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Los tres millares de aficionados desplazados despidieron al equipo con cánticos de «fuera, fuera» y «Velázquez, vete ya», después de otro pobre partido sin goles ni ocasiones
Uno de los desplazamientos más masivos de la temporada terminó con uno de los mayores enfados del curso. El recibimiento al equipo y el ambiente previo en Villarreal, con las calles teñidas de azul y blanco en una fiesta total, fueron espectaculares, como de costumbre, pero al terminar el partido, otro 0-0 sin merecer más, la afición del Real Zaragoza despidió a sus jugadores al grito de «fuera, fuera» y se escuchó por primera vez un clásico de antaño en La Romareda: «Velázquez, vete ya».
Síntomas más que evidentes del cansancio y el hastío de una afición que da mucho, muchísimo más, de lo que recibe de un equipo que no encuentra el camino ni la manera de ganar, menos aún fuera de casa, donde no lo hace desde el pasado 5 de octubre en Andorra. Casi nada. En La Cerámica fue una muestra más de la incapacidad de unos jugadores y un entrenador que no dan con la tecla y que mantienen al equipo en tierra de nadie, sin terminar de engancharse a la pelea por el ascenso.
El zaragocismo tiene una paciencia renovada y un amor infinito e incondicional por sus colores que demuestra un día sí y otro también. Pero todo tiene un límite y el partido de ayer no fue sino una gota más en un vaso que ya está muy colmado. Un partido en el que el Real Zaragoza estuvo más cerca de perder –Badía y la falta de puntería del Villarreal lo impidieron– que de ganar, en el que fue incapaz de generar nada que no saliera de las botas de Valera o de la insistencia de Mollejo, que apenas creó ocasiones claras.
Un partido en el que Julio Velázquez cambió de sistema, abandonó los tres centrales, y en el que fue moviendo piezas conforme avanzaba el partido pero
El ambiente previo fue una fiesta en las calles de Villarreal pero la afición estalló tras el encuentro
en el que tampoco encontró soluciones. Claro que sus cambios fueron los habituales, con el resultado de siempre. Es verdad que el Zaragoza tuvo más el balón en la primera parte que en anteriores ocasiones, que quiso dominar –o lo que fuera aquello– a través de la pelota y no sufrió en exceso, pero todo cambió en la segunda mitad, en la que el Villarreal B salió mucho más activo y pudo marcar a un Zaragoza noqueado que apenas encontró respuestas.
El juego de este equipo no enamora, pero quizá sea lo de menos después de once años en Segunda División. La cuestión es que no funciona, que apenas gana partidos, solo cuatro de los últimos 23, desde aquel inicio fantástico que quedó en nada. La fórmula de Julio Velázquez tampoco ha servido para dar otro impulso al equipo. En sus doce partidos al frente del Zaragoza ha ganado tres y, con el de ayer, suma ya seis empates.
Quince puntos de los 36 en juego, menos de la mitad, uno de los últimos nueve, que dejan al equipo en la indiferencia de la mitad de la tabla.
Por eso la afición se ha cansado. En La Cerámica volvieron a dar una lección, animando por encima de los locales, igualando en número a los seguidores vilarrealenses, protagonizando un bello éxodo azul y blanco desde múltiples puntos de Aragón e, incluso, de Cataluña. Todo para 90 minutos de nada, de más de lo mismo, de un equipo plano, con una alarmante falta de gol, con enormes problemas para generar juego, sostenido un día más por las manos y los reflejos de Edgar Badía. Por eso al final no hubo la ovación habitual sino la manifestación de un hastío que ya supura por todas las heridas de estas interminables temporadas en Segunda División. Y a este paso, lo que queda.
Velázquez no da con la tecla y sus cambios no mejoran a un equipo sin gol ni mordiente arriba