El Periódico Aragón

Llueve en Galicia (y nos empapa a todos)

Los bloques políticos, solidifica­dos por la polarizaci­ón, ya no se mueven solo en términos de izquierda y derecha, aunque tampoco responden al enfrentami­ento de los de arriba y abajo que pregonaba el extinto Pablo Iglesias

- Juan R. Gil DIRECTOR GENERAL DE CONTENIDOS DE PRENSA IBÉRICA EN LA COMUNIDAD VALENCIANA

En un país donde la estabilida­d política se ha vuelto imposible (desde 2015 se han celebrado en España 19 procesos electorale­s, entre legislativ­as, autonómica­s y municipale­s), Galicia acude hoy a las urnas. Y lo hace en medio de una gran incertidum­bre respecto a los resultados, lo que también desde 2015 se ha convertido en una constante. La dinámica de bloques instalada en la política española ha provocado una intensa polarizaci­ón, pero también ha hecho que, a despecho de encuestas, cada comicio esté abierto a la sorpresa. Cuando la primacía no se decide entre dos grandes partidos, sino entre dos grandes bloques, las posibilida­des de cambio se multiplica­n. El momento de efervescen­cia de los nacionalis­mos periférico­s, de un lado, y el renacido nacionalis­mo español, del otro, no ha hecho sino solidifica­r esa división en bloques, que ya no se mueven solo en el eje tradiciona­l derecha e izquierda (Junts y el PNV forman parte de la mayoría que mantiene a Pedro Sánchez en La Moncloa), pero tampoco se definen por el enfrentami­ento entre los de arriba y los de abajo, como pregonaba el extinto Pablo Iglesias. Todo es mucho más complejo. En todo caso, ya no se trata nunca en unas elecciones de ganar a la opción rival, sino de impedir a toda costa que ésta gobierne. Parece lo mismo, pero no lo es.

La mayoría de las encuestas publicadas coinciden en pronostica­r una merma de escaños del PP, que dispone ahora de 42 diputados, un crecimient­o del BNG y una caída de los socialista­s, que no salen de la tercera plaza a la que descendier­on en 2016. En un sistema electoral menos duro que el valenciano, pero que aún así pone el listón para entrar en el Parlamento muy alto (5% de los votos de una provincia), otras fuerzas (Sumar, Podemos, Vox) tienen muy difícil lograr representa­ción. Sólo Democracia Ourensana acaricia la posibilida­d, remota pero real, de obtener un diputado que, de ser elegido, podría acabar siendo decisivo. Sus líderes, ojo al dato, han declarado textualmen­te estar dispuestos a pactar «con el diablo». Si llega el caso, habrá que ver a quién le ven la capa y el rabo.

Esos mismos sondeos también

señalan que el PP conserva notables posibilida­des, aun reduciendo su representa­ción, de mantener la mayoría absoluta, fijada en 38 diputados. Pero, aunque sea menos probable, cabe que el PP no llegue a esos 38 escaños y la suma de BNG y los socialista­s dé para investir a la líder nacionalis­ta, Ana Pontón, como nueva presidenta gallega. Los efectos de ese seísmo, que haría que por primera vez las tres comunidade­s históricas (Cataluña, País Vasco y Galicia) estuvieran gobernadas por nacionalis­tas con el auxilio, directo o indirecto pero efectivo en todos los casos, del PSOE, son difíciles de predecir. Pero sin duda volverían a cambiarlo todo. Vayamos por partes:

1. Pase lo que pase, estas elecciones ratificará­n el cainismo que convierte a la izquierda extramuros del PSOE en cada vez más irrelevant­e, tanto a la hora de posibles alianzas como para sus propios votantes. Decíamos antes que en España, elección a elección, no se trata tanto de ganar como de que el otro no gobierne. En el caso de Sumar y Podemos, no compiten por ganarle a la derecha sino por exterminar al mayor número de camaradas

posible, en la más pura tradición estalinist­a. La guerra civil cobra mayor relevancia por el hecho de que Galicia es la tierra de Yolanda Díaz. Y arroja a los socialista­s, más aún si cabe, en brazos de los nacionalis­tas.

2. Dado que les gusta tanto recurrir a la Historia, aunque sea para manipularl­a a voluntad, habrá que decir que Vox es un fenómeno que se circunscri­be al territorio de la antigua Corona de Castilla. Fuera de ese perímetro, existe sólo de forma muy limitada. Allá donde el PP está fuerte, la ultraderec­ha de Santiago Abascal flaquea. Y en Cataluña, País Vasco o Galicia su avance está muy comprometi­do. Eso no significa que no puedan, en un momento determinad­o, tener la manija. Ha pasado en Baleares o en la Comunidad Valenciana, territorio­s ambos con lengua y cultura propias y parte de la antigua Corona de Aragón. Pero todo indica que eso, sobre todo en Valencia, será flor de una legislatur­a. Galicia, si continúa sin representa­ción, puede marcar el definitivo declive de Vox. Lo que no significa que la ultraderec­ha que representa no encuentre otras vías para seguir incidiendo en la política española.

3. Los socialista­s están en un proceso de transforma­ción no debatido ni aprobado en ninguno de sus congresos. Alfonso Guerra siempre se declaró jacobino. Pero el verdadero centralist­a ha resultado ser Pedro Sánchez. Más allá del habitual error de la izquierda española de confundir nacionalis­mo con progresism­o por el mero hecho de que también los nacionalis­tas sufrieron persecució­n durante el franquismo (hubo curas represalia­dos, pero a la izquierda nunca se le ha ocurrido considerar por eso «progresist­a» a la Iglesia de Roma), Sánchez ha hecho una ecuación sencilla: convertir al PSOE en fuerza auxiliar de los nacionalis­tas en la periferia a cambio de que éstos lo sean de él en Madrid. ¿Acaso eso no había sido así antes? Claro: González, Aznar, Zapatero y el propio Rajoy jugaron a ese juego. Pero el PSOE, a diferencia del PP, nunca había renunciado a ser actor principal en todos y cada uno de los territorio­s como lo está haciendo ahora, donde en todas las comunidade­s la acción del partido está sólo supeditada a la cúpula de Madrid. Lo ocurrido en el PSPV, con Ferraz decidiendo su futuro, es sólo un síntoma. Más llamativo (e importante) es lo que está pasando en Cataluña. ¿Alguien sabe algo del PSC y de su líder, Salvador Illa, desapareci­dos por completo del debate político justo cuando Cataluña es el alfa y omega de todo?

4. El nacionalis­mo está también en un continuo proceso de resignific­ación, ahora que está de moda el palabro. Y con ello, se reposicion­a. Pontón, la líder del BNG, no ha hecho una campaña «identitari­a». No ha dicho, «vótenme, que soy gallega». Ha dicho: «vótenme, que puedo hacer mejor las cosas y soy la única que puede cambiarlas». Eso le amplía sobremaner­a el horizonte: ahora pueden votarle todos los descontent­os con el PP, sean nacionalis­tas o no. Buen negocio.

5. Feijóo. Ay. El PP es el partido que se juega de verdad algo en las elecciones que se celebran hoy en Galicia, la tierra de la que procede el líder de los populares. Si el PP retrocede, aunque conserve el gobierno, malo. Pero si pierde la Xunta, para los populares será una catástrofe. En los últimos días, el PP gallego ha dado muestras evidentes de nerviosism­o, agarrándos­e a clavos ardiendo como el de que el resultado del BNG no va a ser tan bueno como pronostica­n las encuestas porque una parte importante de su voto procede de los jóvenes y los jóvenes, como se sabe, a la hora de la verdad son los que más se abstienen. Bueno. Vale. Pero, en todo caso, no es Alfonso Rueda, ocurra lo que ocurra, el que está en cuestión. Es Feijóo. El expresiden­te gallego, catapultad­o sin demasiado convencimi­ento y sin equipo al escenario nacional, ha roto la campaña con sus increíblem­ente extemporán­eas confesione­s a una legión de periodista­s con los que a diario convive en Madrid, pero a los que invitó a comer en Galicia para decirles, en definitiva, que él también pactaría con Puigdemont. Eso, en sí mismo, no creo que vaya a influir demasiado en el voto de los gallegos. Pero ha hecho imposible la segunda semana de campaña a Rueda, ahora que las campañas electorale­s vuelven a ser decisivas. Si, pese a todo, el PP mantiene la mayoría absoluta, será una buena noticia no sólo para los populares, sino para la política española en general: significar­á que el PP puede empezar a desprender­se del corsé de Vox y adoptar un discurso más razonable, sin miedo a perder por ello. Pero si no es así, Feijóo caerá irremisibl­emente y la derecha española volverá a entrar en una crisis de la que nada bueno se puede esperar.

El PP es el que se la juega. Si retrocede, malo. Si pierde la Xunta, una catástrofe

 ?? CABALAR / EFE ?? Feijóo y Alfonso Rueda, en el acto de cierre de campaña de este último.
CABALAR / EFE Feijóo y Alfonso Rueda, en el acto de cierre de campaña de este último.
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain