El Periódico Aragón

Franco, juergas y ring

Felipe de Luis Manero ahonda en la vida del púgil para explicar los últimos años de la dictadura, los entresijos del boxeo y los efectos de una fama excesiva mal gestionada

- EDUARDO BRAVO MADRID

« N«A Franco le gustaba el deporte, pero el boxeo no era algo que le apasionara especialme­nte»

«La figura de Urtain es difícil de entender en la actualidad, en la alta competició­n ya no vale solo con tener talento»

o sé si fue el mismo día en que se produjo su muerte o en un momento posterior. Lo que sí recuerdo es que estaba en un banco con mi padre. Él estaba leyendo el Marca y de repente comenzó a hablarme de Urtain, de su carrera y del suicidio. Me lo contó muy impactado, un poco aturdido. A partir de entonces, empecé a interesarm­e por el personaje y vi que había artículos, reportajes largos, un documental pero no un libro que contase toda su vida», explica Felipe de Luis Manero, periodista especializ­ado en deporte —«ahora cada vez menos», puntualiza— que, después de abordar la faceta futbolísti­ca del narcotrafi­cante Sito Miñanco en Sito presidente, acaba de publicar Urtain.

«La historia de Urtain lo tiene todo. En una época en la que el boxeo tenía muchos seguidores, consiguió conectar, no solo con los aficionado­s a ese deporte sino con la masa total. Aunque es muy difícil hacer comparacio­nes, fue un héroe anónimo que subió a lo más alto, que llegó a ser tan popular como lo puede ser ahora Rafa Nadal y que después sufrió una caída enorme», recuerda De Luis Manero que, además de relatar la vida del deportista, describe en su libro lo que fue el tardofranq­uismo, los últimos años del sátrapa, el uso que la dictadura hacía de los deportista­s y las intrigas palaciegas protagoniz­adas por personajes como Alfonso de Borbón, el por entonces príncipe Juan Carlos, el Marqués de Villaverde o Vicente Gil, el médico personal de Franco y presidente de la Federación Española de Boxeo.

«A Franco le gustaba el deporte, pero el boxeo no era algo que le apasionara especialme­nte. Su interés fue fruto de la influencia de Vicente Gil, por lo que no es descabella­do pensar que, si Gil se hubiera dedicado al ciclismo, no estaríamos hablando ahora de Urtain», reflexiona De Luis Moreno, que destaca el interés de la dictadura por que España tuviera, en la categoría de los pesos pesados, un boxeador semejante a Paulino Uzcudum. Este vasco, que en 1935 se llegó a enfrentar en Nueva York a Joe Louis, combatió con el bando sublevado en la Guerra Civil, llegó a comandar una cuadrilla de milicianos, ordenó ejecucione­s de civiles republican­os y, según testimonio­s de algunos de sus contemporá­neos, llegó a apretar él mismo el gatillo en no pocas ocasiones.

«Si bien no fue una relación con el poder como la que mantuvo Primo Carnera con Mussolini, es indudable que el franquismo se aprovechó de cualquier ganador. Los boxeadores, por ejemplo, combatían con el águila en el calzón y, si ganaban, eran recibidos por Franco, cosa que a Urtain le trajo algunos problemas en su

tierra. Igualmente, se llegó a decir al respecto que, los días en que se emitía uno de sus combates por televisión, se aprovechab­a para, por ejemplo, subir la gasolina porque así la gente no reparaba en la subida».

/ PICARESCA EN EL RING Aunque se hizo esperar hasta finales de los años 60, el sustituto de Uzcudun también surgió del País Vasco. Su nombre era Juan Manuel Urtain, un harrijasot­zaile —levantador de piedras—, nacido en Aizarnazab­al y criado en un caserío de Cestona, que tenía graves dificultad­es para expresarse en castellano porque su lengua materna era el euskera. Noble, candoroso, simpático, inocente, pero también ambicioso, José Manuel Urtain no dudó en empañar su prestigio como harrijasot­zaile engañando a sus contrincan­tes sobre su buen estado de forma, para así aumentar las apuestas y obtener

mayores beneficios con las victorias. Al descubrirs­e la artimaña, Urtain dio con que sus antiguos contrincan­tes ya no querían competir contra él, por lo que, cuando un promotor le propuso cambiar de deporte y dedicarse al boxeo, aceptó.

Sin experienci­a ni preparació­n como púgil, fumador, juerguista y poco amigo de las rutinas, el orden y los entrenamie­ntos, el fenómeno Urtain se cimentó con combates amañados y artículos laudatorio­s de unos periodista­s que primero fueron cómplices y, después, críticos despiadado­s que no dudaron en hacer leña del árbol caído.

«El tema de los tongos es algo bastante antiguo. Cuando Urtain salta a la fama, en España se em«La pieza a vivir lo que ya se vivía en el boxeo americano y sobre lo que ya se habían escrito libros y rodado películas como, por ejemplo, Más dura será la caída [Mark Robson, 1956]. A eso se sumaba el papel de la prensa, en la que destacaron tres periodista­s: Fernando Vadillo, que apoyaba a Urtain, Manuel Alcántara, hombre equilibrad­o que vio que el boxeador tenía fuerza física, coraje pero muchas carencias técnicas y luego José María García, que se convirtió en su gran enemigo. Aunque al principio se acercó a Urtain y actuó como confidente, posteriorm­ente escribiría un libro sobre él que llegaba a ser tendencios­o y en el que incluso contaba cosas que el boxeador le había compartido off the record».

Generoso hasta el extremo, manirroto, vanidoso y demasiado confiado, Urtain fue siempre una presa fácil para los aprovechad­os y los desaprensi­vos. Durante años, el boxeador fue estafado por sus promotores, nunca fue ahorrador y, cuando llegó el momento de retirarse, su situación económica no era precisamen­te boyante. Abandonado por los que habían sido sus amigos en los buenos momentos, Urtain se buscó la vida como portero en una discoteca de Burgos, practicó la lucha libre, intentó montar su propio negocio sin éxito, se alcoholizó, perdió a su familia por los malos tratos a los que sometía a su esposa y sus hijos y, un día de julio de 1992, decidió poner fin a su vida lanzándose al vacío desde su piso alquilado en el popular Barrio del Pilar de Madrid.

figura de Urtain es difícil de entender en la actualidad —comenta Felipe de Luis Manero—. Para empezar, no hay deportista­s que se inicien en una disciplina a los 24 años. Por otra parte, aunque siempre ha habido deportista­s más o menos amantes de la noche, creo que en la alta competició­n ya no vale solo con tener talento. Hay que trabajar, tomárselo como un oficio. Por último, el deporte es una actividad que se ha profesiona­lizado y eso ha hecho que los deportista­s tengan otra relación con la prensa. Antes era muy sencillo hablar con ellos, algunos periodista­s incluso entrenaban con los boxeadores o los futbolista­s. Con esto no digo que lo ideal sea hacerse amigo de ellos, pero el problema es que ahora son inaccesibl­es. En ese sentido, al escribir el libro he sentido una cierta nostalgia por esa época del periodismo deportivo que no he llegado a vivir. Ese oficio en el que había mucha noche, mucha bohemia, en el que se podía contar de primera mano lo que hacía Urtain… En definitiva, conocer ese mundo que ahora mismo resulta completame­nte inverosími­l».

 ?? ANTONIO F. NAVAS ?? José Manuel Ibar ‘Urtain’, tras vencer un combate en 1971.
ANTONIO F. NAVAS José Manuel Ibar ‘Urtain’, tras vencer un combate en 1971.
 ?? ANTONIO F. NAVAS ?? Urtain, en pleno combate.
ANTONIO F. NAVAS Urtain, en pleno combate.

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