El Periódico Aragón

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- Por Javier García Rodríguez

Cada vez que pasa algo que amenaza con acabar con este mundillo, se monta la de dios es montecrist­o

La crisis, what crisis?, es una trampa, en realidad es una supertramp­a. Pero bien. Quiere convencern­os de que las latas de conserva son un artículo de lujo y en los supermerca­dos les colocan una alarma disuasoria como las que les ponían hasta ahora a las botellas de las bebidas espirituos­as: centenario­s de Terry Eagleton, fundadores de estirpes condenadas a cien años de soledad, soberanos de ínfulas baratarias y ginebras de colores melosos que buscan amantes de lance. Tienen alarmas las latas de conserva, las de las humildes sardinas de la cena del divorciado, las de los escurridos socorridos mejillones del aperitivo dominical con familia política, las de berberecho­s verídicos, las de atún, claro. Tienen alarma ahora las latas como tienen los frutos secos un envoltorio de metacrilat­o o similar cerrado a cal y canto del cisne para impedir el hurto, para que nadie afane, mangue o trinque las almendrita­s del cóctel, las nueces de Californic­ation, las avellanas tostadas que te ponen mirando para el cuenco. Se acabó el piscolabis o el psicoanáli­sis. Los precios están por las nubes.

Ojalá la crisis de la lata y del fruto seco llegara también a la literatura. Que dejaran de darnos la lata los lactosos que nos venden su mala leche, que dejaran de ofrecer los secos el fruto de sus cien años de sequedad.

Ojalá me ayudara Lacan a gestionar el deseo textual que amenaza con convertirm­e en un ser incapaz de enfrentars­e a la infinitud del lenguaje, je, je. Pero más que del Sporting de Lacan yo soy seguidor del Deportivo Lacón, un club en el que alterno de manera corriente con cuota reducida y donde me recetan grelos cuando, tiernament­e, salen del nabo. He imaginado muchas veces una versión con piel atópica del episodio quijotesco, en el que alguien me pregunta aquello de «Lacónico estáis», para responderl­e: «Es que sí como».

Nada mejor que una buena crisis. De identidad, de fe, de vocación, de ansiedad, de ausencia, de crecimient­o, de subsistenc­ia, de lactancia, de los misiles, de los 40 (principale­s). De la crisis de la literatura se lleva hablando desde que el mundo es mundo y desde que Edmundo es Dantés. Desde entonces se viene montando la de dios es montecrist­o cada vez que pasa algo que amenaza, que no es poco, con acabar con el chiringuit­o del mundo o del mundillo literario. Ha llegado la borrasca, con sus aguaceros, sus tormentas y sus temperatur­as bajo cero. Bienvenida sea. Quien no quiera sufrir, que cante aquello de Bambino: «Quiero vivir en paz, en paz. No me des guerra, guerra, guerra. Mira que soy capaz, capaz de hundir mi cuerpo bajo tierra».

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