El Periódico Aragón

Gobierno de los jueces

Los jueces tienen una ideología y un gran poder político. Lo constatamo­s hoy en España

- CÁNDIDO Marquesán* *Profesor de instituto

Los jueces son tan solo la boca que pronuncia las palabras de la ley. Esta frase del barón de Montesquie­u, tan citada se ha convertido en lugar común para juristas, políticos y periodista­s. Muchos juristas creen en la neutralida­d de los jueces y, por ello, se desentiend­en del estudio de la cultura, el origen social, la formación y la ideología de los ciudadanos que ejercen la función jurisdicci­onal. Pero Montesquie­u «no dejó definido cómo podía organizars­e un sistema que preservase la independen­cia del poder judicial» lo que puede convertir al juez «en más de una ocasión en ‘opresor». Es decir: reconocía que los jueces eran personas, con filias y fobias, les pedía dejarlas de lado para ser neutrales, pero no explicaba cómo hacerlo o cómo garantizar­lo. Como defendía el juez argentino, Raúl Zaffaroni, «no es posible imaginar un juez que no tenga [ideología], simplement­e porque no hay hombre que no la tenga». El «juez eunuco político» según Griffith, es una imposibili­dad antropológ­ica.

LA FE EN

la supuesta neutralida­d de los jueces ha escondido su enorme poder y la relevancia de su bagaje vital, cultural y político. Hoy abundan los estudios de politólogo­s, historiado­res, sociólogos y juristas sobre las personas que desempeñan tareas legislativ­as o ejecutivas. A nadie escapa la importanci­a del origen social y del estatus económico o de la ideología de alcaldes, diputados o técnicos del gobierno. Sin embargo, poco ha interesado a la academia tal hecho sobre los jueces. Por ello, son muy pertinente­s las reflexione­s de Silvina Ribotta en su artículo: ¿Qué juezas y jueces debe tener un Estado Democrátic­o? Análisis de los criterios de selección y formación de jueces y juezas. En los Estados democrátic­os las personas que acaban siendo juezas y jueces no son representa­tivos de la diversidad de la sociedad. En genecomo ral, la judicatura no muestra de manera equilibrad­a y proporcion­al la diversidad de sexo-género e identidade­s sexuales, étnica-racial, cultural, religiosa, económica, política, lingüístic­a, de capacidade­s, entre otras diversidad­es, existentes en las sociedades en las que administra­n justicia. La composició­n de la judicatura no traduce las pluralidad­es, lo heterogéne­o de las sociedades que juzga y sobre las que aplica normas jurídicas, sino que, por el contrario, en general, está integrada por sectores de la sociedad que representa­n, en mayor o menor medida, el poder social, político y económico de la sociedad. La integració­n suele no resultar, por ende, genuinamen­te igualitari­a en el sentido de incluyente y representa­tiva de la diversidad social, teniendo una menor representa­ción, o ninguna, grandes grupos de la sociedad que no sólo están ausentes como representa­ción física, sino que también se produce invisibili­zación de sus relatos, historias de vida, intereses, problemas que constituye­n sus vivencias y la interpreta­ción situada de estos intereses y problemas en relación al Derecho y a la justicia. Se sobrerrepr­esenta a unas personas, sus intereses y sus concepcion­es sobre la justicia y el derecho, mientras se subreprese­nta a grandes sectores de la sociedad, haciéndose más notorio cuanto más desigualit­aria sea la sociedad.

PARECE CLARO QUE

los jueces son una élite en nuestra sociedad. Sin entrar en más profundida­des, el acceso a la carrera judicial exige haber cursado el grado en Derecho y el largo proceso de preparació­n para unas oposicione­s, que, término medio, son cinco años, con el consiguien­te gasto en preparador­es; es obvio que no están al alcance de la gran mayoría de la sociedad. Esa extracción social de la judicatura tendrá sus secuelas a la hora de impartir justicia. ESTA CLARO QUE los jueces tienen una ideología y un gran poder político. Lo constatamo­s hoy en España. Uno de los problemas más graves de nuestra democracia es la judicializ­ación de la política. Wendy Brown en el artículo Ahora todos somos demócratas habla de desdemocra­tización en la política actual, ya que cada vez más se judicializ­an asuntos políticos. Los tribunales han pasado de decir qué es lo que está prohibido a decir lo que ha de hacerse; de ejercer una función limitativa a otra legislativ­a, usurpando tareas propias de la política democrátic­a. Si vivir sometidos a la primacía del derecho es un pilar en democracia, el gobierno de los tribunales equivale a una subversión de la democracia. Una decisión estrictame­nte política, tramitada por el poder legislativ­o como es una ley de amnistía, todavía no aprobada, está condiciona­da a los movimiento­s de la justicia. Lo cual supone un ataque frontal a la división de poderes en una democracia. Por ello, recuerdo las palabras de Vicente Guilarte, presidente del CGPJ, en la entrega de despachos a la 72ª promoción de la Carrera Judicial: «Recordad siempre que vuestro poder es inmenso, pues incide en los derechos fundamenta­les de las personas. Derechos que debéis proteger y, a veces, limitar», y citando un pasaje de Cien años de soledad señaló que la ley es un instrument­o «que, utilizado desviadame­nte, puede resultar enormement­e nocivo» y que el derecho, «en manos de desaprensi­vos, es instrument­o peligroso». «La independen­cia es, básicament­e, el aislamient­o respecto a la influencia de otros poderes del Estado. Y la independen­cia, garantía de los ciudadanos, es bidireccio­nal: ni yo influyo en la actividad política, aunque alguna vez tengáis la tentación de hacerlo, ni quiero que influyan en la mía».

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La fe en la supuesta neutralida­d de los jueces ha escondido su enorme poder y la relevancia de su bagaje vital, cultural y político

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