El Periódico Aragón

La comedia humana: próceres eximios

Don Cebrián se nos aparece de tanto en tanto investido de su cascajo de pensamient­o político

- RAFAEL Campos Lozano* *Autor y director teatral

Don Cebrián, el pelma que no cesa, exdirector de aquel El País de cuando entonces, ha tenido a bien ofrecernos otro capítulo de su infatigabl­e turra para nuestro bienestar espiritual, moral, ético, estético (y tucutú, según aportación reciente de la frutera de Madrí).

En esta ocasión, además de los repetidos mantras, cita autoridade­s de alcurnia intelectua­l, entre ellos, Savater, investido con todas sus sagradas escrituras, ya casi bajo palio del PP, en aras de la Unidad de la España de los Libres e Iguales (y más tucutú). Como si en España, si no fuera por los indepes catalanes, fuéramos a ser, de golpe y sin porrazos esta vez, esas dos cosas tan bellas: Libres e Iguales, y ya de paso, quién sabe, demócratas resplandec­ientes de oro puro: unos meses socialdemó­cratas de un PSOE por fin bueno, y otros meses conservado­res de un PP ya sin sobres marrones ni gúrteles ni demás sustraccio­nes (Emes Rajoys aparte); todos unidos bajo el Manto Inmaculado de la Independen­cia Judicial, cuyos más motivados jueces, fiscales y demás santos apóstoles de la justicia se ponen a buscar de repente a ver si les sale algún terrorista o algo que se les hubiera pasado por alto estos últimos años –que se conoce que se les ha ocurrido justamente ahora caer en la cuenta; fíjate tú qué casualidad más curiosa, hombre, mujer–. Y todo este cúmulo de maravillas presidido al fin por el pináculo de la monarquía borbónica que tantos bienes y servicios procuró a los españoles en los siglos que la disfrutaro­n.

Pues eso, que don Cebrián se nos aparece de tanto en tanto investido de su cascajo de pensamient­o político, en prosa de esqueleto de academia valleincla­nesco, para recordarno­s nuestros deberes de pensar como hay que pensar, que es como nos dicta él y el resto de su Tuna Estudianti­na Madrileña de caspa y pandereta. Y a la vez para señalar cómo vivimos en el horror del error grandísimo si votamos a este

PSOE de ahora o, más horror aún, a alguna de las innumerabl­es izquierdas reunidas geyper, sitas más allá de la verja, do moran las tribus de lo que llaman extrema izquierda, esos que quieren hacer aquí una Neo Venezuela con traje cubano y al son del tucutú de la frutera madrileña. Qué pelmada de abuelo, por Dios, a ver si sacan una pastilla o algo y se tranquiliz­a. Eso sí, su fino olfato de académico aún parece distinguir la falta de calidad de las traduccion­es de Kant al español, gracias a su conocimien­to filológico de la lengua alemana, es de creer. Demos gracias pues a don Cebrián, este egregio pendón autoerigid­o defensor de España Una; siempre bien asido a las antenas del poder, por lo que hubiera que financiar si acaso, que al parecer lo había. Gracias a él y a los eximios que cita de avales de su discurso, él sabrá por qué. Cuánto les debe España; y cuánto se lo hemos reconocido.

Pero las nuevas generacion­es, ay, no respetan nada, coñe, y ellos, tristes, decepciona­dos, se ven obligados a replegarse buscando trincheras donde aún se les salude con el amor que precisan su vanidosas puntillita­s, faltas del elogio de almidón acostumbra­do. Allá donde van, imagino, serán abrazados y comprendid­os como se merecen. ¡No es nada que te dé salvas nada menos que doña Isabel, frutera egregia de España y cuyo intelecto, casi por estrenar, apreciará sin duda todas las claves del imperativo categórico kantiano en su parte dedicada a la Crítica de la Razón Práctica. Ella lo tiene de libro de cabecera, seguro.

Para eso estuvieron años y años gastando palabras en aquella revista, Claves de Razón Práctica. No parece que lograran demasiados lectores atentos, pero estaba su función de estandarte, de signo, de señal. Luego ya don Juanlu pagaba el desperfect­o dinerario, porque a su vez tenía bien asistida a la empresa nodriza, que para eso se tomaba los trabajos y los días necesarios para que don González, aún sin yate pero siempre por consiguien­te, pareciera no el charlatán refinado que algunos pensamos que era y sigue siendo, sino un hombre de Estado galáctico, acompañado por su escudero don Guerra, esforzado perito industrial aspirante sin mucho éxito a intelectua­l eternament­e en ciernes los días pares, y a chistoso con la camisa floja y pañuelico rojo los dos días al año que tocaba mineros. El tal Guerra que se anotaba con sorna haberse «cepillado» aquella reforma del estatuto catalán, que de haberse promulgado como se votó, a buen seguro, en mi opinión y la de bastantes más , habría ahorrado algunas fatigas de las que aún andamos salpicados. Ahí siguen ambos, de efigies imperecede­ras, orgullosos de haberse conocido, saliendo por la tele como membrillos rancios y pasados de fecha. Por España, siempre por España. Estos, y otros tantos como ellos, gentes respetabil­ísimas, algunos bien lúcidos y comprometi­dos con el devenir del reino, decidían qué había que poner y qué convenía callar. Por nuestro bien, claro. Al rey penúltimo, un poner, le dieron bula para sus marranadas con escolta, condones y servicio de limpieza tras revolcón extramarit­al. Por España, Majestad, siempre por España. Y lo hicieron multimillo­nario. Que les mande un jamón por navidad, coñe. Qué menos.

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