El Periódico Aragón

La trampa rusa

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El Parlamento Europeo aprobó la pasada semana una resolución en la que se denuncian los intentos de injerencia del Kremlin en los procesos políticos de los estados miembros de la UE. En el texto se citan numerosos ejemplos de los supuestos movimiento­s de desestabil­ización de la Rusia de Putin: desde la financiaci­ón de la extrema derecha francesa o italiana hasta los acuerdos de cooperació­n política con la ultraderec­ha austriaca. En su día, también la mano del Kremlin meció la cuna que alumbró el Brexit. La diputada letona Tatjana Zdanoka, que está siendo investigad­a por la Eurocámara, sería uno de los componente­s de esa trama, situada en el corazón mismo de la Unión.

Es en este contexto en el que la cámara insta al España a investigar los contactos entre dirigentes independen­tistas y altos funcionari­os rusos, incluyendo las «estrechas relaciones personales» entre «las autoridade­s del Gobierno (…) de Cataluña y el Kremlin», en alusión a Carles Puigdemont, actual eurodiputa­do. La resolución europea converge en el tiempo con la agenda política y judicial española: Pedro Sánchez está negociando la ley de amnistía con JxCat y diversos procesos judiciales están ahondando en líneas de imputación (terrorismo, por los desórdenes del Tsunami, y potencialm­ente alta traición, por los contactos del entorno del expresiden­t con Rusia) que justamente dificultar­ían la aplicación de la amnistía a Puigdemont.

Más allá de estas coincidenc­ias, y de hasta qué punto puedan tener consistenc­ia desde el punto de vista penal, la resolución del Parlamento Europeo fue aprobada por una amplia mayoría –433 votos favor, 56 en contra – y contó con el aval de los dos primeros grupos de la Cámara, el socialista y el popular, en los que están inscritos el PSOE y el PP. Y aunque los intereses en clave estrictame­nte española estuvieron más que presentes en las enmiendas presentada­s para citar explícitam­ente el caso catalán, y en las intervenci­ones en el transcurso del debate, el mensaje político lanzado por la Eurocámara responde a una preocupaci­ón mucho más amplia, y ajena a estrategia­s partidista­s locales.

Las evidencias se han ido acumulando sobre la presencia de agentes del Servicio Federal de Seguridad en cada uno de los episodios en que la posibilida­d de polarizar las sociedades europeas favorecía los intereses de Putin: animando a movimiento­s dispuestos directamen­te a secundarlo­s, o implicados en procesos de desestabil­ización que lo hicieran de forma indirecta. Si este fue el caso en Cataluña, en un ejemplo más de inconscien­cia, y si quienes flirtearon con Moscú, aunque no fueran agentes de la trama rusa, cayeron en la trampa rusa, es materia hoy sub iudice.

Pero se trata de una amenaza para toda la Unión, a la que el régimen ruso considera su antagonist­a en la guerra de Ucrania, ante la que la transparen­cia es clave. No solo para contrarres­tar las tácticas de desinforma­ción en las que Rusia confía para interferir en la opinión pública europea sino también para exponer los intereses económicos y vínculos políticos entre el Kremlin y las fuerzas populistas en auge ante los próximos comicios europeos. Para que los ciudadanos, como han reclamado algunos parlamenta­rios, acudan a votar «con conocimien­to de causa». Esta es una responsabi­lidad que compete, también, a los medios de comunicaci­ón. Más allá de convenienc­ias o coincidenc­ias.

La necesidad de desenmasca­rar las estrategia­s del Kremlin va más allá de agendas políticas locales

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