El Periódico Aragón

Con Loarre en mi pared

Venancio Rodríguez

- Zaragoza

Al decir Loarre, su nombre enciende una lámpara de carburo que pone en la mesita de noche de mi mente. Su llama, aunque escueta, es suficiente para iluminar todos los rincones de mi sala de proyeccion­es...

Al decir Loarre, cómodament­e sentado en una de mis butacas internas, veo en mi pantalla particular las diapositiv­as de la Iglesia de San Esteban, la ermita de San Isidro, el refugio de Santa Marina, la Peña del Sol, las ermitas de Marcuello y de San Miguel, el castillo de Marcuello, Linás de Marcuello. Al decir Loarre, por el barranco de Palagás, me dirijo hacia la sierra de Loarre. Arropado por una espesa manta bordada de pinos, quejigos y carrascas, al decir Loarre, veo La Hoya de Huesca, desde Ayerbe hasta Bolea.

Al decir Loarre, veo una pista que aposta pasta por una incrustada cresta jugando a la comba con los picos. Al decir Loarre, veo en mi tulipa a la peña del Sol con el corazón en un puño. Al decir Loarre, veo el abultado abdomen de los mallos de Riglos, de Agüero y peña Rueba proyectado en una pared de la plaza de España de mi pueblo interior.

Al decir Loarre, impresa en mi persiana, veo el dedo índice del castillo de Marcuello acusando al cielo de su estado. Al decir Loarre, veo también corriendo por mi mampara a dos pobres y ancianas ermitas que con la mano extendida le piden limosna al señor del castillo que las preside. Al decir Loarre, me veo paseando por las empedradas calles, contemplan­do la Iglesia de Santa Ana de Linás de Marcuello.

Y al decir Loarre, sendas de mis sandalias, sudorosas, recorren la senda que la une al lugar desde donde partí.

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