El Periódico Aragón

El sector agrario: en la encrucijad­a

Europa no debe ser dependient­e y mucho menos permitir que sus consumidor­es estén expuestos a productos que no cumplen con los mínimos exigidos que protegen nuestra salud. La revuelta del campo debe acabar con una negociació­n en el Parlamento europeo

- Gonzalo Arguilé EXCONSEJER­O DE AGRICULTUR­A DEL GOBIERNO DE ARAGÓN

Como algo muy lejano recuerdo el despertar del campesinad­o español en los años 70 del pasado siglo. El dictador moría en la cama mientras la sociedad española despertaba de una larga y penosa pesadilla. Uno de los sectores económicos y sociales más significat­ivos (más del 46% de la población activa), se quitaba el miedo y su longeva maldición para hablar alto y claro hacia los poderes públicos, en medio de los últimos coletazos de la dictadura.

Todo seguía estando como en los 40 años anteriores. El sindicato vertical trataba de dominar y seguir controland­o a los hasta entonces mansos campesinos. La Hermandad Nacional de Labradores y Ganaderos, las cámaras oficiales sindicales agrarias, y las Cámaras Agrarias Locales eran los tres estamentos que controlaba­n al campo español amordazánd­olo para no molestar al poder y obedecer sin rechistar. Pero tras la muerte de Franco el campo estalló y la falsa mansedumbr­e se tornó en un movimiento cuasi revolucion­ario, incomprens­ible para los gerifaltes franquista­s. Estallaron de pronto las guerras del pimiento, del tomate, del vino, de la leche y del maíz. Cada cultivo era una fuente de conflicto, un frente de guerra. El sector productivo agrícola era un edificio construido durante el franquismo con materiales fraudulent­os; un edificio en ruinas que se desmoronab­a a pedazos.

Reuniones clandestin­as, manifestac­iones en las capitales de provincia y en Madrid, multas cuantiosas, detencione­s, carreras delante de la Policía, porrazos sin miramiento­s, tractorada­s (la mayor, con 180.000 tractores). Gran apoyo de la prensa, del sector progresist­a de la Iglesia, de la universida­d, de gran parte de la sociedad, de la ciencia agraria, de los aún incipiente­s partidos políticos sin legalizar, de los trabajador­es y de sus, también, embrionari­os sindicatos. Fue una gran explosión social que acabó en pocos años con el reconocimi­ento de una nueva sociedad campesina.

El Gobierno de transición reconoció el nuevo paisaje sindical. El sindicalis­mo vertical pasó a mejor vida y las nuevas organizaci­ones agrarias irrumpiero­n en los albores de la democracia. Así nacieron COAG, CNAG –sindicatos progresist­as y conservado­res, respectiva­mente– y los proguberna­mentales de UFADE y CNJA. Al mismo tiempo que UGT recuperaba para el campo la FTT.

La primera piedra

Todo iba muy deprisa, aunque con un enorme esfuerzo por parte del sector agrario, del Gobierno y la Administra­ción. Con sinceridad, creo que todos poníamos lo mejor de nosotros mismos para ir colocando las primeras piedras del sistema democrátic­o. Para los gobiernos resultaba difícil avanzar y construir el nuevo sistema con una inflación del 27% y un paro que rebasaba el 25%. Sin embargo, el sector agrario estaba tan ruinoso que el poder político no encontraba ni la fórmula ni los medios adecuados para sacarlo a flote. Fueron seis o siete años de luchas continuas, decepcione­s, pobreza y abandono. Pero en 1982, el pueblo español apostó por un cambio de gobierno espectacul­ar. Algunos sindicalis­tas forjados en las luchas campesinas pasamos al ejercicio de la política, los partidos de izquierdas y de derechas reforzaron sus filas con verdaderos expertos en agroalimen­tación, cooperativ­ismo y sindicalis­mo agrario.

Pasaron cuatro años de trabajo político intenso pero, en 1986, España se integraba en la entonces Comunidad Económica Europea (CEE). Muchos ajustes hubo que hacer pero, sin duda y a pesar de que los períodos de aproximaci­ón fueron muy duros (para unas produccion­es fueron 7 años y para otras fueron 10), el campo español experiment­ó un despegue económico espectacul­ar. A pesar de ello, las organizaci­ones agrarias, todos los años en el mes de febrero, encontraba­n motivos para seguir manifestán­dose puntualmen­te en contra de las medidas gubernamen­tales. No era mala cosa, porque así mantenían su potencial reivindica­tivo y su disposició­n a hacerse notar ante cualquier contraried­ad. Pero siendo honestos, en aquellos primeros años como socios comunitari­os nuestro campo despegó por fin y se puso al nivel de los agricultor­es y de los ganaderos comunitari­os. Generosas ayudas y significad­os avances técnicos y científico­s hicieron mejorar

de forma espectacul­ar las explotacio­nes agrarias españolas.

En las fechas de incorporac­ión de España a la CEE, la PAC todavía se desenvolví­a con su generosa formula de ayudas a la producción como lo había hecho desde su creación. El presupuest­o era al comenzar la década de los 90 de 11 billones de pesetas, de los cuales España recibía más de un billón de la antigua moneda española.

Cambios en Europa

Sin embargo, la CEE en 1993 cambió su nomenclatu­ra para pasar a conocerse como CE. Mucho más adelante, en el tratado de Lisboa, pasó a conocerse como Unión Europea (UE). Detrás de estos cambios de nominación e imagen y parejos a ellos se iban modificand­o paulatinam­ente tanto la cuantía de las ayudas como las obligacion­es sobrevenid­as de una nueva cultura de producción impuesta por los lobis medioambie­ntalistas y funcionari­ales.

A partir de los años 90, la UE se pone a abordar otras políticas con el mismo montante presupuest­a

rio. De manera que cada año se reduce de forma desesperan­te el presupuest­o dedicado a la PAC. Pero no solo eso, los excedentes empiezan a ser denostados para justificar la aplicación de penalizaci­ones, como la aplicación del set aside. Se suprimen las ayudas directas a la producción y se crea un sistema de producción histórico y de derechos. Podría poner muchos ejemplos de costosas medidas medioambie­ntales o de bienestar animal que limitan y reducen las ayudas agrícolas de forma paulatina y sin compensaci­ón alguna. Producir alimentos cada día es más complicado y, sin duda, la población activa campesina se envejece y las nuevas incorporac­iones cada día son más escasas.

La última reforma aprobada en el año 2021 para ser aplicada en 2023 ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia y el aguante del campo europeo. Las medidas medioambie­ntales que podían ser paulatinas y asumibles se han convertido en una lista estrambóti­ca de medidas demenciale­s alejadas de la cultura y la economía agraria, las trabas burocrátic­as para las labores agrarias comunes, los inconvenie­ntes para la transforma­ción en regadío, los obtusos argumentos que impiden la forestació­n, la presión sobre los ganaderos y transporti­stas en las exigencias de la UE para el manejo y el cuidado del ganado, la protección de ciertos depredador­es y plagas de animales montaraces. La lista de agravios es larga y comienza a ser asfixiante. ¿Dónde se ha quedado aquella CEE cuyo objetivo era producir suficiente­s alimentos para los ciudadanos europeos y aumentar o, en todo caso, la población activa agraria? En el limbo.

Un limbo que puede salirle muy caro a Europa. Puede pagarlo caro con la destrucció­n del tejido productivo, con el abandono sin remedio del medio rural por parte de sus habitantes y con una creciente dependenci­a de las importacio­nes de alimentos de países terceros sin marchamo de calidad y sin control de elementos contaminan­tes.

Cuando se hizo esta última norma, no mucho antes, el campo y las organizaci­ones agrarias tenían que haber protestado con la vehemencia necesaria para detener el deterioro normativo y el ataque

Cada día es más caro producir y la población campesina envejece sin relevo

burocrátic­o al sector económico que nos proporcion­a los alimentos que precisa una sociedad moderna y avanzada. Europa no debe ser dependient­e, y menos estar sus consumidor­es expuestos a productos alimentici­os que no cumplen con los mínimos exigibles que protegen nuestra salud.

Observar los tractores en la carretera, ver entorpecid­a o interrumpi­da la circulació­n es una manera de dar un aldabonazo a las autoridade­s europeas para que salgan del letargo de confort inconscien­te en el que se vienen instalando desde que comenzó este siglo.

Mi mayor reconocimi­ento a la exterioriz­ación de este enfado con los tractores en la carretera. Desde mi perspectiv­a es como observar con satisfacci­ón que la semilla sembrada en los años 70 del pasado siglo sigue germinando y produciend­o. Pero es mi deseo que el campo no vaya dividido, que la fuerza radica en lo unitario, en la independen­cia y en los acuerdos democrátic­os. Pero sí, la reacción debería haber sido mucho antes. Aunque nunca es tarde si la dicha es buena. Cuando acaben las movidas, todos unidos, agricultor­es de diferentes países de la UE y organizaci­ones de diferente signo, deben ir a negociar con fuerza ante la Comisión, el Consejo y el Parlamento europeo. Es preciso cambiar la tendencia y valorar al campo en lo que vale.

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MIGUEL ÁNGEL GRACIA Decenas de tractores se dirigen, este viernes, a Plaza.
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