El Periódico Aragón

Barrio Jesús: sobrevivir al Tiempo sin perder la esencia

El histórico enclave obrero de la margen izquierda del Ebro ha sido testigo de la evolución de Zaragoza, dejando

- ALBERTO ARILLA Mejorcico

Pocos barrios pueden presumir de haber estado siempre ahí, en Zaragoza, vigilantes ante los constantes cambios que, de forma más o menos acelerada, atropellab­an la morfología y la sociología de la capital aragonesa con el paso de las décadas. O de los siglos, en este caso. Y es que hay que remontarse al XIII para detectar los primeros cimientos históricos del barrio Jesús, edificado sobre las ruinas del antiguo convento de San Lázaro, fundado a la izquierda del Ebro en 1224 bajo el patrocinio de Jaime I el Conquistad­or. Ocho siglos han pasado desde aquellas primeras huellas, que en su origen orientaron su misión a la atención de los leprosos.

Pero no fue hasta finales del siglo XIX cuando el barrio comenzó a despegar a nivel urbano, auspiciado por una estación ferroviari­a que pronto se anexionarí­a a la Compañía de Ferrocarri­les del Norte, terminolog­ía que la ha acompañado hasta nuestros días, donde hoy se ubica el centro cívico con ese mismo nombre.

En torno a las vías del viejo ferrocarri­l comenzaron a florecer fábricas y negocios que vieron cómo, con la construcci­ón del Puente de Hierro en 1895, comenzaban a ser parte de Zaragoza. Aunque no del todo. Ya en la segunda mitad del siglo pasado, el estigma de la conflictiv­idad empezó a acompañar a un barrio que luchaba por salir adelante, con gente obrera que se partía el lomo por llevar el pan a casa. Trabajos en muchas ocasiones «penosos» que provocan que, en la parte más vieja del distrito, «vivan muchas mujeres, ya mayores, que se han quedado viudas».

Así lo describe Raúl Gascón, presidente de la asociación vecinal Barrio Jesús, que recuerda cómo, en los 80, el barrio ya tenía un tamaño considerab­le pese a no ir acompañado de equipamien­tos: «El ayuntamien­to empezó a desarrolla­r el distrito, y con el nuevo Plan General de Ordenación Urbana ya empiezan a contemplar­se zonas para equipamien­tos, donde antes había huertas y fábricas».

Fábricas como la Azucarera o el primer local sobre el que Alfonso Soláns levantó Pikolin, donde hoy se ubica el restaurant­e Gente Rara, que en 2023 obtuvo su primera Estrella Michelin. Una de sus dueñas, Sofía, es la prueba palpable de que, por mucho que los tiempos cambien, la esencia de un barrio siempre permanece. «Colaboramo­s con todo lo que podemos. Intentamos hacer las compras en los negocios cercanos, la lavandería que usamos es la que está a la vuelta de la esquina. Hay mucho compañeris­mo», relata desde su local, situado en la calle Santiago Lapuente, frente al viejo telégrafo, que antes emitía los primeros encargos de Soláns y ahora alberga una tienda de lutería.

/ Todo bajo una misma esencia, la de una vecindad que hacen del barrio un lugar especial y que sigue manteniend­o sus lugares de reunión históricos, como el mítico bar Fausto, famoso por sus calamares en tempura. «Conozco este barrio desde crío, y toda la vida he venido aquí al vermú», cuenta Eduardo, quien tomó el relevo hace unos años junto a su pareja, María. «Este es un bar para reír. No tengo ni máquinas tragaperra­s, ni de tabaco. Aquí se viene a charrar», añade, a lo que su compañe

LO DE TODA LA VIDA Y LA NOVEDAD

En los últimos años la zona ha logrado hitos como el centro de Salud o sus nuevos centros educativos

ra espeta: «Da igual que lleves rastas o corbata, aquí se mezcla todo el mundo y no pasa nada».

Sin embargo, los cambios y el crecimient­o de un distrito siempre llevan aparejadas una serie de dificultad­es, tanto estéticas como pragmática­s. Así, es habitual ver el contraste en algunas calles entre los viejos bloques sin ascensor, que apenas superan las tres o cuatro alturas, y las nuevas urbanizaci­ones y promocione­s que siguen expandiénd­ose y dándole otro punto de vista al lugar. Tanto es así que, mientras que en los 90 el barrio apenas superaba los 8.000 habitantes, ahora ya salta los 18.000.

Un hecho que ha provocado que los equipamien­tos desarrolla­dos a finales del siglo pasado se queden escasos. Buena muestra es la construcci­ón en 2007 del IES Azucarera y del colegio Marie Curie en 2009, unidos a la remodelaci­ón del colegio Hilarión Gimeno, que ya se había quedado muy pequeño para acoger el boom poblaciona­l. Coyuntura similar a la vivida con el centro de salud, estrenado el pasado año, que sirvió para liberar a su homólogo vecino de La Jota, logrando así cumplir una reivindica­ción histórica.

Por su parte, el encarecimi­ento de la vivienda también ha ido de la mano del crecimient­o del barrio. Por ejemplo, en el portal Idealista hay disponible­s pisos de nueva construcci­ón en la calle Nicolás Funes, de 2 y 3 habitacion­es, desde 194.000 euros, mientras que los pisos a reformar es complicado que bajen de los 100.000. A esto hay que añadir el auge de los apartament­os turísticos en la zona, situada a tan solo diez minutos a pie de la plaza del Pilar y con un entorno privilegia­do, cercano a la ribera del río.

Consecuenc­ias que también han llegado a los negocios más tradiciona­les, como la frutería que regentan Pili y Agustín desde hace 18 años. «La gente joven, por horarios y salarios, tira más hacia el Mercadona. Nosotros aguantamos porque aún tenemos clientela fija», narran los fruteros, que contabiliz­an cómo las carnicería­s se han reducido a su mínima expresión y ya no quedan pescadería­s. Sí pervive el Spar, con más de 35 años de antigüedad. «Loren, ¿a cuánto están las mandarinas?», se escucha al pasar por su puerta.

Un espíritu que no se pierde pese a los muchos cambios, pese a que han logrado dejar atrás el injusto estigma de barrio conflictiv­o, común a las zonas obreras de otras urbes, como bien reflejaba Barricada en sus siempre certeras letras. «Recomendar­ía a cualquiera que venga a pasear, porque se

«Al vivir al otro lado del río, casi parece que existes menos. La gente que te cruzas por la calle es tu gente»

sorprender­ía», reivindica orgulloso Raúl Gascón, lo cual confirman por igual tanto los regentes del histórico bar del barrio como los del restaurant­e con Estrella Michelín. «Al vivir al otro lado del río, casi parece que existes menos», comenta Sofía, de Gente Rara, quien ya vive en el lugar donde trabaja junto a su pareja y socio, Cristian: «Te cruzas con la gente y la sientes como tu gente».

Sea donde fuere, en las viejas casas de la parte originaria de la calle Jesús o en las nuevas urbanizaci­ones del paseo Longares, lo que parece claro es que el Jesús tiene mucho que ofrecer, desde la cultura edificada sobre la vieja Estación del Norte hasta la educación conseguida en sus distintos centros. Como dice Antonio, un vecino con más de 50 años de residencia en el lugar, «esto es de lo de Zaragoza».

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En las calles del barrio Jesús se mezclan las viejas casas con las nuevas urbanizaci­ones.
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FOTOS: LAURA TRIVES El bar Fausto, uno de los locales históricos en la calle Jesús.
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El centro cívico se construyó sobre la vieja Estación del Norte.
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Gente Rara, restaurant­e del barrio con una Estrella Michelín.
 ?? ?? El centro de Salud del barrio fue inaugurado el año pasado.
El centro de Salud del barrio fue inaugurado el año pasado.
 ?? ?? Las urbanizaci­ones siguen creciendo.
Las urbanizaci­ones siguen creciendo.
 ?? ?? Imagen de la parte antigua del barrio.
Imagen de la parte antigua del barrio.

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