Maidán, 10 años de la mecha que prendió la guerra de Ucrania
Cinco etapas marcaron el inicio del conflicto armado entre Rusia y su vecino ahora invadido La semilla del choque bélico supuso el fin del orden internacional establecido entre Moscú y Occidente
Alos 10 años de desatarse el conflicto del Maidán, que desencadenó la invasión rusa de Ucrania, este diario resume las cinco etapas claves del proceso:
1. La anexión de Crimea. Las imágenes de unos encapuchados armados que en la madrugada del 27 de febrero de 2014 ocuparon el Parlamento de Crimea izando banderas rusas fueron el pistoletazo de salida de la caída de esta península en manos rusas. La secesión de Ucrania, apoyada por una parte de la población mayoritariamente ruso-hablante de Crimea y que contó desde el inicio con un apoyo militar abierto de fuerzas de la Federación Rusa (los célebres «hombrecillos de verde»), ocurrió de forma vertiginosa y sin apenas derramamiento de sangre, como recuerdan estudiosos como Paul D’Anieri, autor de Ucrania y Rusia, de un divorcio civilizado a una guerra incivilizada.
«Dos factores hicieron imposible una defensa militar [de Ucrania]. Uno fue la velocidad de la operación [rusa] que tomó por sorpresa a las fuerzas ucranianas, que se encontraron enfrentadas a fuerzas superiores. El segundo fue que la mayoría no estaba inclinada a luchar. Muchas unidades militares ucranianas en Crimea se rindieron o cambiaron de bando en masa», resume D’Anieri, catedrático de la Universidad de California. En estas circunstancias, los insurgentes prorrusos de Crimea convocaron un referéndum en el que, según sus organizadores, participó el 83% de la población y el 96% de los votantes se pronunció a favor de la independencia e integración a Rusia. Posteriormente, el 18 de marzo, el presidente Vladímir Putin y los representantes de Crimea, que hasta 1954 había sido parte de la Unión Soviética, sellaron la incorporación de este territorio a Rusia. no reconocida por la casi totalidad de la comunidad internacional.
2. El espectro del conflicto.
No obstante, en esa primavera de 2014, Crimea no fue el único frente que se le abrió al Gobierno interino de Kiev. Durante semanas, violentos choques entre los partidarios de la integración europea
(el Euromaidán) y de una mayor vinculación a Rusia (el llamado Antimaidán) también se sucedieron en distintas regiones del país, como Járkov y Odesa.
En Jarkov, la segunda ciudad más importante de Ucrania, insurgentes prorrusos ocuparon en abril la Administración de la ciudad y proclamaron la autodenominada República Popular de
Járkov. Sin embargo, la asonada duró apenas 48 horas, tras las cuales las fuerzas ucranianas retomaron el control de la ciudad. En Odesa, el 2 de mayo, manifestantes prorrusos que habían arremetido contra una marcha por la unidad de Ucrania se refugiaron en la Casa de los Sindicatos, a la que luego partidarios de Kiev prendieron fuego. Hubo 48 muertos, la mayoría prorrusos.
3. La revuelta del Donbás.
En la primavera de 2014, al activista proucraniano Evgeni Semekhim le pusieron en una lista de personas buscadas y por eso tuvo que escapar –como les pasó a muchos– del Donbás, la zona del este de Ucrania que aquel año vivió el conflicto más sangriento. «El sentimiento prorruso era bastante alto en el industrializado Donbás», afirma Serhii Plokhy, autor de The gates of Europe: A history of Ukraine. Según este estudioso, en esta zona
de Ucrania «muchos ciudadanos se sentían apegados a la ideología soviética», una nostalgia alimentada por la acentuada decadencia socioeconómica de la zona y también por la polémica en torno al idioma ruso azuzada por el anterior presidente ucraniano Viktor Yanukóvich.
En este caldo de cultivo, animados por la secesión de Crimea y estimulados por Moscú, los insurgentes prorrusos ocuparon en abril algunos edificios públicos de Donetsk y Lugansk y convocaron el 11 de mayo sendos plebiscitos para separarse de Ucrania (tampoco reconocidos internacionalmente), en los que triunfó la alternativa separatista. Algo que «no sólo precipitó la escalada del conflicto», sino que también «atrajo un flujo de combatientes del extranjero» empleados «por todas las partes».
Un elemento diferencial fue, en este sentido, la reacción de Kiev y la de Moscú. Los primeros pusieron en marcha (abril) una «operación antiterrorista», luego impulsada (mayo, junio) por Petro Poroshenko, tras el nombramiento del oligarca como nuevo presidente ucraniano. Los segundos rechazaron el reconocimiento oficial de la secesión prorrusa, aunque hubo indicios del apoyo económico y militar (una especie de invasión fantasma, con combatientes y arsenal bélico) de la Federación Rusa desde las primeras semanas.
4. Consecuencias para Ucrania.
Quedó claro que en el Donbás no se iba a repetir el guion de Crimea. Iba a ser peor. Tan solo en el primer año de conflicto, la ONU documentó más de 6.000 muertos y casi 16.000 heridos en el este de Ucrania. Los datos subrayan también la grave situación de los civiles, atrapados en una ruleta rusa de actividades bélicas, con momentos de menor y mayor iniciativa de ambos bandos. Bombardeos indiscriminados, ejecuciones extrajudiciales y malos tratos de prisioneros fueron parte de esta etapa y lo serían en el futuro, según diversas organizaciones.
5. Consecuencias para el mundo.
Han pasado 10 años desde el inicio del conflicto rusoucraniano y, para muchos, la hostil relación entre Rusia y Occidente no sólo empieza a ser un capítulo para los libros de historia, sino que parece ser la única realidad que se recuerde. Pero no era así antes de 2014. Entonces, Rusia y la OTAN incluso habían organizado sus primeros ejercicios militares conjuntos (que nunca se llevaron a cabo) y diversos países europeos mantenían –especialmente Alemania e Italia– un significativo intercambio comercial con Rusia, que desde esos días ha ido disminuyendo, con sus repercusiones. La anexión de Crimea y la rebelión en el este ucraniano supusieron una continuada dinámica de represalias entre los dos bloques y un aumento de la actividad de la OTAN cerca de la frontera de Rusia. Fruto de ello, después de la cumbre de Varsovia de 2016, fue la apertura de nuevas bases de la Alianza Atlántica como la de Adazi en Letonia, uno de los países del Báltico hoy en máxima alerta ante la posibilidad de un nuevo crescendo de esta guerra iniciada hace una década.
«El sentimiento prorruso era bastante alto en el industrializado Donbás», explica el historiador Serhii Plokhy