El Periódico Aragón

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- SERGIO Martínez Gil HISTORIADO­R Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN &M EFGFCSFSPE­F GBMMFDJÒFM­BS[PCJTQP EF ;BSBHP[B "MPOTP EF "SBHÒO WÍDUJNB EF MB QFTUF

Alonso de Aragón fue una de las figuras políticas más importante­s del reino de Aragón entre finales del siglo XV y principios del XVI, ejerciendo una enorme influencia tanto durante el reinado de su padre, Fernando II el Católico, como en los inicios del de su sobrino Carlos de Habsburgo. Y todo ello a pesar de su condición de hijo ilegítimo, ya que Alonso nació hacia el año 1470 fruto de la relación sentimenta­l que tuvo el rey Fernando fuera del matrimonio con la dama catalana Aldonça de Iborra. Sin embargo, la monarquía aragonesa llevaba ya tiempo una política en la que contó con algunos de esos hijos ilegítimos que tenían los soberanos reconocién­doles públicamen­te y otorgándol­es puestos de confianza, gracias a los cuales la influencia de la casa real podía aumentar todavía más.

Ya lo había hecho el padre de Fernando, es decir, Juan II, y continuó haciéndolo el rey católico. En el caso de Alonso, tanto Juan como Fernando lucharon con la Iglesia con ahínco para conseguir controlar el rico y poderoso arzobispad­o de Zaragoza poniendo en su cátedra a este Alonso de Aragón, quien ocupó este puesto cuando tan sólo contaba con nueve años. Conforme fue creciendo, la esmerada educación que se le dio, así como sus propias aptitudes, hicieron que Alonso fuera adquiriend­o también responsabi­lidades de gobierno, llegando a ser incluso nombrado como virrey del reino aragonés. También tuvo una gran importanci­a una vez murió su padre Fernando en enero de 1516. Dado que la reina Juana había sido encerrada y apartada del poder desde hacía años, fue su hijo Carlos de Habsburgo quien asumió el trono tanto de Aragón como de Castilla, aunque sin duda fue una sucesión compleja de manejar. No

eran pocos en Aragón los que preferían como rey al hermano menor de Carlos, es decir, el infante Fernando, y es que al contrario que él, Fernando se había educado toda la vida en los reinos peninsular­es. Así pues, Alonso de Aragón jugó un papel clave para convencer en 1518 a las Cortes del reino de Aragón de que reconocier­an como rey a Carlos y evitar así algún tipo de conflicto que pudiera ir a mayores.

Sin embargo, y apenas dos años después, cuando Alonso se encontraba quizás en su plenitud y en el cénit de su poder, falleció ese 24 de febrero de 1520 en la localidad zaragozana de Lécera. ¿Pero qué hacía allí el arzobispo zaragozano? Ese año se había desatado un fuerte brote de peste negra en la ciudad, y ante el temor por un posible contagio, parte de

las autoridade­s decidieron abandonarl­a e irse a otro lugar, como fue el caso de Alonso. Sin embargo, parece que fue tarde para él, pues finalmente acabó contagiánd­ose muriendo en Lécera mientras se alejaba en ese viaje de la capital aragonesa. Es algo que nos muestra de hecho perfectame­nte el poco cuidado y escaso boato con el que el cuerpo de Alonso fue enterrado posteriorm­ente en la Seo del Salvador de Zaragoza. Nadie quería manipular más de lo necesario el cadáver, que apenas llevaba parte de los ropajes y ornamentos con los que en una situación normal habría sido enterrado un arzobispo de tanta importanci­a.

Desde luego no era la primera vez que Zaragoza, al igual que otros lugares, era golpeada por la temida peste negra. Esta enfermedad, conocida también como peste bubónica, fue probableme­nte la más terrible de las pandemias que ha sufrido el ser humano a lo largo de la historia; especialme­nte en la mayor parte de Europa y en la cuenca del Mediterrán­eo. Su primer brote llegó a Europa desde Oriente en el año 1347, y fue el más virulento de todos. En tan sólo unos años, se calcula que más de un tercio de la población europea murió por su causa sin hacer distincion­es entre pobres y ricos. El terror que provocó suscitó profundos cambios en la mentalidad, la cultura, el arte y en prácticame­nte todos los aspectos de la sociedad europea tanto de la Baja Edad Media como en la Edad Moderna.

En otro brote posterior al que acabó con la vida de Alonso de Aragón, surgió la figura del sardo Juan Tomás Porcell. Tras varios años de viajes y estudios de medicina, acabó afincado en Zaragoza, donde vivió otro de esos terribles brotes de peste negra de la ciudad, en este caso el del año 1564. Juan Porcell se dedicó a asistir a los enfermos que llegaban al Hospital General de Nuestra Señora de Gracia. Además, y a pesar del enorme riesgo de contagio que sufría, comenzó a hacer observacio­nes y autopsias sistemátic­as entre los fallecidos para intentar conocer las causas de la enfermedad, así como posibles remedios, rechazando de plano las famosas sangrías. Hizo estudios con datos estadístic­os por sexo, edad y localizaci­ón de los mayores daños que provocaba la enfermedad, relatándol­o todo en su obra «Informació­n y curación de la peste de Zaragoza, y preservaci­ón contra la peste en general»; impresa en la misma Zaragoza al año siguiente. Una obra importantí­sima y que es parte de los orígenes de la anatomía patológica moderna. Gracias a arriesgado­s estudios como los de Porcell, poco a poco el ser humano iría conociendo cada vez más esta y otras enfermedad­es hasta lograr combatirla­s con el tiempo.

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El triunfo de la Muerte, de Pieter Brueghel el Viejo. Museo del Prado

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