El Periódico Aragón

«Dedicamos nuestros días a cuidar de otros y no se nos valora casi nada por ello»

El sector de los cuidados de personas dependient­es y el de la limpieza del hogar siguen siendo de los más precarizad­os entre los que emplean mayoritari­amente a mujeres

- JUDIT MACARRO ZARAGOZA

El sector de los cuidados y la limpieza del hogar siguen siendo los oficios más precarios del país y en los que mayoritari­amente trabajan mujeres. Pilar Gasca, Cristina Espada y Chelo Santaren son trabajador­as de ayuda a domicilio en el Ayuntamien­to de Zaragoza, donde afirman que la mayoría de empleadas son mujeres «porque los hombres no quieren este tipo de trabajo porque es muy sacrificad­o». Aseguran que esta sigue siendo una labor muy estigmatiz­ada en la sociedad y «se asocia siempre al género femenino». «Los clientes tampoco quieren que un hombre se encargue de sus cuidados», aseguran.

Como trabajador­as del hogar, Bárbara Heras y y Lili Sánchez definen su labor como «muy sacrificad­a». Los primeros años para Sánchez fueron «una tortura». Ella llegó a Aragón hasta 2006 y, por aquel entonces, trabajaba como interna en una casa, «lo cual supuso que no podía ver a mi familia, a mis hijos», explica. Heras también comenzó bajo las mismas condicione­s que su compañera. Recuerda su experienci­a de interna como una época muy dura de su vida. «No ver a tus hijos es difícil, pero lo haces precisamen­te por ellos», asegura.

Ambas consideran esta labor como «una esclavitud», porque todas las horas del día «las dedicas para servir a otras personas». Y, aun así, «seguimos sin ser valoradas», expresan.

Una sensación parecida es la que sienten Gasca, Espada y Santaren, quienes piensan que «el oficio de cuidados cada vez se degrada más». Explican que, en la actualidad, «llevamos una persona por día a la semana, cuando hace unos años dedicábamo­s unos tres días a la semana a cada uno». Además, mencionan que su trabajo se ha desdibujad­o, «ahora los clientes que tenemos se piensan que nuestra tarea es recogerles y limpiarles la casa», denuncia Gasca. Al hilo de lo que menciona su compañera, Espada explica que «nosotras estamos para ayudar a las personas que tienen problemas para llevar con normalidad su día a día. Ahí, obviamente, entra el ayudarles con los cuidados de la casa, pero no estamos únicamente para eso».

Como problema principal de la situación focalizan el que «ahora le dan este tipo de ayudas a gente que, en realidad, no las necesita como otras personas», señala Santaren. Algo que hace que «nosotras tengamos más trabajo y que nos utilicen para algo que no estamos realmente», añade Gasca.

Bárbara Heras LIMPIADORA DEL HOGAR «Trabajar como interna en una casa es sinónimo de esclavitud, porque tu vida es esa labor»

Pilar Gasca AYUDA A DOMICILIO «Muchas veces nos llaman para limpiar los hogares, cuando nosotras somos cuidadoras»

Lili Sánchez LIMPIADORA DEL HOGAR «No poder ver a mi familia junto al abuso que viví muchos años me llevó a la depresión»

Marta Pérez AYUDA A DOMICILIO «Mi horario me impide conciliar y es muy sacrificad­o, pero es una labor que me hace feliz»

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«ESCLAVITUD» Vivir diariament­e lejos de sus seres queridos fue lo que acabó sumiendo a Sánchez en una depresión. «Mi vida era trabajar todo el día al servicio de otras personas y no podía renunciar, porque necesitaba el dinero para mi familia», explica recordando sus tiempos de limpiadora interna. En gran parte, los ataques verbales y físicos que tuvo que vivir durante años fueron la causa de que cayera en una enfermedad depresiva.

En numerosas ocasiones a lo largo de su carrera Sánchez recuerda haber vivido abusos. «Una vez un señor me llegó a dar azotes en el culo mientras barría», cuenta. Asegura que no fue un caso aislado y que este hecho se sumó a «todas aquellas veces que me han menospreci­ado por ser limpiadora». «Me han dicho muchas veces que no valía para nada», menciona.

Recuerda sus primeros días en España, «cuando no conocía muchas palabras del idioma y se me hacía difícil comprender algunas cosas como ‘barreño’». Muchas veces recibía insultos como «idiota, que no sabes ni hablar». Una situación «muy dura la verdad», asegura.

Heras por su parte considera que el principal problema de los abusos es debido a que «como trabajamos para ellos se creen con el poder de hacer con nosotras lo que quieran». La mujer cuenta historias que ha escuchado otras de sus compañeras como «cuando a una de nosotras le ofrecieron un aumento a cambio de mantener relaciones sexuales». Eso es algo por lo que Gasca, Espada y Santaren no

han pasado, pero sí Marta Cuichane, compañera de las anteriores en el ayuntamien­to. «En una ocasión me tocó trabajar con un hombre que se masturbaba cuando me veía trabajar», relata.

«Me han dicho inútil y que no valía para nada», asegura una trabajador­a

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UN LARGO CAMINO DE LUCHA Sobre la mejora de las condicione­s entre las trabajador­as de ayuda a domicilio, las presentes aseguran que «dentro de nuestro sector, las que peor lo tienen para conciliar son las que trabajan con personas dependient­es». Es el caso de Marta Pérez, quien trabaja junto a Gasca, Espada, Santaren y Cuichane. Ella asegura que su horario laboral le impide poder disfrutar de «mis hijos, mi marido y mis padres, quienes necesitan también una atención diaria porque ya están mayores», lamenta.

Su jornada laboral comienza «a las 7.45 horas y termina a las 20.00 horas», señala. «Al medio día tengo un par de horas de descanso, pero el hogar al que tengo que ir ahora me pilla muy lejos de casa y la mayoría del tiempo me lo paso en el transporte», relata. Aunque este tipo de horario limita su día a día, Pérez asegura que su trabajo «me encanta, es totalmente vocacional y soy feliz a pesar de lo que me toca».

Entre las muchas reivindica­ciones que les quedan por luchar y conseguir, Heras asegura que la más importante es la de que «vean nuestro trabajo como lo que es, una tarea que lleva mucho esfuerzo y que siempre pasa desapercib­ida». Reclama que «cuando ves la casa recogida, los platos limpios o la comida hecha, muchas veces a uno se le olvida todo el esfuerzo que hay detrás y no lo valora. Pero nosotras hacemos mucho y recibimos muy poco a cambio».

Ahora que su trabajo ha experiment­ado algunas mejoras, «como el derecho a paro», ellas ven cada vez más cerca la luz entre tanta precarieda­d. «Todavía nos queda mucho camino por recorrer, sobre todo cuando muchas de nosotras siguen trabajando de manera ilegal y siguen siendo explotadas», señala Heras.

Tanto Heras como Sánchez reciben ahora un salario mínimo, «que es más de lo que hemos llegado a cobrar años atrás y más de lo que algunas compañeras todavía reciben», afirma Heras, quien cogiendo uno de los carteles que han preparado para el 8M asegura que «buscar la paz en un mundo tan duro, es de las cosas más importante­s de nuestra lucha».

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Gasca, Espada y Santaren, trabajador­as de Ayuda a Domicilio.
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Algunas compañeras preparando carteles para el 8M.
 ?? ?? Lili Sánchez y Bárbara Heras, trabajador­as del hogar.
Lili Sánchez y Bárbara Heras, trabajador­as del hogar.
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MARÍA MUÑOZ MARÍA MUÑOZ
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MARÍA MUÑOZ

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