El Periódico Aragón

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El Zaragoza y su técnico pagan un derroche de desorden ante un Cartagena con un plan Velázquez, presa de un ataque de nervios tras haber tardado en aplicar el sentido común =

- J. OTO

descanso para mover pieza y poner cordura tras la enésima nefasta primera parte

Todos los delanteros del banquillo salieron al campo para alejar del área a Mollejo y a Valera del desborde

El Zaragoza, no se engañen, fue un desastre. No de principio a fin, pero casi. Perdió porque quiso ganar, sí, pero la realidad es que esa búsqueda de la victoria siempre fue desordenad­a y confusa. Caótica, incluso. Pudo perder por ese sano deseo de ganar y devolver y devolverse una ilusión que lleva camino de no regresar, pero lo cierto es que no ganó porque, segurament­e, no acumuló tantos méritos para hacerlo y, sobre todo, porque el duelo en los banquillos se inclinó claramente del lado del entrenador que mejor lectura hizo. Calero reaccionó bien cuando debía, intervino en los momentos más delicados de su equipo y aplicó cordura, sentido común y razón. Velázquez, en cambio, en ningún momento supo transmitir a los suyos lo que requería el encuentro. Es más, sus decisiones, muchas de ellas tardías y confusas, contribuye­ron a envolver a su equipo en el desorden, el desgobiern­o y las dudas.

En realidad, el Zaragoza perdió el partido, o lo dejó de ganar, en la enésima primera parte bochornosa de la temporada. El plan A, el de casi siempre, dejó de tener sentido a los diez minutos, cuando el Cartagena se adelantó en el marcador para situar el choque justo donde quería y obligar al Zaragoza a asumir el balón. Pero este equipo lleva demasiado tiempo demostrand­o su extrema dificultad para atacar en estático y más ante rivales bien cerrados ya sea con tres centrales o, como el caso del Cartagena, con dos líneas muy juntas en bloque bajo.

Tan cómodo se encontraba el Efesé como inquieto un Zaragoza sin talento ni sentido. Francés, lateral en ataque y central en defensa, y Francho, que se ha recorrido todas las posiciones del campo este curso, no parecían

los más adecuados para ayudar a Mollejo y Zedadka en esa búsqueda de profundida­d tan necesaria ante este tipo de adversario­s y más aún cuando la expulsión de Jairo dejó al Cartagena en inferiorid­ad y el partido en bandeja a un Zaragoza que, eso sí, debía demostrar que estaba preparado para gestionar también situacione­s favorables.

Eligió Velázquez esperar al descanso a pesar del paupérrimo primer periodo de los suyos. El técnico pudo mover pieza antes ya fuera tirando de banquillo o alterando el orden y aflojando el corsé a los que estaban jugando, pero esperó. En el intermedio, como mandan los cánones y reza el abc del fútbol, situó a los zurdos en la izquierda y a los diestros en la derecha para explotar el dos contra uno en banda ante un rival en inferiorid­ad y perseguir centros a la búsqueda de los dos delanteros. El Zaragoza, al fin, tenía sentido. Y

llegaron las ocasiones, la amenaza, el peligro y, al fin, el gol que hacía justicia a la aplicación del sentido común. El Efesé sufría pero su técnico actuaba con criterio y moviendo piezas a discreción sin distinguir entre los que llevaban todo el partido en el campo y los que acababan de entrar.

Velázquez, en cambio, volvió a apartar a Mollejo del área y a Valera de la izquierda, donde le habían bastado cinco minutos para llegar más y mejor que lo que lo había hecho el equipo en todo el primer periodo. Eso sí, todos los delanteros que estaban en el banquillo salieron al campo en una desproporc­ionada y temeraria oda al ataque desordenad­o. Y el Zaragoza volvió al caos. Calero leyó el esperpento y el Cartagena afiló su resistenci­a y la convirtió en amenaza para castigar el despropósi­to de un rival desnortado ante el ataque de nervios de su entrenador.

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El árbitro muestra la tarjeta roja a Jairo tras agredir a Mouriño al borde del descanso.
ANDREEA VORNICU Expulsado El árbitro muestra la tarjeta roja a Jairo tras agredir a Mouriño al borde del descanso.

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