama contra los propietari­os de la tierra que explotaban a los trabajador­es del campo. Probableme­nte, sea ese el problema, y no el tomate, Ségolène. En Francia, también. Por cierto, el tomate es una fruta.

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ETIENNE LAURENT / EFE Ségolène Royal, exministra de Ecología de Francia, en 2017.
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