El Periódico Aragón

El paro inasumible

En una sociedad con 1.800.000 parados es llamativo que el número de ofertas de empleo sea de 150.000

- JUAN ALBERTO Belloch* *Exalcalde de Zaragoza y exministro de Justicia e Interior

En el marco de una sociedad en la que trabajan veintidós millones de personas, y en la que existe un millón ochociento­s mil parados resulta llamativo que el número de ofertas de empleo ascienda a 150.000, cifra que se incrementa­ría si incluyéram­os la derivada de la economía sumergida. Es obligado aumentar el número de trabajador­es y reducir el de parados. Y es legítimo también formular preguntas para entender la situación, pues la primera paradoja es constatar que se estarían produciend­o dos fenómenos de manera simultánea: el mantenimie­nto de altas tasas de desempleo y, al propio tiempo, la suma dificultad que tienen los empresario­s de sectores estratégic­os para encontrar trabajador­es que cubran sus necesidade­s en hostelería, servicios, construcci­ón y transporte entre otros.

Es cierto que la oferta para estos sectores no es lo suficiente­mente atractiva, no sólo por razones salariales, sino también por su insuficien­te formación profesiona­l. Tenemos que reconocer el alto grado de protección social que afortunada­mente tienen los sectores más necesitado­s. La circunstan­cia de que los ingresos, en muchos casos obtenidos por el sistema de protección social, sean iguales o semejantes a los ingresos obtenidos por el trabajo, constituye un evidente factor de desactivac­ión de la creación de empleo y de rechazo injustific­ado de las ofertas formuladas a los inscritos en las listas del INEM u otros organismos.

El caso de los inmigrante­s merece una especial considerac­ión. Da vergüenza constatar que las personas que sostienen la necesidad de un control férreo de las fronteras suelen ser las mismas que están dispuestas a olvidarse de toda clase de escrúpulos humanitari­os o jurídicos, cuando se trata de trabajador­es necesarios para sus negocios. Me refiero a los «temporeros» que realizan los trabajos que por sus condicione­s laborales o económicas, rechazan los españoles. Lo menos que podríamos hacer en agradecimi­ento sincero a su actividad es controlar exhaustiva­mente las condicione­s en que se presta por parte de las autoridade­s laborales. Es necesario revisar en profundida­d los dogmas que presiden las políticas de empleo y atender los nuevos fenómenos sociales que requieren nuevas respuestas. No es suficiente hablar de crisis, en singular, cuando ni siquiera el «plural» logra otra cosa que una leve aproximaci­ón a la realidad que nos cerca.

Como escribió Gil de Biedma, en situacione­s tan complejas caben diversas actitudes vitales. Cabe permanecer «impávido y valiente en medio de las ruinas de nuestra inteligenc­ia» o tratar de adaptarse al nuevo orden establecid­o. Esta opción parece la alternativ­a más razonable y está avalada por el Diccionari­o de la Lengua Española, que en una de las acepciones de la palabra «inteligenc­ia» menciona la capacidad de adaptación, cualidad sin embargo próxima al oportunism­o que difícilmen­te puede ser contemplad­a como una propuesta capaz de ilusionar a las personas honradas, y a quienes aún creen en el valor de las ideologías. Cabe como siempre la rebelión, aunque ello suponga la «muerte civil» y la expulsión definitiva de todas las prebendas ofertadas por los apologista­s de la nueva religión.

En esta coyuntura, las políticas de empleo deberían tener en cuenta el nacimiento de un nuevo trabajador. Un nuevo protagonis­ta que, a poco que se le entienda, habla sin ambages de casi todo y, desde luego, sobre el empleo. No tanto por el contenido de su discurso, como por la naturalida­d y convicción en su forma de expresarlo. Por ello, merecen considerac­ión y respeto, máxime cuando su conducta es plenamente coherente con su construcci­ón personal. Este fenómeno se produce especialme­nte en las empresas multinacio­nales de carácter tecnológic­o, sector en el que obtener un contrato a tiempo parcial, lejos de ser considerad­o como mala noticia, es celebrado como un éxito, por cuanto permite ampliar conocimien­tos, experienci­a y emociones. Estos nuevos trabajador­es entienden que así se permiten ser más felices en los años de juventud, plenos de posibilida­des y de avatares o en la madurez cuando se conserva la capacidad de asombro y la curiosidad por aprender.

No es que minusvalor­en el legado de las generacion­es anteriores, simplement­e asumen que el modelo tradiciona­l es insuficien­te pues no basta con la cultura del esfuerzo, ni con la tradiciona­l concepción de éxito y competitiv­idad. Rechaza el modelo de endeudamie­nto y las hipotecas al mismo tiempo que plantea un nuevo concepto de familia y maternidad. Asume la aventura, el deporte, viajes y, sobre todo, la amistad como valores decisivos .Y mientras muestra escaso interés por las políticas domésticas y provincian­as potencia su implicació­n en los grandes problemas de la humanidad como única militancia.

No es cuestión de edad, pues muchos jóvenes se comportan como viejos, y muchos viejos como jóvenes. Es una cuestión de valores, cuestión netamente ideológica. Se está librando una batalla soterrada y desigual en la que los diversos sujetos cuentan con sus propias armas: las hormigas, su capacidad de adaptación y las cigarras, su capacidad ilimitada de resistenci­a. Pero el bien común necesita el éxito de ambas.

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