Plazas y charlatanes

Mariano Aguas

Nos gusta sentarnos en las plazas, en bancos o en terrazas de bar y relacionarnos con otras personas. Decía Josep Pla que una plaza es un espacio de aire colocado delante de un gran edificio. Para la RAE, plaza es lugar ancho y espacioso dentro de un poblado, al que suelen afluir varias calles, lugar donde se venden artículos diversos. En Zaragoza, en la plaza de Salamero, antes del Carbón, se reunía antaño mucha gente y se comerciaba con relojes y otros productos. También era uno de los lugares preferidos por los charlatanes para vender sus mercancías, baratijas de escasa calidad. Estos profesionales necesitaban amplios espacios como las plazas porque reunían a muchos curiosos e incautos alrededor. Me admiraba de jovencito la habilidad de estos personajes para vender malos productos con un habla incontenible e incansable, sudorosos. A León Salvador se le conocía como «el rey de los charlatanes», capaz de vender casi todo a casi todo el mundo, como rezaban las crónicas de entonces, y que durante más de cincuenta años no faltó en las fiestas del Pilar. Se cuenta que vendía relojes suizos de 24 rubíes por sólo 15 pesetas, medallitas de la virgen bañadas en oro por un duro, hojas de afeitar a peseta el paquete (yo compré uno y las cuchillas no cortaban nada). Se jactaba de llevar 50 años engañando a la gente.

Charlatán es para la RAE el hablador que gasta multitud de palabras sin sustancia ni discreción. Una plaza de mucha historia es la de San Pedro Nolasco, en cuyo subsuelo se ha llegado a encontrar restos de ocupación neolítica, romana, musulmana y judía. Esta plaza se llamaba antaño, cuando yo iba al colegio de los Hermanos Maristas, de San Lorenzo, a donde se salía terminadas las clases. En esos tiempos, la plaza de La Magdalena, cerca de la cual vivía con mis padres, mi abuela materna y mi hermano era un lugar de paso, sin más. Hoy, la plaza y su entorno es la zona más alternativa e intercultural de la ciudad.