Alemania, una sociedad polarizada
No se trata de un fenómeno muy distinto del que vemos en otros países de Occidente como Francia o Estados Unidos, pero el caso de Alemania puede resultar más preocupante por su historia. La nación de los «poetas y pensadores», la patria de Goethe, de Schiller, Hegel y Marx, pero también el país que acogió al más criminal de los fascismos europeos, es hoy una sociedad polarizada. Un país con un Gobierno claramente disfuncional que se muestra incapaz de reconocer sus propios errores y carga contra quienes denuncian la soberbia de los liberales, el moralismo de los Verdes y el alejamiento de las preocupaciones ciudadanas de los socialdemócratas. Situación ésta que ha sabido aprovechar hábilmente desde la oposición la populista y xenófoba Alternativa para Alemania (AfD), que no deja de subir en las encuestas, y a la que ya no sabe cómo hacer frente la heterogénea coalición que lidera el canciller Olaf
Scholz.
Este año se celebran elecciones en tres laender (Estados federados) del este del país, además de las europeas, y de creer los sondeos, la AfD podría ser en algunos de ellos el más votado mientras que los socialdemócratas y liberales se hundirían.
La ultraderecha populista no se cansa de denunciar la desindustrialización del país, en más que previsible recesión tras haber renunciado por la guerra de Ucrania al gas natural que llegaba barato desde Rusia a fábricas y hogares, la creciente inflación y el mal estado de tantas infraestructuras. Pero sobre todo, y esto es lo más preocupante, al igual que otros partidos populistas como el francés de Marine Le Pen o los Fratelli d´Italia, de Giorgia Meloni, la AfD ha encontrado un filón en el tema de la inmigración, que ha sabido explotar demagógicamente.
Desde comienzos de año, un concepto peligroso domina el discurso público: se trata de la palabra «remigración», que no es sino un eufemismo equivalente a «expulsión forzosa» de los inmigrantes no deseados, sobre todo musulmanes, con independencia del tiempo que lleven en el país
La coalición gobernante no sabe cómo reaccionar, anima a la población a manifestarse en las calles contra la extrema derecha, y se habla incluso de la posibilidad de prohibir AfD por anticonstitucional.
Pero ocurre que AfD no ha sido nunca un partido homogéneo. No lo es su dirección, y mucho menos quienes lo votan, y, como ocurre en EEUU con el republicano Donald Trump, cuanto más salen a manifestarse contra él los «antifascistas», más sube en las encuestas.
Sobre todo cuando sus votantes escuchan al presidente del país, el socialdemócrata FrankWalter Steinmeier insultarlos al referirse a ellos como «ratas» a los que AfD trata de cazar como hizo el flautista de Hamelín con los niños de la homónima ciudad alemana.