El Periódico Aragón

Se acabó una parte del miedo

- Ángela Labordeta PERIODISTA Y ESCRITORA

Del mismo modo que durante muchos años se sabía que existía corrupción en la vida política española y sin embargo nadie hablaba de ello porque era mejor mirar hacia otro lado y hacer como si eso del tres por ciento no existiera, también se conocían los nombres de las amantes del Rey emérito a pesar de que nunca fueron nombradas y por supuesto se sabía, era un silencio manchado de gritos, que existía acoso hacia las mujeres en su vida laboral, acoso que en muchos de los casos, por no decir en todos, era de violencia sexual. Hace unos días los periodista­s Gregorio Belinchón, Ana Marcos y Elena Reina publicaron una informació­n relativa al director Carlos Vermut, al que diferentes mujeres acusan de violencia sexual, y como no puede ser de otra manera surgieron los miedos de aquellos otros que han abusado de las mujeres haciendo uso de su poder y que no quieren estar en una lista donde lo único que se denuncia es una práctica muy extendida y que era la de intimidar a la mujer por ser mujer y al intimidarl­a abusar sexualment­e de ella, porque de él dependía que ella obtuviera un mejor trato profesiona­l o alcanzara esa puerta de entrada a un lugar exclusivo para ellos.

Pero la práctica de intimidar o abusar de las mujeres estaba tan extendida y tan normalizad­a que podía ocurrir en cualquier ámbito profesiona­l, sin que ese abuso o «intento de» tuviera que ver con la proyección laboral de la mujer. Simplement­e un hombre se podía tirar encima de una mujer porque sí, porque era un hombre y le estaba permitido. Y en esa ecuación tan imperfecta fuimos creciendo unas y otros, unas callando lo que sucedía y otros normalizán­dolo porque así eran las cosas y así se vivía, ellos mucho mejor que nosotras, pero eso a quién le podía importar cuando en los despachos solo habitaban pantalones y en las sobremesas se contaban chistes sobre maricones y putas.

Hoy, con motivo de la gala de los Premios Goya, volverán a alzarse voces que denunciará­n una vez más el trato desleal, siempre denigrante y violento hacia las mujeres, y surgirán los ecos de aquellos que lo nieguen, con timidez, eso sí y cierta vergüenza, pero intentando acortar los tiempos y cayendo ahora en la trampa de hacernos creer que existe una persecució­n contra el hombre, cuando la única que ha sido perseguida y abusada ha sido la mujer.

Se acabó una parte del miedo y del silencio; desgraciad­amente pervive otra que se oculta en las sombras y en el comedor de casa y que sigue teniendo como víctima a la mujer indefensa y solitaria.

La práctica de abusar de la mujer estaba tan extendida que podría ocurrir en cualquier ámbito

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