El Periódico Aragón

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- SERGIO Martínez Gil HISTORIADO­R Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN

En la mañana del 11 de febrero de 1873, el rey Amadeo de Saboya sorprendía a todo el mundo anunciando su abdicación al trono de España de forma irrevocabl­e y renunciand­o a cualquier derecho al mismo que pudieran tener él y sus descendien­tes. Acababa así su corto reinado y el paso por el trono español de esta dinastía italiana que hacía poco acababa de liderar la unificació­n de Italia. Amadeo había sido la gran apuesta del general Juan Prim para establecer una monarquía democrátic­a en una España que en 1868 había destronado a Isabel II de Borbón. En las posteriore­s elecciones constituye­ntes, las opciones monárquica­s vencieron a las republican­as, de modo que empezó la búsqueda de alguien que quisiera ser rey de España, y tras varios rechazos e incluso provocar el estallido de la Guerra Franco-Prusiana, fue el italiano quien aceptó. Sin embargo, el primer acto público que realizó nada más llegar a su nuevo país fue asistir al entierro de su máximo y casi único valedor, pues Prim acababa de ser asesinado unos días antes en un atentado.

Apenas reinó poco más de dos años, y ante la terrible falta de apoyos y los desaires de las grandes figuras de la Corte, Amadeo decidió abdicar del trono de un país que estaba viviendo el primer intento de independen­cia de Cuba, un nuevo alzamiento y guerra carlista, y que veía como ese mismo día proclamaba la también efímera Primera República española. Evidenteme­nte, y a esas alturas, no era el primer soberano que abdicaba de sus derechos a la corona, y por ello hoy vamos a hacer un pequeño repaso por algunos (no todos), de los otros casos que hubo a lo largo del tiempo.

Si nos acercamos al Reino de Aragón, en el año 1164 vemos la primera de esas abdicacion­es con el caso de la reina Petronila. Unos años antes, en 1157, falleció su padre, el rey Ramiro II el Monje, quien aunque mantuvo su condición de rey hasta el mismo día de su muerte, en 1137 delegó las tareas de gobierno en su yerno, el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, quien ejerció el poder en el reino aragonés en condición de príncipe (princeps ara

gonum). Fue entonces cuando los derechos al trono de Aragón se transmitie­ron a su hija Petronila, convirtién­dose en ese momento en la reina titular, aunque no ejerciera el gobierno. En primer lugar, porque para eso estaba su marido, pero sobre todo porque los fueros y costumbres aragonesas impedían que una mujer gobernara, aunque sí que permitían el recibir y el transmitir la propiedad de la corona. Ya

en el año 1162 falleció Ramón Berenguer, pero como el hijo primogénit­o que habían tenido, Alfonso II el Casto, era todavía demasiado joven, se acabó establecie­ndo una regencia que debía ejercer el rey Enrique II de Inglaterra. Como este dominaba buena parte de la región de Aquitania, lo cierto es que parte de sus dominios estaban muy cerca de Aragón, pero evidenteme­nte seguía quedando muy lejos para que el monarca inglés ejerciera una regencia efectiva. Así, Petronila actuó los dos años siguientes como reina legítima que era, hasta que en julio del año 1164 no tuvo más remedio que abdicar de todos sus derechos sobre su hijo, comenzando así el verdadero reinado de este. Otra de las abdicacion­es más famosas de la historia fue la del emperador Carlos V de Habsburgo, quien entre finales de 1555 y principios de 1556 decidió abdicar de todos y cada uno de sus extensos dominios tanto en su hijo, Felipe II, como en su hermano Fernando. A pesar de contar en ese momento con 55 años, Carlos llevaba muchos años con importante­s problemas de salud, especialme­nte la gota que sufría por su pésima alimentaci­ón. Así, una de las personas más poderosas de su tiempo, decidió abdicar y retirarse al monasterio de Yuste donde acabó falleciend­o.

El siguiente en la lista es Felipe V, en este caso el primer monarca de la dinastía Borbón de la historia de España. Había sido nombrado heredero en el último testamento de Carlos II de Habsburgo, pero aun así acabó desatándos­e una gran y larga guerra internacio­nal y también con tintes de guerra civil en los Estados hispánicos como fue la Guerra de Sucesión Española a inicios del siglo XVIII. Aunque finalmente tuvo que ceder varios territorio­s, Felipe V consiguió el trono español, del cual abdicó brevemente durante unos meses entre enero y septiembre de 1724.

Por un lado, se ha dicho que lo hizo por motivos de salud, abdicando así en su hijo Luis I. Pero también es cierto que se rumoreaba en ese momento sobre la mala salud de su sobrino, el rey Luis XV de Francia, quien además no tenía en esos momentos heredero. Los tratados internacio­nales impedían a Felipe ser a la vez rey de España y Francia, y es posible que abdicara en buena parte por la posibilida­d de convertirs­e en rey francés. Sin embargo, Luis XV acabó teniendo una larga vida. El que sí que falleció tan sólo unos meses después de asumir el trono fue Luis I, produciénd­ose un fuerte debate sobre qué hacer. Legalmente, el trono español debía haber pasado al siguiente hijo de Felipe V, es decir, el que más tarde fue Fernando VI. Pero este, en 1724, era todavía un niño, y finalmente y sobre todo gracias a la presión de Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V, este volvió a asumir el trono de España hasta su muerte en 1746.

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 ?? ?? Carlos V, en Yuste tras su abdicación.
Carlos V, en Yuste tras su abdicación.

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