La comedia humana: lo grotesco
Se ha descubierto que se puede decir impunemente cualquier trola, es lo mismo la necedad que la ciencia
La realidad, lo que pasa, o sea, no cabe casi en ninguna descripción serena y razonada. Se ha descubierto que se puede decir impunemente cualquier trola. Es lo mismo la necedad que la ciencia. Cuando no se tiene nada que decir, basta con hacer ruido con la boca ante el micrófono para estorbar que hable el otro; es una técnica y funciona; sobre todo en los debates y demás espectáculos de la política.
Otra cosa es la palabra escrita, pero en el CIS gubernamental o en el de Michavila –que se equivoca más o menos lo mismo, pero es más caro y a favor del PP– nadie, decimos, lee los periódicos, ni ve ni oye lo que queda del periodismo honesto, ni siquiera dentro de lo que cabe, porque cada vez cabe menos. Más de cien palabras es casi un insulto. Así que la gente que vota Zorra y la gente que no vota Zorra viene a ser la misma que vota en general, según el youtuber que tengan de rector espiritual y estético.
Y en estas lo mismo te sale en la tele estupefaciente de las tardes una choni orgullosamente declarada como tal, haciendo sociología avanzada al lado de su cani correspondiente, para exigir entrambos el derecho de ser en sí y para sí y a ver qué pasa pues, que te aparece un sesudo intelectual para despejar la duda del mensaje cifrado de, por ejemplo, la performance agropecuaria de don Feijóo; que va y le pregunta a un ganadero que por qué le ponen siempre a las vacas nombre de mujer; y el ganadero le dice perplejo: «Pues porque son vacas, ¿cómo las íbamos a llamar, Julián?» (leído en Infolibre, no lo inventó ValleInclán. No se atrevió a tanto, seguramente).
Entretanto, la reina perenne de la hostelería madrileña, doña Díaz Ayuso, ha explicado, con la espontaneidad que le caracteriza cuando no tiene al aparato la voz del gintonic, que lo que pasa es que los jóvenes de ahora piden demasiados derechos y no sé qué y tucutú. Lo de tucutú final abre una nueva dimensión esplendorosa en la filoperipatéticos, sofía política contemporánea, porque como dice un paisano que conozco, el tucutú de doña Ayuso «no dice na y dice to». Conque adoptemos el tucutú para el futuro, lo pongamos en el Callejón del Gato, y seguro que don Ramón María del Valle-Inclán se echa una risa de calaquita gloriosa en la cama eterna de su sepultura, a cuenta de este espécimen medio rococó, que seguro que le recuerda a la reina castiza de su farsa y licencia. Ella, la interfecta del tucutú, ay, nunca lo sabrá, porque no parece afectada de tales lecturas. Su especialidad es la libertad de caña y pincho o ración de calamares y de madrí al cielo ida y vuelta, que a ver dónde hay en el mundo tanta libertad gracias a mí.
En fin, que sin lo grotesco, sin el Callejón del Gato, no ose nadie comprender la charanga de lo que nos viene pasando. La gloria nacional se halla entre paréntesis paseando su silencio perplejo por los peripatos del reino, entre la Zorra Nebulosa que nos dará gloria en Eurovisión, y los fiscales de la sala segunda del Supremo –la que controlaban desde atrás, según aquel voceras del PP–, que resulta que ve terrorismo en Cataluña. Terrorismo, nada menos. Menos mal que hay el cuento ese tan gracioso de la independencia judicial, tan estupendamente mal contado y tan escaso de credibilidad, que si no...
En otra se nos aparece en toda su gloria y esplendor don Aznar, aquel eximio barón rampante y nos pregona también los mismo, que lo que pasa scaymasiaosdechos, como queriendo decir que es que hay demasiados derechos, lo que parece parecerle un gran problema al que habría que poner remedio. Él, sin tantos derechos, casó a su hija como a una reina, en medio de aquella corte de los milagros, con tantos fijosdalgo que daba gloria verlos desfilar todos de boda ataviados y poco después, casi sin cambiarse, por los juzgados de la independencia judicial, que le decimos.
Conque eso; lo grotesco era y sigue siendo el esperpento: «España es una deformación grotesca de la civilización europea», «En España no se premia el mérito, se premia el robar y el ser sinvergüenza», «En España, el mérito y la inteligencia siempre se ha visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero». Y como se dice ahora, no lo digo yo; lo dice don Ramón. Una pena. Lo que habría disfrutado ahora con esta verbena madrileña y cañí. Será el metanol que no cesa. Ah, y la estigmatización de la ganadería por el gobierno, sea lo que sea lo que haya tratado de decir en su neolengua don Feijóo. Valle Inclán lo llamó Esperpento con una de las palabras más bellas para describir lo grotesco: aquellos espejos cóncavos, la mentira pactada del cristal curvado de la feria hispana. Lo grotesco viene a ser eso. Y este tiempo parece reflejado en un espejo así. La ficción nos explica otra vez el presente mejor que la crónica construida y diseñada en oficinas especializadas a demanda del cliente. Y a todo esto, don Haragán Primero de España hurgando en los tractores, a ver qué saca.
En fin, que sin lo grotesco, sin el Callejón del Gato, no ose nadie comprender la charanga de lo que nos viene pasando. Lo grotesco era y sigue siendo el esperpento