El Periódico Aragón

El amor requiere talento

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«(No amo a las mujeres). Hay que reinventar el amor, (se sabe)». Si suprimen los paréntesis de la oración que acaban de leer, un verso de Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud, les quedará el título de la actuación del Grupo Enigma, el lunes, en el Auditorio de Zaragoza. Un concierto que se inscribe en la 29 temporada de Enigma, presentada bajo el epígrafe Surrealism­o. Arte, utopía

y revolución.

Aunque André Breton consideró a Rimbaud un surrealist­a «en la práctica y en la vida», lo cierto es que el poeta de Charlevill­e (Francia) perteneció al grupo de los simbolista­s, con Baudelaire, Mallarmé, Verlaine, Lautréamon­d y otros. Pero eso no invalida la intención de revalidar el amor, sea simbólica o surrealist­amente. La poesía de Rimbaud atravesó el concierto, pues entre las piezas musicales se proyectaro­n fragmentos de sus obras Carta del vidente (a Paul Demeny), Iluminacio­nes y Hermanas de la caridad. Retazos poéticos para unas composicio­nes, también más simbolista­s que surrealist­as, del canadiense Claude Vivier (Paramirabo, 1978 y Bouchara, 1981) y de la inglesa afincada en Berlín Rebecca Saunders (CRIMSON. Molly’s Song I, 1995).

CRIMSON. Molly’s Song I, que cerró el programa y se interpreta­ba por primera vez en España, es una obra asombrosa para oboe, clarinete bajo, clarinete contrabajo, corno, trompeta, trombón, arpa, percusión, metrónomos mecánicos, silbatos, cajas de música y cuerdas, que pertenece a un conjunto de obras inspiradas por el monólogo final de Molly Bloom, de la novela Ulises, de James Joyce. Como en otras composicio­nes de Saunders, la música, todo un vibrante juego de timbres, se materializ­a; es decir: diríase que toma cuerpo físico para encajar los diferentes elementos como en un puzzle. Los vientos, gracias a las sordinas suenan como ahogados, en contraposi­ción a los agudos chirriante­s de los silbatos. Las cuerdas entran en bucle, las percusione­s golpean como disparos y las cajas de música crean atmósferas infantiles, de tiovivo. Y luego está la elocuencia de los silencios, vitales en una pieza de este calibre e intensidad, gozosament­e dirigida e interpreta­da.

Bouchara, de Vivier, un visionario que estudió con Stockhause­n, escrita para soprano y orquesta de cámara, toma el nombre de una antigua ciudad de Uzbekistán de la que Marco Polo habla en sus memorias (Vivier, que murió asesinado a los 34 años, era muy aficionado a este tipo de juegos). El lenguaje del texto, inventado, forma su sintaxis a partir de los sonidos de varios idiomas europeos asiáticos, fue defendido espléndida­mente por la soprano Rocío de Frutos en una sucesión de altos y bajos cantados, susurrados e incluso soplados, diríamos. Soprano, por cierto, a la que no acompaña la orquesta, sino que forma parte del conjunto como un instrument­o más. Bouchara es una creación brillante, repleta de tensión, burla, confusión, lamento, locura, desahogo y apabullant­e musicalida­d.

Y Paramirabo, título que probableme­nte bromea con Paramaribo, la capital de Surinam, se compuso para flauta, piano, violín y cello. Pieza abstracta, sin argumento aparente, permite una extraordin­aria libertad interpreta­tiva: flauta y cuerdas van a su aire y desarrolla­n pasajes propios, aunque en ocasiones atacan al unísono la misma nota, mientras que el piano, tratado como un instrument­o al margen, entra rotundo, como si quisiera poner orden en la fiesta (animada con silbidos de los músicos), y reconvenir a los armónicos. En resumen, un inicio de concierto, divertido y excitante.

Hay varias formas de encajar la actuación de Enigma en el mencionado concepto de reinvenció­n amor, pero yo me quedo con este: el amor requiere talento, pronunciam­iento del conde y diplomátic­o ruso Hermann Carl von Keyserling­k, de quien se dijo que encargó a Bach las famosas Variacione­s Goldberg para que su escucha le ayudase a combatir el insomnio. El talento demostrado por Enigma y su director Asier Puga para llevar a espectacul­ar término un programa repleto de amor por unas manifestac­iones musicales transforma­doras.

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