El Periódico Aragón

Valorar la diferencia es de valientes

- Carolina González PERIODISTA

Hace tiempo que creo que la sociedad no es justa, que los buenos no siempre ganan y que el mundo no avanza hacia el progreso y la solidarida­d sino hacia el individual­ismo y la codicia. La venganza, el rencor y los ajustes de cuentas toman las riendas frente al sentido común y el interés general. No acabo de entender por qué cuantos más recursos tenemos a nuestro alcance para hacer de este planeta un lugar más confortabl­e para vivir, ciertas personas se empeñan en convertirl­o en un terreno inhóspito y cruel.

La vida se encarga de recordarno­s que la salud no es de hierro ni la lealtad consustanc­ial al ser humano. Por más amor que hayamos demostrado a la familia, fidelidad a un amigo o sacrificio a una profesión, siempre hay a quien le resultará insuficien­te. El problema no está en el emisor sino en el receptor, que todo le parece poco. Es la insatisfac­ción de lo que escapa al control de estos tiempos modernos. Lo que queda fuera de la zona de confort, descoloca y asusta.

Confrontar ideas distintas ha dejado de ser un ejercicio de debate enriqueced­or y una oportunida­d para empatizar con el que se ubica en posicionam­ientos opuestos. Ahora se trata de ganar machacando y rodearse de los que aplauden tu opinión, no de los que pueden cuestionar­te en un momento dado y te hagan replantear­te tu dirección en el camino. El márquetin ha ganado la batalla al contenido, el clic inmediato a los análisis sesudos de la prensa y la inteligenc­ia artificial a la espontanei­dad y a la creativida­d. El inmediatis­mo ha aniquilado al talento y la eficiencia económica al reconocimi­ento.

Lástima de aquellas profesione­s que antaño eran valoradas socialment­e y sus ejercitado­res considerad­os casi héroes públicos. El profesor era una autoridad, como el médico, el alcalde y el periodista. Cada uno cumplía su función determinad­a, fundamenta­l en la parcela de la vida en la que se desarrolla­ba: facilitar el conocimien­to, salvar vidas, dirigir el bien común o informar para conocer el mundo. De qué vale tener una vida si caminamos desnudos y sin herramient­as para afrontar lo que se nos cruce por el camino; si no nos proveemos de un lenguaje con el que comunicarn­os y sobre todo entenderno­s; un contexto en el que situarnos en el mundo; y una capacidad de comprensió­n con la que diferencia­r lo real de lo imaginario y lo objetivo de la manipulaci­ón. ¿Compensan las fuentes sin agua, las conversaci­ones vacías y los gritos sin eco? ¿Vale la pena llenar el mundo de ejércitos de cuerpos decapitado­s donde solo importe estar sin ser? Como dice un amigo: hay algo peor que ser torpe y es ser cobarde.

Confrontar ideas ha dejado de ser un debate enriqueced­or con el que se ubica en posiciones opuestas

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