El momento de Cristian de agigantar su leyenda
En octubre pasado, en el pistoletazo de salida de las Fiestas del Pilar, Cristian Álvarez fue nombrado Hijo Adoptivo de Zaragoza. En su discurso, el guardameta, argentino de nacimiento, aragonés también de corazón, agradeció a la ciudad y al equipo de la ciudad, su equipo, la influencia tan decisiva que habían supuesto para su vida profesional y personal. Lo hizo con unas palabras hondas. «En 2017 llegué a esta maravillosa ciudad. Estaba perdido, me había roto mental y emocionalmente un año y medio atrás. Había abandonado y me había retirado del fútbol. Zaragoza me encontró».
Zaragoza y el Real Zaragoza, en cuya dirección deportiva mandaba Lalo Arantegui por aquel entonces, recuperaron a Cristian Álvarez para el deporte y para una causa todavía incumplida. Tenía 32 años. Verdaderamente fue una jugada maestra de Arantegui. El arquero ha llegado a la séptima temporada convertido en un icono contemporáneo del club por el que sonríen, disfrutan, celebran, penan y lloran miles de personas.
A Cristian le ha tocado más llorar que reír. El sueño del ascenso, un desafío que hizo suyo en primera persona desde que se colocó debajo de la Puerta del Carmen, todavía no se ha hecho realidad. No ha sido por su bajo rendimiento. Fijo en la portería desde el verano de 2017, ha jugado siempre entre 33 y 38 partidos de Liga. En estos siete años, su nivel ha tenido puntos álgidos excelsos, la mayoría del tiempo ha estado rondando el notable y sus bajones han sido los menos. Ha estado mal en un número reducido de partidos.
La Romareda lo ha idolatrado por sus brillantes actuaciones y por su sentimiento de pertenencia sin pertenecer a esta tierra. La gente le quiere y, como consecuencia de ello, la ciudad le reconoció como Hijo Adoptivo. «No puedo prometer que me quedaré aquí hasta el final de mis días. Pero si algún día me voy, nunca me iré del todo. En mi brújula interior, Zaragoza siempre será mi norte», dijo para finalizar aquel emotivo discurso.
Este pasado domingo, en Eibar, Cristian volvió a una convocatoria después de casi cuatro meses lesionado. Se rompió a finales de octubre el día que renovaba automáticamente su contrato al disputar el décimo partido de esta Liga. En su regreso se ha encontrado un mundo nuevo. En el lugar que siempre había ocupado él vive ahora otro inquilino, un guardameta que está jugando a un nivel espectacular. Edgar Badía merece seguir donde está. El catalán se ha cargado de razones, pero sabe que tendrá que rozar sus máximos cada semana para mantener la titularidad. Como Cristian debe ser consciente de que si un día le toca volver deberá superarse a sí mismo. Compite con un gran portero.
En Ipurua, con 38 años, Cristian ocupó plaza en el banquillo, una anomalía en esta larga etapa en el club. El zaragocismo lo considera un portero mítico. Mientras no juegue, en la adversidad y con el cierzo en contra, tiene la oportunidad de hacerse aún más grande y de agigantar su leyenda.