El Periódico Aragón

¡Vivan los pueblos!

- José Miguel Martínez Urtasun

Esta vez Iris Jordán no pudo lanzar su grito de guerra cada vez que gana un premio y van muchos estos últimos meses –«¡Vivan los pueblos!»–, pero seguro que lo pensó tras su brillante sonrisa al recibir el sol Repsol concedido a su restaurant­e Ansils, en Anciles. Después lo recogieron Rubén Catalán, de La Torre del Visco, cerca de Fuentespal­da, y Toño Rodríguez, de La Era de los Nogales, en Sardas.

Si obviamos que La Torre del Visco se encuentra en medio del campo, y aun asumiendo la población de Fuentespal­da, menos de 300 personas, la suma de los habitantes de las tres localidade­s donde se ubican los galardonad­os no llegan a los 500. Menos que bastantes urbanizaci­ones o bloques de viviendas.

Entiende uno que esta tendencia de abrir restaurant­es singulares en pequeñas poblacione­s resulta muy positiva. Pues si en Francia es habitual desde hace décadas, ni en nuestro país, ni en Aragón, la tendencia ha sido importante. Ahora sí, y es allí donde miran las guías para conceder las distincion­es.

Suelen ser cocinas que se aprovision­an de productos locales, que están en contacto con su entorno. Ninguno de los tres se encuentra cercano a una capital, al contrario, y apuestan por innovar y crear a partir de la tradición y la enseñanza de sus mayores.

Obviamente, la despoblaci­ón en el mundo rural no se soluciona abriendo restaurant­es, por más que todo sume. Pero muestra cómo, desde el extrarradi­o, se pueden generar modelos de negocio que, a su vez, permiten vivir a otros, como los propios proveedore­s de alimentos o los artesanos agroalimen­tarios.

Quizá con buenas infraestru­cturas tecnológic­as, muchos urbanitas puedan trabajar a distancia en pequeñas localidade­s, si es lo que desean. Pero los inviernos son largos y hemos visto a muchos abandonar su recién adoptado pueblo a pesar de disponer de fibra óptica.

A lo mejor, a modo de goteo, esos pequeños negocios, pueden hacer que se mantenga la vida en el mundo rural, por más que los jefes no puedan presumir de grandes inversione­s foráneas, que, a veces, ni llegan.

La despoblaci­ón no se soluciona abriendo restaurant­es, pero todo suma

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