La cultura se revela como un ariete contra la despoblación
Festivales como el de Ascaso, El bosque sonoro y Pirineos Sur dinamizan pequeños municipios ▶
Hace poco más de una década en Ascaso, una pedanía de Boltaña, apenas vivía una familia y ya estaba con un pie en Boltaña. Hoy, en 2024, hay 11 habitantes fijos en el pueblo y solo queda una casa por rehabilitar. ¿Qué ha cambiado en este tiempo? La Muestra de cine de Ascaso. «Se hacen más cosas en el pueblo», cuenta el presidente de la Asociación de Vecinos y Vecinas Los relojes, Miguel Cordero, «pero todo se ha conseguido sobre todo gracias al festival. De hecho, a nosotros nos gusta hablar de cultura y repoblación y no cultura y despoblación. Cuando montamos la muestra lo que queríamos era dar la lata, traer cine pero, sobre todo, recuperar el pueblo, contarle a las administraciones lo que había aquí». Los grandes hitos que se han conseguido ha sido devolver la electricidad a Ascaso con una central fotovoltaica y el asfaltado del acceso al pueblo que hasta 2020 era una pista de tierra. «El primer aliado serio que tuvimos fue el anterior presidente de la DPH, Miguel Gracia, que entendió que no solo hacíamos un festival de cine sino que era una manera interesante de recuperar el pueblo», asegura Cordero.
/
ARRAIGO Y EMPLEO El de Ascaso es un ejemplo paradigmático con un modelo muy concreto pero no el único que pone sobre la mesa que desde la cultura se pueden dinamizar zonas con problemas de población. Es el caso de Mozota, que en plena pandemia inventó El bosque sonoro, un festival en medio de la naturalza que este año celebrará su quinta edición con un cartel que incluye a Amaral, Luz Casal, El Kanka y Rodrigo Cuevas, entre otros. «No hacemos un proyecto de fin de semana sino que diseñamos un proyecto para que durante todo un año traigamos más alegrías al pueblo y pueda usarse para otras cosas como para que lleguen subvenciones para infraestructuras, que se visibilice que el pueblo existe y se le tenga en cuenta para otras ayudas», narra Víctor Domínguez, portavoz de Ocre, asociación social sin ánimo de lucro que organiza El bosque sonoro y que está detrás de otras propuestas en Aragón como el Brizna de Ayerbe o el Doña de La Almunia.
«Con El bosque sonoro se le da
trabajo a todo el mundo del pueblo que quiere, unas 15 personas, en los eventos que hay a lo largo del año», explica Domínguez, que narra también que la existencia de estos festivales despierta otro sentimiento
mucho más importante, «el arraigo, algo que es fundamental, porque eso hace que la gente quiera volver a vivir y trabajar y hablan de su pueblo con orgullo, esa es la marca e imagen. La idea de emigrar a la ciudad se cambia con estos eventos», afirma.
De hecho, este año, el festival contará con zona de acampada «gracias a dos vecinos nuevos que acaban de llegar a Mozota y que han montado una empresa para hacer un espacio de campin y descanso. Y eso es algo que se genera gracias a que exista esta actividad cultural. Pero es que, además, afirma, «a partir del arraigo va todo lo demás. El bosque se ha convertido en un espacio de coworking con los contenedores en los camerinos y, junto a eso, están viniendo diferentes familias del pueblo a hacer otras cosas. Ha nacido un proyecto que es Bosque escuela con las familias de Muel y Mozota gracias a la infraestructura creada a partir del festival e igual hasta hay posibilidad de abrir una escuela gracias al movimiento que se genera con El bosque sonoro».
Junto a estos dos proyectos también hay que hablar del que fue pionero, Pirineos Sur. La creación del festival en Lanuza ha permitido reflotar (nunca mejor dicho) la localidad que de estar abandonada ahora cuenta con alrededor de medio centenar de habitantes y con servicios turísticos para los visitantes. Y en eso, por supuesto, ha tenido mucho que ver Pirineos Sur, el festival que lanzó la Diputación Provincial de Huesca en los años 90.