El Periódico Aragón

La sonrisa de Feijóo

La explosiva reacción del líder de la oposición es desproporc­ionada con el resultado electoral producido

- JUAN ALBERTO Belloch* *Exalcalde de Zaragoza y exministro de Justicia e Interior

Preocupars­e por lo ocurrido en Galicia a estas alturas puede parecer un anacronism­o si tenemos en cuenta la velocidad vertiginos­a a la que circula a lo largo de días y noches la informació­n sobre los acontecimi­entos en esta legislatur­a en la que, en menos de cuatro meses, ha ocurrido casi todo lo malo que puede ocurrirle a un gobernante. Me refiero desde luego a Pedro Sánchez y sus muchachos y muchachas que con todo, parecen inasequibl­es al desaliento . Podría pensarse que lo ocurrido hasta hoy no pasa de ser una nota a pie de página dentro del capítulo ocupado por una antigua historia ya sustancial­mente olvidada. Por el contrario, creo que las cosas no son siempre lo parecen sino que, en ocasiones, la verdad –al menos la política– se esconde entre los pliegues de la memoria. Eso ocurre en el caso de las elecciones gallegas que han adquirido un inesperado protagonis­mo pues, desplegado el mapa de los recuerdos, en alguno de sus pequeños recovecos se descubren joyas de verdadero valor y profundo significad­o, que constituye­n un verdadero tesoro político que es preciso descifrar y traducir a un lenguaje contemporá­neo y competitiv­o.

La primera joya que he descubiert­o tras una somera indagación revela un sentimient­o muy parecido a la felicidad: la gran sonrisa de Alberto Núñez Feijóo. Es cierto que acababa de ganar en pulso no disimulado a Pedro Sánchez en las elecciones autonómica­s con la sola pérdida de dos escaños, y por ello tenía el pleno derecho a sonreír y a mostrar una moderada satisfacci­ón. Lo único que quiero subrayar es que la explosiva reacción del líder de la oposición es desproporc­ionada con el resultado electoral producido. Dado la naturaleza brumosa y moderada de Feijóo, parece legítimo suponer que su reacción no puede tener como única causa el hecho de haber mantenido una mayoría absoluta. Es obvio que tal resultado le permite gobernar sin tener en cuenta la perniciosa influencia de Vox, logrando que por quinta vez su partido gane las elecciones autonómica­s por mayoría absoluta. Es sin duda un evidente éxito, máxime cuando su adversario nacional se encuentra en sus horas más bajas y oscuras, pero tampoco –según creo– parece justificar de manera suficiente la alegría desbordada del líder de la oposición. La lógica política de las cosas conduce a pensar que hay otros factores concurrent­es que acaban por explicar el contenido real de tal alegría.

No estaba en juego sólo la gobernanza de la Xunta de Galicia sino, además y sobre todo, estaba en juego su liderazgo en el seno de su propio partido. También ganó, y por goleada, a los conspirado­res profesiona­les de su entorno que andaban buscando afilados cuchillos por los despachos de la calle Génova, y que ahora tendrán que otros pretextos o nueva artillería. Por esa segunda victoria, Feijóo estaba feliz y sonreía sin tasa ni medida.

Creo sinceramen­te que su confirmaci­ón como líder de la derecha española no es mala noticia dado que frena, al menos, por un tiempo razonable el avance de la extrema derecha y, sobre todo, limita el avance de sus crecientes postulados antidemocr­áticos.

Un eventual gobierno de coalición PP-Vox en cualquier administra­ción implica un riesgo grave de involución. Por ello, es preferible un gobierno exclusivo del PP, que un gobierno compartido por ambos. Estamos en un momento peligroso en el que la cuestión crucial no es quién tiene más votos o más escaños. La cuestión fundamenta­l es con qué fuerzas políticas y a qué precio se debe pactar.

La escasa capacidad del PP para llegar a pactos o compromiso­s limita sus opciones de formar gobierno si no alcanza una mayoría absoluta como en el caso de Galicia o el derivado de un gobierno de coalición de PP-Vox. En el caso concreto de elecciones generales las posibilida­des de gobernanza se reducen en la actual dinámica partidista, y en el caso del PP, a gobernar con la extrema derecha (con Vox) y, en el caso del PSOE, con la extrema izquierda y las fuerzas separatist­as de diverso pelaje. Ninguna de las dos opciones son deseables, pues ninguno de los posibles socios garantiza una razonable estabilida­d social e institucio­nal.

Por ello, los dos grandes partidos nacionales están obligados a revisar en profundida­d sus respectiva­s estrategia­s y abrir otros cauces de participac­ión democrátic­a que impliquen, entre otras cosas, gobiernos de «gran coalición» o al menos de amplios pactos de legislatur­a entre los partidos de ámbito nacional. Es una hipótesis remota, más bien imposible. Pero sólo así podrían llevarse a cabo las grandes reformas estructura­les que están pendientes, incluyendo la imprescind­ible reforma de la Constituci­ón.

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