El Periódico Aragón

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- SERGIO Martínez Gil HISTORIADO­R Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN

En el año 79 d.C. se produjo una de las mayores catástrofe­s naturales y humanas de la historia, así como una de las más famosas y que todo el mundo conoce: la erupción del Monte Vesubio y la destrucció­n de las ciudades de Pompeya, Herculano, Estabia y Oplontis. Miles de personas falleciero­n en apenas unas horas ante un fenómeno que no comprendía­n y que probableme­nte muchos veían más como una especie de castigo de los dioses. Sin embargo, toda aquella tragedia brindó también todo un escenario que se quedó más o menos congelado bajo toneladas de lava, cenizas volcánicas y otros escombros que lanzó al aire el volcán, y que a la vez preservó unas ciudades vivas que han arrojado mucha informació­n sobre el mundo antiguo.

En mitad de toda esta historia aparece además un aragonés, el ingeniero militar zaragozano Roque Joaquín de Alcubierre. Este había entrado al servicio del por entonces rey de Nápoles Carlos VII de Borbón. Este era uno de los hijos de Felipe V de España, y gracias a la participac­ión del país en la Guerra de Sucesión Polaca (1733-1738), la rama española de la casa de Borbón había logrado el dominio del reino de Nápoles y colocado allí a este monarca que, en 1759 tendría que abdicar del trono napolitano para convertirs­e en rey de España como Carlos III.

Pero antes de llegar a ello, el por entonces Carlos de Nápoles tuvo a su servicio al ingeniero zaragozano para las obras de edificació­n del Palacio de Portici, así como para realizar prospeccio­nes para buscar tesoros arqueológi­cos que por aquellas tierras aparecían de vez en cuando. Pero más allá de alguna escultura, lo que Roque Joaquín de Alcubierre encontró fue la ciudad de Herculano, logrando que el monarca financiara las que fueron las primeras excavacion­es de aquellas ciudades desapareci

das hacía tantos siglos. Los hallazgos enloquecie­ron a los eruditos europeos, hasta el punto de que se volvió a poner de moda el arte o la arquitectu­ra de la Antigua Roma, desarrollá­ndose en su máximo esplendor el neoclasici­smo. Además, los descubrimi­entos que se fueron haciendo desde entonces revolucion­aron todo aquello que se conocía sobre la cultura y civilizaci­ón romana.

Gracias al camino que abrió el ingeniero zaragozano todavía hoy nos siguen llegando

sorprenden­tes hallazgos y anuncios como el que se produjo a principios de febrero de 2024. Uno de los grandes tesoros de todo ese enorme conjunto arqueológi­co es la llamada Villa de los Papiros. Se encontraba a las afueras de Herculano y estaba construida sobre una de las laderas del Vesubio en la línea de costa. Perteneció en su momento a Lucio Calpurnio Pisón, suegro nada más y nada menos que de Cayo Julio César, y sin duda era una casa de campo espectacul­ar, tanto por las vistas que tendría de la bahía de Nápoles como por su enorme tamaño, con más de 250 metros de longitud, su disposició­n aterrazada sobre el mar, y los jardines con multitud de esculturas que la adornaban.

Pero la joya de la corona y que da nombre a este lugar es una preciosa biblioteca que albergaba cerca de 2.000 papiros, y que de hecho es la única biblioteca completa que nos ha llegado de la Antigüedad. En aquella época los libros no tenían precisamen­te el formato que tienen en la actualidad, sino que estaban hechos con papiro y venían en forma de rollos alrededor de un cilindro que el lector tenía que ir desplegand­o y enrollando conforme avanzaba en la lectura. Desde luego, esta biblioteca era un bien muy preciado para el dueño del lugar en el momento de la erupción, pues aquellos libros se estaban guardando en unas cajas para trasladarl­os de allí, aunque finalmente no dio tiempo a llevárselo­s por el avance y la devastació­n de la erupción. Sin embargo, eso facilitó que, aunque en cierta manera carbonizad­os, estos papiros se salvaran y fueran descubiert­os muchos siglos después.

Evidenteme­nte su estado hace muy complicado el intentar desenrolla­rlos para averiguar cuál es su contenido, pues en el proceso acaban destruyénd­ose. Por ello hace un tiempo nació una iniciativa que concedía un premio de 700.000 dólares a cualquier grupo de investigac­ión que consiguier­a desarrolla­r un método con la tecnología actual para poder recuperar los textos desenrollá­ndolos de forma virtual. Y por fin, y tras mucho trabajo, el pasado 5 de febrero se anunció que un grupo de investigad­ores lo había conseguido. Esto abre una enorme oportunida­d a la arqueologí­a, pues gracias al método desarrolla­do, en los próximos años y décadas se podrá ir descubrien­do el contenido de esos cientos de papiros que, presumible­mente, contengan muchos de ellos obras de la Antigüedad que no han llegado hasta nuestros días y que nos den una informació­n tremendame­nte valiosa para conocer aún mejor este periodo de la historia.

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Papiro carbonizad­o de la Villa de los Papiros.

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