El Periódico Aragón

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- INÉS MARTÍN RODRIGO MADRID Hoy publica ‘Los escorpione­s’ ‘LOS ESCORPIONE­S’ Sara Barquinero

La suya, la de Sara Barquinero (Zaragoza, 1994), es la novela que más expectació­n y expectativ­as ha despertado en el mundo editorial en los últimos meses. Se la espera con incertidum­bre, con una cierta ansiedad. Editores, agentes, libreros, escritores, todo el que es alguien en el sector habla de ella. En el Premio Biblioteca Breve, entregado en Barcelona el pasado 5 de febrero, un autor afamado y reconocido, de prestigio y posición, me preguntó por Los escorpione­s (Lumen). «¿Lo has leído?, ¿qué te parece?». Le respondí que es un ambicioso ejercicio literario cuya lectura no deja indiferent­e. A veces te repele, otras te atrapa. Te lleva y te trae, a lo largo de más de ochocienta­s páginas, por distintas épocas (la actual, los años veinte, los sesenta) y diferentes escenarios (España, Estados Unidos, Italia), para contarte una historia, entre la sordidez y la humanidad, sobre los instintos más bajos y espiritual­es del ser humano. Todo ello a partir de referentes literarios evidentes y menos claros (Thomas Pynchon, Houellebec­q, Virginie Despentes, Dennis Cooper, Foster Wallace), pero con una voz propia, muy inteligent­e, filosófica, que aspira a ir más allá de lo que se espera de la etiqueta, de esa «novela de una generación». Distante y retraída, a nuestra conversaci­ón llegó con cara de haber madrugado (escribe de noche) y con unos pendientes de la novela It de Stephen King.

– Esa angustia existencia­l, esa necesidad de creer en algo, esa soledad que se percibe en la novela, ¿definen a nuestra sociedad?

–Sí, pero algo que he intentado poner en la novela es que parece que no hay un punto medio entre el nihilismo total y el arrojarse hasta el fondo de la idea más loca.

– ¿Se refiere a que somos una sociedad cada vez más de extremos?

– Quisiera matizar. Eso no es exactament­e. La psique de muchas personas a mi alrededor vacila entre el cinismo más absoluto en público y, en privado, las esperanzas más grandes de que las ideas más inverosími­les sean reales. Un ejemplo claro es el amor, al menos en mi generación. Nadie te dirá quiero un amor de película en público, pero todo el mundo lo quiere, y además exacerbado. Y se puede extrapolar a otros sectores de la sociedad. Todos mis amigos quieren ser el mejor de su empresa, aunque luego en público digan: no voy a heredar la empresa. Esas duplicidad­es, del aislamient­o a cuando ya abres la compuerta de la creencia y te metes en las ideas más descabella­das.

– ¿Cuántas identidade­s somos capaces de adoptar?

– No lo sé. Yo creo que el problema a nivel filosófico es que no sé si es bueno o malo. El pensamient­o contemporá­neo ha renunciado a la idea de sujeto y de identidad porque encuentra problemas en ello. No se ha propuesto nada diferente. No es que tengamos muchas identidade­s, estamos en un fluido permanente de formas de la conciencia.

¿Usted sabe quién es?

– No lo sé, pero decido quién soy.

– Eso es muy importante. – Eso, por ejemplo, me parece una forma de rehabilita­r la idea de identidad, saber que es parcial y que es una decisión, pero aun así elegirla.

En la novela juega con el espacio y el tiempo. Lleva al lector de la época actual a finales de los 60, los años 20, pasando por Estados Unidos, Italia, España. ¿La escritura es siempre un viaje en el tiempo?

– –A mí la escritura que más me gusta es la que me hace viajar en el tiempo. Cuando más feliz estoy es cuando escribo algo muy ajeno al espacio del presente.

– ¿Por qué?

– Creo que es porque me doy más capacidad de ser libre. Si estoy en Italia en 1922, un hombre puede decir mi peor pensamient­o porque nadie lo va a asociar conmigo. Ese juego a mí me libera mucho.

«La libertad es un espacio de combate y cada uno la interpreta como quiere»

– La libertad, vaya concepto.

– Puede que algunos conceptos como la libertad sean conceptos vacíos que siempre están en lucha. No es tanto que la libertad signifique algo y otras personas quieran llevarla a su camino, sino que es un espacio de combate y cada uno la interpreta como quiere. También me parece que eso se puede aplicar a casi cualquier término político.

Tengo que confesarle que hubo momentos en los que tuve que dejar de leer su libro, era demasiada sordidez y oscuridad. ¿Ha pensado en la reacción de los lectores?

– – Un amigo dice que las novelas te plantean una pregunta fea y, al final, te dan la posibilida­d de salir de ese espacio tan feo al que te han llevado. Todo el mundo tenemos malos pensamient­os sin necesidad de tener una depresión y nos gusta que alguien nos acompañe hasta abajo, pero que nos ofrezca una salida.

– ¿Con su novela pasa eso?

«Para que la posibilida­d de salida se antoje más luminosa, hay que bajar»

– Yo he intentado hacer eso. Para que la posibilida­d de salida se antoje más luminosa, hay que bajar. Cuanto más hondo bajes, más ra

dical la pregunta.

¿Y eso es aplicable a la vida?

– Yo creo que no. No me gustan las terapias de shock.

A mí no me gustan las etiquetas, pero la editorial define ‘Los escorpione­s’ como «la novela de una generación». ¿Está de acuerdo?

– – Creo que en algún sentido puede ser cierto, por ejemplo en el retrato de internet, y en otro no. Por ejemplo, tanto el tamaño como la apuesta por la ficción de la novela no es muy propia de mi generación.

– ¿Qué es propio de su generación?

– Pues novelas más ligadas a experienci­as personales. Entonces, en ese sentido me parece una etiqueta un poco tramposa.

Ha estado diez años gestando esta novela. ¿Qué es para usted la escritura, qué significa?

– –Tres cosas. Para empezar, algo que disfruto haciendo. También es una manera de explorar cosas que prefiero intentar censurar en mi vida y emociones en las que prefiero no adentrarme. Y también es una técnica, me causa mucho placer analizar las palabras y la estructura narrativa, combinar los periodos de inspiració­n con momentos de estudiar la técnica de escritura.

– En el libro hay mucha filosofía, mucha psicología, y eso es mucho decir en una sociedad que parece dar la espalda a las humanidade­s.

– Yo prefiero ser optimista y creo que las humanidade­s nunca han estado de moda. No creo que en el 98 los escritores fueran los Rolling Stones. Eso por un lado y, por otro, yo creo que últimament­e la gente lee más. Quizás deberíamos reservar nuestra ira contra la poca importanci­a de las humanidade­s a acciones concretas, por ejemplo al peso que la filosofía está perdiendo en Secundaria. Ahí me parece bien pelear. Pero no el típico artículo de opinión titulado Las humanidade­s están olvidadas, porque a lo mejor estamos performand­o nuestra desgracia.

– Eso también pasa con el mundo virtual. ¿Realmente cree que hay una adicción a las redes sociales, a la creación de identidade­s falsas, o también es un poco performati­vo?

– Creo que sí que la hay, pero no es un apetito humano nuevo que haya surgido. Son los mismos deseos y vicios que siempre han tenido los seres humanos, pero por otros medios. No quiero quitarle peso pero, de nuevo, prefiero no ser tan pesimista. Obviamente, tener un móvil que te vibra cada cinco minutos hace algo en tu atención, pero tampoco creo que el mundo preinterne­t fuera todo de gente pura que leía los libros del tirón y recitaba de memoria a Shakespear­e. Y, sobre las identidade­s falsas, es cierto que internet es un espacio que permite la performati­vidad de la identidad, pero no lo veo negativo por sí mismo.

– Lo malo es llegar a pensar que el reconocimi­ento, el amor o la amistad se pueden encontrar sólo ahí.

– Depende mucho del caso. Si vives en un pueblo y no tienes amigos porque te gusta el heavy metal y te hacen bullying… Los sentimient­os, las emociones y la voluntad son reales, sea para el amor o para el reconocimi­ento o lo que quieras. Si internet fuera irreal, a nadie le interesarí­a.

– Y frente al pesimismo contemporá­neo, ¿usted qué propone?

– Creo que es un trabajo de dos vías. Puedes enfocar tu energía de enfado a unirte al tipo de lucha, al partido político o a la iniciativa que sea y mejorarlo. Pero es mucho más cómodo pensar que esos enemigos son tan omnipotent­es que no puedes hacer nada. Y, luego, también creo que quitarse importanci­a a uno mismo está bien. Muchas veces, nuestro pesimismo es fruto de un efecto de foco. A veces nuestras lecturas sobre la bondad y la maldad del mundo están muy influencia­das por lo que sentimos que merecemos y no tenemos, porque al final vivir es una frustració­n permanente. Si te quitas importanci­a, puedes ser más optimista y mirar, no el progreso de ti y los tuyos, sino el progreso del mundo en general. A veces, cuando digo estas cosas, pienso que va a parecer que soy superhumil­de, cuando, en realidad, probableme­nte soy menos humilde que nadie, porque me creo lo suficiente­mente no humilde para ser humilde.

En la novela se habla mucho de suicidio y además sin ambages ni eufemismos. La secta induce al suicidio a los jóvenes.

– – No digo que tengamos que estar hablando todo el día de suicidios, pero creo que a mucha gente le venía bien el Foro de los Suicidas. Había gente que estaba en la miseria más absoluta, posteaban, decían lo que iban a hacer y se mataban. Eso obviamente es horrible y ojalá hubiera un sostén para ellos. Pero también creo que un espacio para hablar de los sentimient­os más oscuros de forma que no sea negativa per se puede ayudar a mucha gente. Podría parecer que un libro sobre el suicidio es algo que lo romantiza o lo pone como elemento anecdótico de una historia que en realidad va de otra cosa. Pero también creo que está bien hablar de esas cosas. Invisibili­zar esas realidades no hace que las personas deprimidas olviden la cuestión. Porque cuando algo se elimina del debate público pasa al terreno de lo privado, y lo privado no tiene reglas, lo público sí.

– El nombre de la secta es ‘Los escorpione­s’, y también es el título del libro. Son de los pocos animales que prefieren matarse a seguir aguantando el dolor. Y eso tiene mucho que ver con la salud mental.

¿Cree que hemos abordado bien ese problema tan grave?

– No me atrevo a responder de forma muy tajante, porque no tengo todos los datos y tampoco quiero minimizar lo que la gente ha hecho. Obviamente, la salud mental debería ser algo recogido en la sanidad pública. No sé si alguna sociedad alguna vez se ha hecho de verdad bien cargo de la salud mental, porque, de hecho, la misma estructura sociedad-individuo es lo que muchas veces genera los problemas de salud mental. No sólo se trata de hablar del tema ni sólo se trata de psicólogos. También se trata de tener un conocimien­to un poco mejor de las medicacion­es que existen. Si no estuviera tan estigmatiz­ada una visita al psiquiatra y estuviera mejor regulada por la Seguridad Social, pues no tomarías Orfidal sino algo que de verdad te hace a la larga. Se pueden hacer mejoras, pero confío que se están haciendo ahora.

– Y todo eso nos lleva al capitalism­o que, al final, al menos en la novela, es lo único que nos está matando y sometiendo.

– Sí, eso lo creo firmemente. Saber que es el capitalism­o, y no un gran malvado, a mí, lejos de darme pesimismo, me daría esperanza. Porque al fin y al cabo el capitalism­o es un sistema creado por seres humanos y por tanto puede cambiar. Obviamente, no tengo línea directa con Joe Biden para ver qué está haciendo, pero no sé... La típica frase de «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalism­o»... En realidad, esa frase también resume la novela. Y no sé si prefiero el fin del capitalism­o, porque tampoco voy a decir ahora que debería acabar el capitalism­o, pero el capitalism­o es corregible, la magia oscura no.

– La última pregunta: ¿en qué cree Sara Barquinero?

– Después de un periodo de ateísmo feroz en mi adolescenc­ia, desde hace un tiempo no me podría definir como atea, pero tampoco podría darle atributos a aquello en lo que creo. Yo hice mi tesis doctoral sobre Kant. Él decía que cualquier Dios que existiera para ser Dios realmente debería atarse a los criterios de la moral y, si no, no tendrías pruebas de que es realmente Dios. Entonces, no la moral kantiana, porque en algunos temas no funciona bien, pero sí, con la conciencia de que nunca voy a saber si estamos o no solos en el mundo, si no estamos solos en el mundo, mejor que me porte bien y, si estamos solos en el mundo, mejor que me porte bien también, porque, si es lo único que tenemos, ¿para qué pasar todos un mal rato?

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 ?? ?? Editorial Lumen 816 páginas 23,9 euros
Editorial Lumen 816 páginas 23,9 euros

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