No era una falla
Francisco Javier Sáenz
Zaragoza
Valencia es la ciudad del fuego por antonomasia; durante unos días es el rey, la gente alborozada contempla cómo las llamas devoran inmisericordes las figuras burlescas.
El júbilo y regocijo reinan por doquier; el olor a quemado se impregna en la piel de los asistentes y los ojos lloran de alegría a causa del humo.
Las escalofriantes escenas que hace unos días hemos visto en televisión no eran desgraciadamente una falla, sino una réplica real de El Coloso en llamas, mítica película del género catastrofista.
Hemos sido testigos del horror con el fuego como protagonista; el fuego, tal vez el invento más importante de la humanidad. ¿Cómo definir lo que hemos visto?: dantesco, terrorífico, infernal, devastador, todo se queda corto ante la magnitud de la tragedia.
¿Cuáles fueron las últimas palabras de ese matrimonio con dos niñitos encerrados en el cuarto de baño convertido en cámara mortuoria?
¿Qué piensa una persona que apenas puede moverse al ver que el fuego la rodea?
¿Cómo consuelas a quienes se han quedado sólo con la ropa que visten?
¿Qué decir cuando en el último minuto aparecen unos bomberos que salvan tu vida arriesgando la suya?
Este aciago suceso tiene también su cara amable: el conserje que llama puerta por puerta para avisar a los vecinos sin importarle su vida: un héroe real y el tsunami de solidaridad de los valencianos.
Este mes vuelven las fallas y el fuego; ese fuego, casi siempre un gran compañero pero a veces el enemigo más encarnizado formando un binomio con el viento.