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Velázquez no ha logrado mejorar a ningún futbolista y en el banal proceso su equipo ha perdido alma y se ha vuelto chapucero Todo es confuso, desde el estilo hasta el discurso
«Lo que quiero sí o sí es que el equipo sea reconocible, tenga identidad y sea proactivo. Y que en consecuencia nuestros aficionados se sientan orgullosos de los que somos». La declaración de intenciones de Julio Velázquez, cuando fue presentado en la sala de prensa de La Romareda casi a finales de noviembre, suena ahora a intento fallido. Porque, más de tres meses después, el Real Zaragoza, lejos de evolucionar, va a peor. La caída se acentúa al mismo ritmo que menguan las aspiraciones de un equipo aragonés que parece abocado, una vez más, a luchar por la supervivencia. «Yo nunca he hablado de playoff», vino a decir el técnico tras perder ante el colista. «Vamos a hacer las cosas con sentido común y coherencia y eso nos llevará a conseguir objetivos», dijo en su primer día.
EL DIBUJO Tres centrales incluso en casa ante el colista
El efecto que habitualmente provoca en los futbolistas un cambio de entrenador se dejó notar. También la aplicación de un sistema que tenía tanto sentido al principio como poco ahora. Los tres centrales han sido, casi siempre, la apuesta personal de Velázquez, cuyo sello llegó, incluso, a condicionar la gestión del mercado invernal. El dibujo funcionó, sobre todo, ante rivales de cierta enjundia que invitaban a la presión alta, el robo arriba y la transición rápida, pero carece de lógica cuando el adversario, consciente de las limitaciones del Zaragoza en el ataque en estático, entrega el balón. El Amorebieta, que empezó con cuatro atrás, fue un claro ejemplo del caos que envuelve desde hace tiempo a un equipo capaz de jugar ante el colista con tres centrales, sin punta nato y, lo más importante, ninguna propuesta. Porque a estas alturas nadie sabe a qué juega el Zaragoza, pero todo el mundo tiene claro a qué no puede jugar. O casi todos.