Blecker y Cano
Es ésta una de esas novelas en las que el techo psicológico se sostiene sobre paredes de opaco cristal. A través de ellas (o como si fueran sucias ventanas empañadas por la lluvia), tenemos la impresión de que sólo borrosamente, sin la debida claridad, podremos atisbar el alma de los personajes que pueblan La carne del cisne (Siruela).
La autora, Teresa Cardona, ha tomado suficientes precauciones como para que el lector no descubra demasiado pronto ni con demasiada facilidad la autoría del crimen que trágicamente dará empaque, interés y fuerza a esta muy española muestra de novela negra.
Toda la trama descansa en la solución del enigma que envuelve al último y francamente difícil caso de los dos guardias creados por Teresa Cardona: la teniente Karen Blecker y el brigada Cano. Ambos serán los encargados de resolverlo, como juntos han resuelto ya antes otros asuntos, y con tanta pericia como para protagonizar una serie. En La carne del cisne, una mujer joven, atractiva e independiente ha sido violada y asesinada. Sospechosos habrá varios. El principal, un hombre casado, mayor que ella, con quien Patricia –la víctima– mantenía una tórrida relación erótica-sentimental. En la investigación de los movimientos de César (el amante adúltero de Patricia), así como del estilo de relación que les unía, Teresa Cardona acertará a dibujar una serie de personajes de notable plasticidad y profundidad, representativos de una sociedad española con sobrecarga de competitividad y nuevos enfoques de pareja.
El amor volverá a ser aquí el arma del homicidio, pero muy hasta el final no estará claro quién hizo saltar la pólvora. Una y otra vez los investigadores intentarán atisbar en las mentes de los posibles culpables, y recrear en las suyas la habitación del crimen, pero las versiones serán varias y contrapuestas, separando la culpabilidad de la inocencia apenas un paso, un dato, un ambiguo gesto o palabra...
Una novela ambiciosa, ágil y bien tramada que incluye, además de sorprendentes giros, el escenario de San Lorenzo de El Escorial, con su inmensa y antigua mole, tan simbólica de la España imperial. Y con una población alrededor heredera de un rescoldo de casco antiguo y sociedad rural, en contraste con las tensiones urbanas del vecino Madrid.
El amor volverá a ser aquí el arma del homicidio, pero muy hasta el final no estará claro quién hizo saltar la pólvora