Barrio Jesús: sobrevivir al Tiempo sin perder la esencia
El histórico enclave obrero de la margen izquierda del Ebro ha sido testigo de la evolución de Zaragoza, dejando
Pocos barrios pueden presumir de haber estado siempre ahí, en Zaragoza, vigilantes ante los constantes cambios que, de forma más o menos acelerada, atropellaban la morfología y la sociología de la capital aragonesa con el paso de las décadas. O de los siglos, en este caso. Y es que hay que remontarse al XIII para detectar los primeros cimientos históricos del barrio Jesús, edificado sobre las ruinas del antiguo convento de San Lázaro, fundado a la izquierda del Ebro en 1224 bajo el patrocinio de Jaime I el Conquistador. Ocho siglos han pasado desde aquellas primeras huellas, que en su origen orientaron su misión a la atención de los leprosos.
Pero no fue hasta finales del siglo XIX cuando el barrio comenzó a despegar a nivel urbano, auspiciado por una estación ferroviaria que pronto se anexionaría a la Compañía de Ferrocarriles del Norte, terminología que la ha acompañado hasta nuestros días, donde hoy se ubica el centro cívico con ese mismo nombre.
En torno a las vías del viejo ferrocarril comenzaron a florecer fábricas y negocios que vieron cómo, con la construcción del Puente de Hierro en 1895, comenzaban a ser parte de Zaragoza. Aunque no del todo. Ya en la segunda mitad del siglo pasado, el estigma de la conflictividad empezó a acompañar a un barrio que luchaba por salir adelante, con gente obrera que se partía el lomo por llevar el pan a casa. Trabajos en muchas ocasiones «penosos» que provocan que, en la parte más vieja del distrito, «vivan muchas mujeres, ya mayores, que se han quedado viudas».
Así lo describe Raúl Gascón, presidente de la asociación vecinal Barrio Jesús, que recuerda cómo, en los 80, el barrio ya tenía un tamaño considerable pese a no ir acompañado de equipamientos: «El ayuntamiento empezó a desarrollar el distrito, y con el nuevo Plan General de Ordenación Urbana ya empiezan a contemplarse zonas para equipamientos, donde antes había huertas y fábricas».
Fábricas como la Azucarera o el primer local sobre el que Alfonso Soláns levantó Pikolin, donde hoy se ubica el restaurante Gente Rara, que en 2023 obtuvo su primera Estrella Michelin. Una de sus dueñas, Sofía, es la prueba palpable de que, por mucho que los tiempos cambien, la esencia de un barrio siempre permanece. «Colaboramos con todo lo que podemos. Intentamos hacer las compras en los negocios cercanos, la lavandería que usamos es la que está a la vuelta de la esquina. Hay mucho compañerismo», relata desde su local, situado en la calle Santiago Lapuente, frente al viejo telégrafo, que antes emitía los primeros encargos de Soláns y ahora alberga una tienda de lutería.
/ Todo bajo una misma esencia, la de una vecindad que hacen del barrio un lugar especial y que sigue manteniendo sus lugares de reunión históricos, como el mítico bar Fausto, famoso por sus calamares en tempura. «Conozco este barrio desde crío, y toda la vida he venido aquí al vermú», cuenta Eduardo, quien tomó el relevo hace unos años junto a su pareja, María. «Este es un bar para reír. No tengo ni máquinas tragaperras, ni de tabaco. Aquí se viene a charrar», añade, a lo que su compañe
LO DE TODA LA VIDA Y LA NOVEDAD
En los últimos años la zona ha logrado hitos como el centro de Salud o sus nuevos centros educativos
ra espeta: «Da igual que lleves rastas o corbata, aquí se mezcla todo el mundo y no pasa nada».
Sin embargo, los cambios y el crecimiento de un distrito siempre llevan aparejadas una serie de dificultades, tanto estéticas como pragmáticas. Así, es habitual ver el contraste en algunas calles entre los viejos bloques sin ascensor, que apenas superan las tres o cuatro alturas, y las nuevas urbanizaciones y promociones que siguen expandiéndose y dándole otro punto de vista al lugar. Tanto es así que, mientras que en los 90 el barrio apenas superaba los 8.000 habitantes, ahora ya salta los 18.000.
Un hecho que ha provocado que los equipamientos desarrollados a finales del siglo pasado se queden escasos. Buena muestra es la construcción en 2007 del IES Azucarera y del colegio Marie Curie en 2009, unidos a la remodelación del colegio Hilarión Gimeno, que ya se había quedado muy pequeño para acoger el boom poblacional. Coyuntura similar a la vivida con el centro de salud, estrenado el pasado año, que sirvió para liberar a su homólogo vecino de La Jota, logrando así cumplir una reivindicación histórica.
Por su parte, el encarecimiento de la vivienda también ha ido de la mano del crecimiento del barrio. Por ejemplo, en el portal Idealista hay disponibles pisos de nueva construcción en la calle Nicolás Funes, de 2 y 3 habitaciones, desde 194.000 euros, mientras que los pisos a reformar es complicado que bajen de los 100.000. A esto hay que añadir el auge de los apartamentos turísticos en la zona, situada a tan solo diez minutos a pie de la plaza del Pilar y con un entorno privilegiado, cercano a la ribera del río.
Consecuencias que también han llegado a los negocios más tradicionales, como la frutería que regentan Pili y Agustín desde hace 18 años. «La gente joven, por horarios y salarios, tira más hacia el Mercadona. Nosotros aguantamos porque aún tenemos clientela fija», narran los fruteros, que contabilizan cómo las carnicerías se han reducido a su mínima expresión y ya no quedan pescaderías. Sí pervive el Spar, con más de 35 años de antigüedad. «Loren, ¿a cuánto están las mandarinas?», se escucha al pasar por su puerta.
Un espíritu que no se pierde pese a los muchos cambios, pese a que han logrado dejar atrás el injusto estigma de barrio conflictivo, común a las zonas obreras de otras urbes, como bien reflejaba Barricada en sus siempre certeras letras. «Recomendaría a cualquiera que venga a pasear, porque se
«Al vivir al otro lado del río, casi parece que existes menos. La gente que te cruzas por la calle es tu gente»
sorprendería», reivindica orgulloso Raúl Gascón, lo cual confirman por igual tanto los regentes del histórico bar del barrio como los del restaurante con Estrella Michelín. «Al vivir al otro lado del río, casi parece que existes menos», comenta Sofía, de Gente Rara, quien ya vive en el lugar donde trabaja junto a su pareja y socio, Cristian: «Te cruzas con la gente y la sientes como tu gente».
Sea donde fuere, en las viejas casas de la parte originaria de la calle Jesús o en las nuevas urbanizaciones del paseo Longares, lo que parece claro es que el Jesús tiene mucho que ofrecer, desde la cultura edificada sobre la vieja Estación del Norte hasta la educación conseguida en sus distintos centros. Como dice Antonio, un vecino con más de 50 años de residencia en el lugar, «esto es de lo de Zaragoza».