Recordando ‘Heidi’

Gema Abad Ballarín

Huesca

Cuando oí que ahora se cumplían 50 años de la serie Heidi, sentí la necesidad de volver atrás en el tiempo y recordar esas tardes del domingo, después de comer, sentada delante del televisor, viendo estos dibujos animados que llegaron a marcar esa etapa de infancia, de adolescencia o de juventud de las vidas de muchos de nosotros. Su historia fue un clásico que muy pocos desconocen.

Heidi venía de Suiza y se fue a vivir con su abuelo a los Alpes, después de la muerte de sus padres. Pasado un tiempo, fue llevada a Frankfurt como acompañante de una niña adinerada llamada Clara, que estaba en una silla de ruedas. Esas tiernas aventuras de sus protagonistas aún me parecen inolvidables. Si a ello le sumamos la música, que todavía soy capaz de tararear, fue una verdadera revolución. Creo haber leído que nuestro país fue de los primeros en emitir esta serie después de Japón. Recuerdo perfectamente la conexión que sentía con sus personajes, principalmente con Heidi, quien conseguía contagiarme el deseo de ser bondadosa como ella. En ocasiones, su abuelo me transportaba a mi entorno familiar más próximo: mis padres, mi hermano y mi abuela, a quienes no podía ver más que en vacaciones o algún fin de semana largo por estar estudiando fuera. Los hermosos paisajes, esas enormes praderas, se me antojaban esperanzadoras y divertidas y conseguían trasladarme a mi lugar de origen, un pueblo rodeado de montañas. Estos dibujos, que ahora algunos los tacharían de «pastelón» nos dejaron un gran legado: el amor por los animales y la naturaleza, el respeto a las personas mayores y el valor de la amistad.