Todos somos hijos
Isabel Pascual Cebrián
Zaragoza
A pesar de que se nos olvide con demasiada frecuencia. todos somos hijos. Y serlo conlleva ciertas obligaciones morales no escritas e ignoradas. ¿Ofrecemos una vida digna a nuestros mayores cuando más nos necesitan? Pregunta incómoda, sin duda. Hacemos lo que podemos: la batalla diaria es complicada per se, sobre todo si has formado tu propia familia. El trabajo te agota y las escasas horas de ocio que quedan... ¿De dónde sacar tiempo para atender a los que antes te atendieron a ti y bregaron con empeño para que «fueras más grande que ellos»? Aguarda, no es lo mismo ser hijo que ser padre, tú eliges dicha responsabilidad y debes llevar de la mano a tu hijo a largo de la vida. Por otro lado, los padres ya han disfrutado lo suyo. Todo cierto y tan cierto.
No es mi intención echar sal, pero la sociedad no les corresponde. Mírate sin nostalgia en el espejo, encontrarás a alguien que dista mucho de aquel niño que quizás no reconocerías si no fuese por la mirada. Asumes con sufrida resignación que has andado una parte del camino, que la meta se ve allá a lo lejos y que te gustaría cruzarla en las mejores condiciones físicas y mentales. ¿Y si precisas cuidados? ¿De tu familia o de tus hijos? Prefiero no pensarlo, no querría molestar a mis hijos, concluyes amargo... ¿Molestar? Sabes o intuyes que tus días, cuando se hagan largos se apagarán en alguna institución al cuidado de personas desconocidas. Esta sociedad depredadora del primer mundo, insensible y olvidadiza, no se ocupa como debe de sus ancianos, más bien los va arrinconando a la espera del desenlace. Solo si cuidamos a los mayores con respeto y afecto podremos mirarnos en el espejo sin remordimientos y dormiremos tranquilos.