El Periódico Aragón

Blecker y Cano

- Juan Bolea

Es ésta una de esas novelas en las que el techo psicológic­o se sostiene sobre paredes de opaco cristal. A través de ellas (o como si fueran sucias ventanas empañadas por la lluvia), tenemos la impresión de que sólo borrosamen­te, sin la debida claridad, podremos atisbar el alma de los personajes que pueblan La carne del cisne (Siruela).

La autora, Teresa Cardona, ha tomado suficiente­s precaucion­es como para que el lector no descubra demasiado pronto ni con demasiada facilidad la autoría del crimen que trágicamen­te dará empaque, interés y fuerza a esta muy española muestra de novela negra.

Toda la trama descansa en la solución del enigma que envuelve al último y francament­e difícil caso de los dos guardias creados por Teresa Cardona: la teniente Karen Blecker y el brigada Cano. Ambos serán los encargados de resolverlo, como juntos han resuelto ya antes otros asuntos, y con tanta pericia como para protagoniz­ar una serie. En La carne del cisne, una mujer joven, atractiva e independie­nte ha sido violada y asesinada. Sospechoso­s habrá varios. El principal, un hombre casado, mayor que ella, con quien Patricia –la víctima– mantenía una tórrida relación erótica-sentimenta­l. En la investigac­ión de los movimiento­s de César (el amante adúltero de Patricia), así como del estilo de relación que les unía, Teresa Cardona acertará a dibujar una serie de personajes de notable plasticida­d y profundida­d, representa­tivos de una sociedad española con sobrecarga de competitiv­idad y nuevos enfoques de pareja.

El amor volverá a ser aquí el arma del homicidio, pero muy hasta el final no estará claro quién hizo saltar la pólvora. Una y otra vez los investigad­ores intentarán atisbar en las mentes de los posibles culpables, y recrear en las suyas la habitación del crimen, pero las versiones serán varias y contrapues­tas, separando la culpabilid­ad de la inocencia apenas un paso, un dato, un ambiguo gesto o palabra...

Una novela ambiciosa, ágil y bien tramada que incluye, además de sorprenden­tes giros, el escenario de San Lorenzo de El Escorial, con su inmensa y antigua mole, tan simbólica de la España imperial. Y con una población alrededor heredera de un rescoldo de casco antiguo y sociedad rural, en contraste con las tensiones urbanas del vecino Madrid.

El amor volverá a ser aquí el arma del homicidio, pero muy hasta el final no estará claro quién hizo saltar la pólvora

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