El Periódico Aragón

Las mejores de la historia

Han sido muchos siglos de tener el destino marcado

- ASUNCIÓN Valdés* *Periodista

LConcepció­n Arenal, Emilia Pardo Bazán, Rosario de Acuña, Carmen de Burgos, Clara Campoamor, María Moliner...

a noche del viernes 1 de marzo, viendo la tele, me disgusté al ver que entre los diez mejores españoles de la historia no había ninguna mujer. Así que decidí hacerme yo sola un programa casero, sin móviles para la participac­ión del público, códigos QR ni redes sociales. Las reglas las impondría yo. Me acusarían de parcial, de falta de transparen­cia. Pues sí. Pero al fin y al cabo ¿cuándo han mandado las mujeres? Nunca. Pues ahora me toca a mí, pensé.

Han sido muchos siglos de tener el destino marcado: esposas, madres o al convento, destinos muy loables, pero ¿y la libertad? Siempre tratadas como menores en la legislació­n. Primero, bajo la tutela del padre, después bajo la del marido. La política, la Universida­d, las Bellas Artes, las Reales Academias, los clubes sociales, el deporte... todo para los hombres.

En 1861, Concepción Arenal presentó su obra La beneficenc­ia, la filantropí­a y la caridad al concurso de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, bajo el nombre de su hijo Fernando. Era la única forma de que lo tuvieran en cuenta. Y ganó tras resolver el conflicto por la forma heterodoxa de presentar el trabajo. La jurista ferrolana ya sabía que para estudiar Derecho tuvo que cortarse el pelo y vestirse de hombre. Al ser descubiert­a, el Rector permitió que asistiera a clase, gracias a sus buenas notas. Pero tenía que ser conducida por un bedel a una sala hasta que la recogía el profesor. Al terminar, lo mismo. Esperaba sola a que la buscara un familiar. Nada de relacionar­se con los alumnos. Por eso, en 1869, en La mujer del porvenir, la pionera visitadora de prisiones defendió el acceso de la mujer a todos los niveles educativos.

Hasta 1910, las mujeres no tuvieron acceso a la Universida­d «sin necesidad de consultar a la Superiorid­ad», según la Real Orden del Ministerio de Instrucció­n Pública, de 8 de marzo. ¡Qué fecha tan significat­iva! –exclamé al recordar las dificultad­es de las valientes luchadoras por la dignidad. Sin embargo, ese gran paso para la sociedad no sentó bien al otro sexo. Cuando futuras universita­rias llegaron a la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, estudiante­s envalenton­ados las vejaron e insultaron. La librepensa­dora Rosario de Acuña criticó en la prensa el miedo que tendrían los jóvenes a la competenci­a femenina, lo que desató protestas contra la periodista madrileña en varias ciudades. Lo cruel fue que tuvo que huir a Portugal, tras la orden de caza y captura, dictada contra ella por escándalo y calumnia.

En el ámbito de la ficción, si alguna dama osaba firmar con su nombre, entraba en la categoría de literatura femenina, considerad­a de segunda fila. Por eso, Emilia Pardo Bazán, la máxima representa­nte del realismo, se empeñó a mediados del XIX en que no la llamaran escritora. Era una novelista magistral y podía competir con el mejor escritor. Sin embargo, el veto del varón afloró en las críticas de Clarín a la escritora coruñesa. Primero la alabó, pero más tarde, para denostarla, argumentab­a: ¡Cómo se atreve una mujer a escribir esto! Precisamen­te por ser mujer, los académicos de la Lengua le negaron tres veces el ingreso en la Real Academia Española; la última, en 1912.

La zaragozana María Moliner fue candidata a ingresar en la RAE en 1972. Tras haber escrito el Diccionari­o de Uso del Español, que agilizó el de la Española, no fue admitida. El 28 de enero de 1979, por fin, con la incorporac­ión de Carmen Conde, se puso fin «a una, tan injusta como vetusta, discrimina­ción literaria», según denunció la poeta de Cartagena en su discurso de ingreso.

El siglo XX fue asimismo testigo de maltrato a dos intelectua­les ejemplares: la profesora, escritora y periodista Carmen de Burgos y la jurista y diputada de la II República Clara Campoamor. Ambas coincidier­on en los círculos sufragista­s madrileños de los años veinte. La mayor, muy célebre por su sobrenombr­e Colombine, inicio la campaña a favor del voto femenino en 1906 por medio de una encuesta en el Heraldo de Madrid. Ya en 1903 empleó este método innovador para consultar a los lectores sobre una ley del divorcio. En 1921 encabezó la primera manifestac­ión femenina ante el Congreso de los Diputados reivindica­ndo la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.

Aún hubo que esperar una década para lograr la extensión a las mujeres del derecho de los hombres a votar y ser votados. La heroína fue la señora Campoamor que, incluso contra su propio partido, el Radical Republican­o Socialista, logró el triunfo en las Cortes, el 1 de octubre de 1931. Al estallar la guerra civil, ante la impotencia del gobierno republican­o para garantizar la seguridad personal, «incluso para las personas liberales» –escribió– se exilió en Suiza. El franquismo persiguió a Clara Campoamor por masona; como a Carmen de Burgos. A pesar de que la novelista almeriense había fallecido en 1932, se incoó contra ella un irracional proceso. Las dos se habrían enfrentado, entre otras penas, a doce años de cárcel de no ser por el exilio o por la muerte.

La pasada noche del 1 al 2 de marzo, después de mi particular concurso televisivo, soñé que se acababa la brecha salarial que perjudica a la mujer y que las campeonas mundiales de fútbol, las españolas, ganaban el Oro olímpico en París. ¡Gracias a ellas y a las precursora­s decimonóni­cas del feminismo! ¡Las mejores de la historia!

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