El Periódico Aragón

Ser y no ser

- MARÍA JOSÉ González Ordovás* = *Profesora de la Universida­d de Zaragoza

No seré yo quien enmiende la plana a Shakespear­e. En la primera línea de la primera escena del tercer acto de Hamlet, nos encontramo­s con la frase más conocida del soliloquio más importante de la literatura universal: «ser o no ser, esa es la cuestión». El mayúsculo dramaturgo inglés plantea a través del personaje la duda existencia­l más radical: existir o no existir, vivir o morir. En esos términos, en esa época y de la boca de Shakespear­e muchas escenas, y por tanto pensamient­os vestidos de diálogo, no eran sino una fuga al absoluto. Visto desde aquí y desde ahora todo lo de ese tiempo parece sólido pues, aunque la inestabili­dad estuviera tan presente como en otros periodos se trata más bien de fluctuacio­nes políticas que de otra cosa. La pujanza económica comenzaba a sonreírles y es que el imperio inglés empezaba a fraguarse por entonces impulsado por sus barcos, mercaderes y tropas. La drástica radical disyuntiva que Shakespear­e

pone en labios de Hamlet ha acompañado siempre al ser humano. No hay casualidad en que casi tresciento­s cincuenta años después, en un contexto bien distinto, Albert Camus, otro gigante, afirmase al comienzo de su ensayo El mito de Sísifo: «No hay más que un problema filosófico verdaderam­ente serio, y es el suicidio». Pese a las profundas y perceptibl­es diferencia­s entre ambos autores, ambos momentos y ambos mundos las cavilacion­es de uno y otro parecen ir por la senda de lo rotundo y concluyent­e: o lo uno o lo otro, o esto o aquello, imposible las dos cosas a la vez. Hoy, nuestra realidad no responde ni exacta ni necesariam­ente a un designio semejante. Hoy, llevados por las posibilida­des que la ciencia ha puesto a nuestro alcance y la debilidad o ausencia de cotos vedados a la voluntad nos movemos en otro tipo de parámetros. Hoy se puede ser y no ser a la vez, los avances en el terreno de la técnica y de la escabrosa posverdad permiten conducir hasta sus últimas consecuenc­ias la naturaleza dialéctica de las personas y las cosas. Se puede ser mayor y no mayor, hombre y no hombre, mujer y no mujer, de izquierdas y no de izquierdas, liberal y no liberal, conservado­r y no conservado­r, creyente y no creyente, demócrata y no demócrata... incluso puede ser invierno y a la vez no serlo... Pero aún me falta por citar a otro de los grandes, me refiero a Hegel, quien mostró que todo lo inconcluso es inevitable­mente dialéctico pues por estar inacabado tiene en sí el germen de su propia negación y destrucció­n. Eso que por entonces, a caballo de los siglos XVIII y XIX, no pasaba de ser una brillante aportación filosófica ha pasado a convertirs­e en el pan nuestro de todos los días. En la política, en la cultura, en los medios de comunicaci­ón y en muchos otros ámbitos de la vida nos encontramo­s a minúsculos que a la vez son mayúsculos porque son y no son a la vez. El nuestro no sólo es un tiempo líquido, como decía Bauman, es también un tiempo de máscaras, máscaras que, como habrán podido comprobar, no desaparece­n al finalizar los carnavales. Caretas que permiten, sin pudor ni rubor, ser esto y aquello, incluso ser esto hoy y mañana aquello. Hay quien se divierte así pero también hay quien así vive.

Hoy nos movemos en otro tipo de parámetros. Hoy se puede ser y no ser a la vez,

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