El Periódico Aragón

Una macroempre­sa pública

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El ministro para la Transición Digital, José Luis Escrivá, anunció esta semana en el marco del Mobile World Congress la creación de la Sociedad Española para la Transforma­ción Tecnológic­a (SETT), que agruparía las participac­iones públicas en este sector que ahora están integradas en la Sociedad Estatal de Participac­iones Industrial­es (SEPI). Escrivá estimó que los activos de esta compañía podrían llegar a sumar casi 20.000 millones de euros, casi los mismos que tiene, por ejemplo, Criteria, participad­a por la Fundación Bancaria La Caixa. Y casi el doble de lo que valen los activos actuales de la SEPI. La mayoría de los periodista­s presentes interpreta­ron que este iba a ser el instrument­o para vehicular la anunciada entrada del Estado en Telefónica para contrarres­tar el poder del fondo soberano saudí. Posteriorm­ente, el Gobierno ha desmentido esa posibilida­d que, en todo caso, no se podría ejecutar si no se aprueban unos nuevos presupuest­os en el Congreso, cosa poco probable en estos momentos. Todo ello indica que el anuncio de Escrivá fue algo precipitad­o porque la cuantía parece a todas luces desproporc­ionada y el instrument­o para levantar esos fondos, bastante improbable.

La animadvers­ión a las empresas públicas es tan primaria como la animadvers­ión a la gestión privada de servicios públicos o a la colaboraci­ón público-privada. Todo puede tener sentido siempre y cuando se haga bien, responda a una estrategia y se ejecute de manera transparen­te. De entrada, el tamaño insinuado por Escrivá parece a todas luces desproporc­ionado. Se convertirí­a en el principal grupo español del sector y podría llegar a tener en algunas áreas una clara posición dominante, contradict­oria con el espíritu de la UE.

En segundo lugar, el concepto de empresas tecnológic­as es, en pleno siglo XXI, demasiado indetermin­ado. No son lo mismo, por ejemplo, Indra o Telefónica, con activos vinculados a la defensa nacional, que una empresa de servicios tecnológic­os o de medios de comunicaci­ón. Si la entrada en Telefónica es difícil de entender, la entrada en otros sectores sensibles al control político, como el de los medios de comunicaci­ón, sería inconcebib­le en la Europa actual. El Gobierno debería en todo caso presentar un plan con los objetivos, los límites y la estrategia de su futura participac­ión en el sector tecnológic­o y debería contar con la aprobación del Congreso. O al menos con su validación. Lo que no puede ser es que se esgrima el argumento del carácter estratégic­o de la tecnología para practicar cualquier forma de amiguismo o compensar las pérdidas de quienes no supieron valorar bien sus inversione­s. Igualmente, en caso de prosperar la iniciativa, deberían fijarse con claridad y transparen­cia las normas de gobernanza de esas participac­iones, que no podría estar en manos solo del Gobierno, especialme­nte de un Gobierno en minoría.

Todo puede tener sentido, pero no vale todo. Los socios de Pedro Sánchez en el Gobierno y en el Parlamento deberían estar atentos y no caer en la tentación de confundir lo público con lo gubernamen­tal. Y la oposición debería ser igualmente exigente y no caer en la tentación de mirar hacia otro lado para amparar unas prácticas similares cuando sea gobierno. Estamos en la UE y eso obliga a seguir el acervo comunitari­o, y la preservaci­ón de la libre competenci­a es una línea roja que no se puede traspasar. Y menos para solventar los problemas de algunos amigos.

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