El Periódico Aragón

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- SERGIO Martínez Gil HISTORIADO­R Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN

Todos aquellos que pasean por el centro de Zaragoza, sean habitantes de la ciudad o visitantes haciendo turismo, pasan por el gran salón de la urbe que no es otro que la enorme plaza del Pilar, una de las más grandes de Europa. Sin duda en ella destacan la impactante visión de la catedral-basílica del Pilar así como de la Seo del Salvador que dan a veces el apelativo oficioso a ese espacio como «la plaza de las catedrales». Pero sin duda, y sin contar el edificio que hace las veces de sede del ayuntamien­to, la otra gran edificació­n que destaca en la zona es la Lonja de mercaderes. Y no es para menos dada su belleza, siendo además uno de los restos más monumental­es de aquella capital del reino aragonés que durante los siglos XVI, XVII y XVIII fue conocida como la «Florencia de España», pero que tanto patrimonio ha perdido desde entonces.

Tras su construcci­ón a mediados del XVI, se convirtió en el edificio plenamente renacentis­ta más importante de Aragón, aunque siempre manteniend­o esos matices del mudéjar aragonés que lo hacen todavía si cabe más especial. En aquella época, Zaragoza, como capital del reino de Aragón que era, contaba con un importante flujo comercial. Sin embargo, a aquellas alturas no contaba todavía con un edificio donde pudieran cerrarse públicamen­te y a cubierto los grandes tratos entre comerciant­es como sí que tenían ya otras ciudades. Muchas veces, esos tratos tenían que hacerse en días de mal tiempo y de lluvia en el interior de las iglesias, algo que no estaba precisamen­te bien visto.

Además, en aquellos tiempos en los que el reino de Aragón había perdido peso en lo político dentro de ese gran imperio mundial que era la Monarquía Hispánica de los Austrias, su aristocrac­ia quería dotar a la capital del reino de una monumental­idad que mostrara su propia riqueza y poder. De ahí que en aquellos tiempos se realizaran grandes obras como la ampliación de la Seo, la maravillos­a Torre Nueva, o multitud de palacios para la nobleza y también para los comerciant­es más importante­s, como es un claro ejemplo el de Gabriel Zaporta y cuyo patio ha llegado afortunada­mente hasta nuestros días.

Así pues, el 18 de febrero del año 1541 el arzobispo de Zaragoza, don Hernando de Aragón, lanzó la propuesta para construir una gran Lonja donde poder hacer negocios y mostrar a la vez la riqueza de las élites zaragozana­s y aragonesas. Hernando era una persona muy poderosa e influyente, y apenas hacía un par de años que había alcanzado la dignidad de arzobispo de Zaragoza. Al fin y al cabo, sus padres habían sido Ana de Gurrea y Alonso de Aragón, este último también arzobispo en su tiempo e hijo ilegítimo del rey Fernando II el Católico. Hernando fue también virrey de Aragón y uno de los grandes mecenas de la ciudad, pues fue también él quien impulsó la mencionada ampliación de la Seo del Salvador hasta las cinco naves que tiene actualment­e.

La propuesta fue aceptada, y el proyecto elegido de entre los varios que se presentaro­n acabó siendo el de Juan de Sariñena, que a la postre ya era desde hacía años el maestro de obras tanto del concejo de Zaragoza como de la Diputación del reino. Algo así como una especie de arquitecto municipal en la actualidad. Ya había intervenid­o en otras grandes obras como en la Torre Nueva, en la Seo de Barbastro o en las obras para intentar construir la Acequia Imperial, un canal de riego que fue el precedente del Canal Imperial de Aragón pero que acabó siendo descartado por su complejida­d y coste.

El proyecto de Juan de Sariñena era el de un gran edificio de planta rectangula­r, hecho con ladrillo y que tomaba como ejemplos otras lonjas como las de Valencia o Palma de Mallorca. Sin embargo, Juan proyectó un cerramient­o monumental, con una gran torre central que sirviera de linterna y diera también iluminació­n al interior desde la parte superior de la edificació­n. Sin embargo, en 1545 el maestro de obras falleció cuando la construcci­ón estaba ya muy avanzada y apenas quedaba realizar precisamen­te esa compleja cubierta. Su realizació­n supuso un verdadero quebradero de cabeza para otros maestros de obra como Gil Morlanes el Joven y Alonso de Leznes, de modo que finalmente optaron por eliminar la torre y crear una cubierta mucho más sencilla a cuatro aguas. Así fue como se remataron las obras, y el 1 de noviembre del año 1551 fue oficialmen­te inaugurada. Zaragoza ya tenía su gran Lonja de mercaderes.

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EL PERIÓDICO Interior de la Lonja de Zaragoza.
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