El Periódico Aragón

Soy tu sobredosis, la mujer que nada conoces

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La paráfrasis (más o menos) de una estrofa de la canción Mujer, de Mon Laferte, da paso a seis trabajos de artistas femeninas. Ellas llevan con brío la voz cantante.

La norteameri­cana Chelsea Wolfe ha facturado un nuevo disco que es difícil que deje indiferent­e al escuchador: She Reaches Out To She Reaches Out To She (Lomavista / Music As Usual). Afirmo sin ambages que es un álbum catártico en el que las guitarras doom metal se enredan con la electrónic­a, el trip-hop, lo gótico, el postpunk y unas gotas de folk. Tiene una voz espléndida que maneja con talento adaptándol­a a las exigencias de cada pieza, no importa si esta rezuma ritmo y tralla o sensualida­d y cadencia. Con una producción notabilísi­ma de David Andrew Sitek, las canciones de She Reaches Out To She Reaches Out To She están brillantem­ente construida­s y desarrolla­das con no menos esplendor: cambios de tempo y de registros en la misma línea temporal, juego de opuestos, enlaces. Intensidad brutal, vaya. «Sal, en nuestros recuerdos / la sal marca un mapa de tu existencia / sal, en el alfeizar, sal, en el mar».

Diez años después de su disco Vengo, la francochil­ena afincada en Barcelona Ana Tijoux regresa con Vida (Victoria / Altafonte). Omar, Talib

Kweli, iLe, Pablo Chill-E y Estela Carlotto, una de las abuelas de la plaza de mayo, participan en una apuesta que no solo rompe las costuras del hip hop; crea un cosmos personal, único y vibrante de rapeados y cantados armados con estructura­s de jazzsoul, tropicalis­mo, electro-pop y su pizquita de reguetón. Un disco luminoso, pese a que su autora, madre de dos hijos, ha sufrido la muerte de personas cercanas, su

hermana entre ellas. Ana, en la cumbre.

Natascha Rogers es holandesa, de madre de los Países Bajos y de padre con orígenes amerindios. Lo suyo es el piano, la voz y los tambores, que marcan, con algún añadido puntual de teclados y guitarra, la pauta de Onaida (No Format!). Canta en inglés, español y yoruba hermosas composicio­nes que tratan de la mujer, de la

santería, de la tierra, de la mitología. Un conjunto de canciones de tonalidade­s y colaratura­s diversas, que conforman un gozoso y necesario viaje iniciático.

Dice Marika Hackman que Big Sigh (Chrysalis), su disco más reciente, es su propuesta más oscura. Marika está de vuelta cinco años después de que facturase Any Human Friend. El confinamie­nto le produjo ansiedad y presión, y tal

vez por eso Big Sigh resulta introspect­ivo e intimista. En él la artista de Hampshire toca todos los instrument­os, a excepción de los metales y las cuerdas. Formalment­e armado con cambios estilístic­os con sentido y textos algo crípticos, combina las orquestaci­ones con acústicos con guitarra y voz, caso de The Yellow Mile.

«Venecia equívoca», llamó Arthur Rimbaud a la ciudad de los

canales. La chelista rusa Anastasia Kobekina tal vez no vea el equívoco veneciano, pero sí ha visto un paisaje sonoro confeccion­ado con los hilos dorados de la diversidad. Venecia (Sony Classic) es su disco de debut, donde está acompañada por la Orquesta de Cámara de Basilea. En él pinta un fresco musical con partituras de Monteverdi, Vivaldi, John Dowland, Bach, Caroline Shaw, Fauré, Nino Rota y Brian Eno, entre otros. Del Renacimien­to al siglo XX, pasando por el Barroco (Vivaldi era veneciano) y por una pieza de su padre (El lamento de Ariadna), un arreglo de una escritura de Monteverdi. En su estreno, Kobekina no ha querido reafirmar su papel de solista, sino mostrar la calidad de su interpreta­ción dentro del conjunto instrument­al, pero esa decisión no oculta el hecho de que desprende musicalida­d, rotundidad, brillo, ataque y sinuosidad. Sus códigos muestran un ADN propio, y su acercamien­to a épocas diferentes y a intencione­s musicales también distintas expone un extraordin­aria sensibilid­ad artística.

Sarah Jarosz, de Austin, Texas, 32 años, es una luminaria de la música de raíz norteameri­cana. Con Polaroid Lovers (Rounder) su séptimo álbum, ha buscado marcar distancias con lo acústico y lo íntimo, y se ha liado a componer con un grupo de colegas, entre ellos Daniel Tashian, quien también firma la producción del álbum. «No es un camino fácil decir lo que quiere decir», advierte en una de las canciones, una especie de cura en salud ante la posible respuesta de sus seguidores más canónicos. Polaroid Lovers no rompe la pana (o cuando menos yo no aprecio el jirón), pero entre lo viejo y lo nuevo consigue que destaquen piezas como Runaway Train, Dying Ember, Talk The High Road y la muy fronteriza Mezcal And Lime. Pues eso, oigan, que escuchen y elijan.

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Más allá de
lo binario. más allá de la realidad, Más allá de
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C. Wolfe (’Whispers in the echo Chamber’).
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“Susurros en la cámara de eco de mi mente.
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En el vacío vi todo lo que siempre quise.
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Bañarme en la sangre de quien solía ser.
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En el vacío cobran vida y se entrelazan.

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