Sólo se vive una vez

Miguel Bretón Vallejo Zaragoza

Este pasado fin de semana se ha recordado en Teruel la historia medieval de dos jóvenes amantes –Diego e Isabel– que murieron por no poder vivir su amor en la mutua compañía.

Rememorar, en pleno siglo XXI, y con emociones a flor de piel, aquel suceso que dio fama a la capital turolense creo que está fuera de lugar. El estudio de la psicología humana y sus inmensos resortes para salir airoso de cualquier situación, por dura que sea, nos muestra claramente que lo más valioso que tenemos cada persona es la propia vida, que dentro de nosotros está todo el amor y alegría, cuyo reflejo también lo encontramos en las cosas y personas externas, pero cuyo deterioro o pérdida no justifica, de ninguna manera, perder la oportunidad –única, porque no volverá– de esta existencia humana. Sólo viviendo con intensidad por dentro podemos proyectar positividad a todos y a todo lo que nos rodea. La vida es un regalo individual del creador para cada ser humano, cuyo valor no crece ni mengua según las cambiantes circunstancias.

Sólo se vive una vez. Vinimos para disfrutar, el sufrimiento, igual que la felicidad, lo hacemos cada uno. Sólo amándonos, podremos amar. La mejor prueba de cariño y respeto de Diego por su amada Isabel hubiera sido mantener su propia vida con dignidad y valentía, no haberse desmayado ante la negativa de Isabel de besarle y desearle lo mejor en su nueva vida con don Pedro de Azagra, con el que se casó.

Todo cambia en el mundo, adecon cada día, pero como cantaba Julio Iglesias: «pese a penas, glorias, guerras y paz, la vida sigue igual».

El sol sale cada mañana y, de momento, no es de pago. A disfrutarlo.