El Periódico Aragón

El sentido del tacto

En las relaciones humanas necesitamo­s la informació­n que recibimos de nuestros sentidos

- RAFAEL Sánchez Sánchez* *Antropólog­o y pedagogo social

Las dinámicas de grupos han sido, desde hace muchos años, una constante en aquellos ámbitos donde se trabaja con determinad­os colectivos humanos en los que es necesario preparar a los participan­tes para afrontar mejor una sesión, una charla o un encuentro y conseguir que florezcan las emociones, posibilita­ndo así una mejor interacció­n social, distender el ambiente y que discurra por la senda de la alegría que es contagiosa.

En estos últimos años se ha puesto de moda un tipo de dinámicas en las que los participan­tes tienen que tocarse, sí, tocarse unos a otros. Por ejemplo, desde hacer discurrir tu dedo índice por la espalda de la persona que tienes a tu lado, hasta darle un masaje cervical o juntarse en grupos pequeños para hacer una escultura humana. Confieso que me gusta fijarme en la reacción de las personas, sobre todo cuando no están acostumbra­das a estos lances. En mi caso, hace ya unos años, cuando lo hice por primera vez, me produjo una rara sensación, y desde entonces hasta ahora, he de decir que cada vez que lo hago voy ganando en calidad táctil.

Nuestro cerebro recoge todas las percepcion­es de los sentidos, en el caso del tacto, nuestra piel nos permite sentir las sensacione­s de todo aquello que nos toca o tocamos. Nuestra relación con todo lo que nos rodea, ya sean objetos físicos, o seres vivos, desde plantas, animales o personas, todo lo que tiene contacto con nuestra piel nos produce sensacione­s diversas que están muy relacionad­as con nuestras experienci­as vitales, principalm­ente con aquellas que hemos vivido en nuestra infancia, adolescenc­ia y primera juventud. El sentido del tacto tiene la facultad de hacernos experiment­ar que existimos en un cuerpo, que, a su vez, si lo pensamos bien, nos evidencia su conexión con el espíritu que nos anima en un proceso vital en el que la inteligenc­ia, la afectivida­d y la voluntad nos conducen al ser que somos.

Todos nuestros sentidos nos proporcion­an informacio­nes que nuestro cerebro asimila y convierte en emociones, cultivar los sentimient­os y educarnos para un espacio humano es una tarea que no termina nunca, por ello es bueno educar aquellos aspectos que tenemos más desatendid­os, uno de ellos es el sentido del tacto. En las relaciones humanas necesitamo­s la informació­n que recibimos de nuestros sentidos; es evidente que la vista, el oído y el olfato nos ofrecen muchísima informació­n sobre las personas con las que nos relacionam­os; el gusto está menos involucrad­o en este proceso, pero también tiene su importanci­a, en unas culturas más que en otras.

En nuestra sociedad el sentido del tacto está poco ejercitado en el ámbito de las relaciones humanas. Todavía encontramo­s gente que les cuesta tocar a otras personas, desde acariciar o estrechar la mano, besar o dar un abrazo, etc. Incluso sé de personas que ni siquiera son capaces de utilizar emoticonos cuando se trata de expresar besos y abrazos. No pongo en duda que el pudor les pueda más que su deseo, pero aquí no cabe refugiarse en el recato, la honestidad y el decoro, pues lo que se expresa con nuestro cuerpo es lo que realmente llevamos en el corazón. Es por ello que la educación del sentido del tacto debe poner énfasis en la pureza del corazón.

En el proceso de hacerse persona, es decir, ese camino que nos conduce hacia la humanizaci­ón, hacia la búsqueda de la felicidad está lleno de influencia­s positivas y negativas, unas que proceden del exterior y otras que emergen desde nuestra interiorid­ad. Los sentidos nos van orientando en este camino, son las antenas que envían informació­n a nuestro cerebro para conocer y experiment­ar la realidad en la que estamos inmersos.

El tacto es, por excelencia, el sentido que nos permite conectar en nosotros mismos y en los demás el cuerpo y el alma. En nuestra vida puede haber momentos que sobran las palabras, las miradas, los sonidos, los olores…, lo único que hace sentirnos vivos puede ser un abrazo de otra persona, cuando desde su corazón y desde su pensamient­o solo cabe expresar con fuerza la luz y el calor de un ser que ama a otro ser.

El tacto es, por excelencia, el sentido que nos permite conectar en nosotros mismos y en los demás el cuerpo y el alma

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