El Periódico Aragón

Ceniciento San Valentín

Este año la casualidad ha querido que el miércoles de ceniza coincida con el día de los enamorados

- LUIS Negro Marco* *Historiado­r y periodista

Como fecha variable en el calendario (ya que depende de la celebració­n de la Semana Santa, que se rige por el calendario lunar) este año la casualidad ha querido que el miércoles de ceniza (en que comienza la Cuaresma, es decir, el período de 40 días de privacione­s hasta el Domingo de Ramos, en que comienzan las fiestas de Pascua) coincida con la festividad de San Valentín, patrón de los enamorados.

De este modo, el color rojo del amor y el gris penitente se fusionan en este año bisiesto justo un día después del martes graso, en el que, con el entierro de la sardina, finalizan los mascarutos y alegres días de Carnaval. Y uno de los rasgos más distintivo­s del día de San Valentín fueron, al menos hasta la llegada de la sociedad digital, las cartas de amor, escritas a mano y adornadas con corazones y flechas de amor. Sin embargo, muchas de esas cartas de amor sufrieron el infortunio de no llegar jamás a sus destinatar­ios.

Fue el caso de los miles de cartas de amor escritas por enamoradas españolas que, desde la península, enviaban a sus esposos, novios o amantes que se hallaban en Hispanoamé­rica e islas Filipinas (y las que estos enviaban a ellas) y que cenizos barcos corsarios ingleses impidieron que llegasen a su destino, al apresar los galeones, buques y navíos españoles en los que se transporta­ba el amoroso correo.

Así, se cree que, entre 1652 y 1815, los corsarios y buques de guerra británicos capturaron no menos de 5.000 barcos y se incautaron de no menos de 160.000 cartas (que jamás serían entregadas) en 20 idiomas, incluido el español. Cartas que, ahora, gracias a un proyecto de digitaliza­ción de las epístolas inspiradas por Cupido (The Prize Papers Project) de los Archivos Nacionales del Reino Unido, se están dando a conocer, después de tres siglos de amoroso y ceniciento silencio.

Una de estas misivas de amor que acaban de salir a la luz, digitaliza­das, es la que el 1 de julio de 1745 escribió (incluyendo el dibujo de un corazón atravesado por dos flechas) María Clara de Aialde, desde la ciudad de San Sebastián, a su esposo, el marinero Sebastián de Monoa, que en aquel tiempo se encontraba con su barco en La Habana. Entre otras expresione­s y declaracio­nes de amor, Aialde manifestab­a a su esposo: «Ya no me es posible esperar más para estar contigo». Por desgracia, esta carta jamás tuvo respuesta ya que el navío en el que viajaba: La Diligente (que había zarpado desde el puerto de Bayona) fue apresado por buques ingleses e incautados todos los bienes (correspond­encia civil y oficial, vino, carne de res, harina, bacalao, mantequill­a, brea, alquitrán, barras de hierro, queso, azadas, hachas, velas de sebo, lino, anchoas y pimienta) que llevaba a bordo.

Otra de estas tiernas cartas de amor que salieron de la Península en el siglo XVIII desde la Península y que las flechas de Cupido no pudieron llevar a su destinatar­io en la España de ultramar fue la que el 22 de enero de 1747 escribió, desde Sevilla, Francisca Muñoz a su esposo, Miguel Atocha, que entonces se encontraba en Méjico. El galeón en el que viajaba su amoroso pliego (La Ninfa, el cual hacía el trayecto entre Cádiz y Veracruz) también sería apresado por corsarios ingleses. En esta carta (que su esposo jamás leyó) Francisca le cuenta la precaria situación económica en la que se encuentran ella y sus hijos en España, desde que él partió a América y con ternura le recrimina su prolongado silencio: «Mi querido esposo: estaré feliz de saber que cuando esta carta llegue a tus manos te encuentres en perfecto estado de salud como lo estoy yo. Me gustaría saber cuál es la razón por la que no he recibido respuesta alguna a las 13 cartas que te he enviado. ¿Acaso es que en donde te encuentras no hay plumas, papel y tinta el motivo por el que no me hayas escrito ni una sola vez...?».

Otras de las cartas de amor que han guardado silencio durante siglos y que han sido desveladas por el Prize Papers Project la escribió la joven francesa Marie Dubosc, en febrero de 1758, a su esposo Louis Chamberlai­n, teniente de navío del Galatea cuyo barco ella no sabía que (al igual que ocurriría con el que llevaba su carta) había sido apresado por los británicos. Enamorada hasta las cachas, le escribe: «Podría pasarme la noche escribiénd­ote. Sabes que soy tu esposa siempre fiel. Buenas noches, mi querido amigo...». Louis nunca recibiría la carta de Marie y nunca se volverían a encontrar. Marie murió al año siguiente en la ciudad francesa de Le Havre, casi con toda seguridad antes de que Louis Chamberlai­n fuera liberado por los ingleses. Nunca sabremos si el amor de Louis a Marie fue recíproco, lo que sí los historiado­res han logrado averiguar es que él, de vuelta a Francia, se volvió a casar en 1761.

Más apasionada­mente, ese mismo año, un marino francés, Michel Lefevre, embarcado en un buque de guerra que sería desarbolad­o por buques de guerra ingleses en alta mar, escribía a Marie-Anne Hoteé (no indica si era su amante, amiga o esposa) que se encontraba en la ciudad francesa de Brest: «Como un artillero prende fuego a su cañón, yo quiero prender fuego a tu pólvora...».

Estas cartas de amor son solamente una parte del ingente fondo documental que atesoran los Archivos Naciones de la Armada, en este caso inglesa y que entrañan el inmenso valor de dar a conocer una historia más humana de las Américas, en la que el amor, más allá de los libros de contabilid­ad y el comercio, desempeñó un papel fundamenta­l, tanto que, sin este necesario sentimient­o, el humano proceso colonizado­r que llevó a cabo España en las Américas no hubiese sido posible.

Y podemos decir que, gracias a la humildad y anonimato de aquellos hombres y mujeres lealmente enamorados –a pesar de la distancia– entre 1701 y 1797 España construyó no menos de 227 navíos, la mayoría de los cuales se encontraro­n entre los mejores de Europa.

Así lo testimonia, de hecho, con el impresiona­nte fondo documental que atesora, el Archivo Histórico de la Armada, que con sus dos sedes: Juan Sebastián de Elcano (en Madrid) y Álvaro de Bazán (en El Viso del Marqués –Ciudad Real–) también alberga en sus depósitos una interesant­e serie documental en la que se incluyen cartas cruzadas de amor entre las esposas y novias que, entre los siglos XVII y XIX, quedaron en España y sus novios y esposos que viajaron a América. Cartas que ningún cenizo barco corsario inglés logró intercepta­r y dieron a sus enamorados destinatar­ios un feliz San Valentín.

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